Saber morir para vivir
Atrapado el sueño, cumplida la promesa, tiene facción de niña y niño la sonrisa, de tez mestiza, de blanca, de mulata. Hija de la «tormenta» de aquel amanecer de 71 años, la piel de la justicia despintó los estatus, y así va por todo el archipiélago.
No hay para ella linderos ni rincones; no tiene calles, parques, ciudad ni periferia; va sin reglamento, sin minutos; es como el viento, libre, indetenible, dueña.
Anda juguetona la sonrisa Isla. Nació cuando los muros despertaron salpicados de sangre y de valor una mañana, holladas las paredes por las balas, ungidas con fragmentos de cabellos, con piel de patria y juventud, y sueños.
¡Ay de los frustrados!, ¡ay de los rabiosos que han de verlos sonreír aquí, así, desaforados: padres, hijos, héroes resurrectos, patria, pueblo! ¡Ay de los rencores derrotados!
Enfurecida un día la bestia en el Moncada y en el Carlos Manuel, dio rienda suelta al crimen contra los valientes. Genitales desgarrados, piel quemada, uñas arrancadas, ojos desprendidos, piernas arruinadas; monstruosidad al por mayor… y frente a ella, serenos los martianos.
Sereno fue Tassende cuando, herido, prisionero y negado a delatar, permaneció en silencio, sentado sobre el suelo, erguida la mirada; fue su respuesta a quien, en busca de una confesión no conseguida en él, antes de asesinarlo, le dispararon 13 proyectiles en la pierna.
Titánico fue Abel cuando las garras del tirano lo dejaron sin ojos, a sangre fría. «Hay que saber morir para vivir siempre», había proclamado; hoy sus ojos son dos soles de la Patria.
Que «la revolución no transigirá con sus victimarios», lo había advertido Fidel. Que «la nación existe para los millones que la pueblan y la pueblen en el porvenir», también lo había advertido el líder moncadista, al reivindicar a los que se inmolaron «por esa vida decorosa y de justicia, sin vacilar ante ningún riesgo o sacrificio, sin dudar en entregar los mejores años de la juventud y de la vida».
Setenta y un años después, vencidas la muerte y la conjura, vuélvese derrame de justicia el sacrificio; devuélvese la herida hecha sonrisas, y convertido aquel dolor en pañoletas. Hay soles de revolución en los juveniles ojos mutilados de Abel Santamaría. Tiene la patria una columna firme en el ejemplo de Tassende.
Tembloroso medita el enemigo; creyó haber destruido el vigor de un joven, y ahora lo descubre bien plantado en un pueblo y en su resistir del día a día arduo y fatigoso; y en parvadas sonrientes que andan por toda Cuba, confirmando que hay muertes precursoras.