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De fotos, vanidad y narcisismo

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Desde que las personas descubrieron la forma de perpetuar sus imágenes, primero con la pintura y después, con la fotografía, han estado obsesionados con la apariencia, con eternizar lo que somos, el cómo nos vemos.

Al principio, todo surgió como expresión artística: el retrato. La mayoría de las fuentes refieren que su antecedente data del Siglo V a.C. con las monedas persas, en las que tallaban la cara de los reyes de entonces.

El retrato es un género que está presente en toda la historia de arte, se trata de una disciplina importante que estuvo muy ligada al encargo, y era casi exclusivo de personas pudientes, aunque también los artistas tuvieron la libertad de retratar a quien fuera su motivo de inspiración, y a sí mismos, pero en menor medida. Era la nobleza la que podía acceder a estos servicios, por lo tanto, el retrato fue reflejo de riqueza y poder.

Luego, tiempo después, siglos, llegó la fotografía para nada como la conocemos hoy. Hace apenas doscientos años el físico francés, Joseph Nicéphore Niépce, logró obtener la primera imagen que no se desvaneció con rapidez.

Dos centurias es poco. La fotografía se desarrolló de tal modo que pasamos muy rápido de que fuera de uso exclusivo de la aristocracia a que, ahora, vivamos inundados en imágenes, y se haya convertido en un problema de almacenamiento.

¿Recuerdan que hubo un tiempo en que tomarse una foto era asunto ocasional, planificado? Tener una cámara en casa era privilegio de algunos, y esto era así hace tan solo menos de dos décadas. Reservábamos la compra de un rollo para cumpleaños y otras fechas señaladas. Eran, cuando más, 36 oportunidades de fotografías, por tanto, pensábamos bien las poses, el entorno; debíamos esperar su revelado con paciencia e incertidumbre, sin saber si habíamos captado el momento con buena luz, o sin mueca. Un misterio.

Ahora es distinto. Todos tenemos cámaras en nuestros teléfonos. La fotografía se masificó con el crecimiento de la tecnología móvil, y cualquiera ya es fotógrafo, al menos, de sí mismo y de su ambiente. Pero entonces sucede que capturamos demasiados instantes.

En esta época fotografiamos todo lo que se nos ocurre, y guardamos una cantidad enorme de imágenes, al punto de convertirse en un problema porque no tenemos cómo salvarlas, porque el mundo digital es frágil, es muy fácil de dañarse y que perdamos todos los recuerdos. Me ha pasado numerosas veces. Nada como lo impreso.

Pero el tema de hoy es otro, y tiene que ver con si tener al alcance de la mano una cámara nos descubre vanidosos o narcisistas. ¿Por qué nos hacemos tantos selfies? ¿Por qué nos obsesiona tanto mostrarnos con una apariencia “adecuada”, a veces alejada de la realidad gracias a filtros y ángulos “favorecedores”?

En primer lugar, ¿qué es ser vanidoso? ¿Es tan malo? Que nos preocupe cómo lucimos no tiene nada de negativo. Por el mal camino vamos cuando se convierte en angustia por vernos de acuerdo a nuestras pretensiones, cuando resulta en narcisismo.

Por otra parte, una persona narcisista es quien pasó de tenerse en alta estima a ser egocéntrico, inconforme y controlador de su imagen “perfecta”, cuando es indudable su demanda de atención y evaluación, que no es más que inseguridad disfrazada de confianza.

El narcisismo es considerado un trastorno mental caracterizado por la urgencia de admiración, por gustar y ser valorado de manera positiva. De este modo, cuando los efectos no son los esperados, repercute drásticamente en el sujeto.

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Para la mitología griega Narciso es un personaje que resaltaba por su belleza, pero era sumamente engreído; y mientras las mujeres morían por su amor, él era incapaz de amar a alguien más que a sí mismo. Según la leyenda, cuando rechazó a la ninfa Eco, la diosa de la venganza, Némesis, lo hechizó para que se enamorara de su propio reflejo en una fuente. Así fue como Narciso murió ahogado y es reconocido como ícono universal de vanidad y egoísmo.
En la imagen (tomada de https://www.singulart.com) se aprecia la famosa pintura de Michelangelo Merisi da Caravaggio creada a finales del siglo XVI; es un óleo sobre lienzo de estilo barroco con más de un metro de altura. Actualmente se encuentra en la Galería Nacional de Arte Antiguo, de Roma, Italia.

El auge de las redes sociales prolifera este tipo de comportamiento yoísta, exacerba la sobreestimación y la necesidad de ser aceptados porque todo se basa en las reacciones determinadas como “me gusta”, “me encanta”, y las demás.

Quizás es mucho llamarle narcisismo, pero son evidentes algunos de sus elementos porque, sin que exista un manual, es común esta conducta de querer gustar y para ello mostrar la mejor cara de todo, exagerada y producida, a veces alejada de la realidad; seguido de una excesiva expectativa de reconocimiento.

Volvemos, ¿qué nos impulsa a hacernos tantas fotografías? ¿Qué es lo que realmente intentamos perpetuar? ¿Qué escondemos detrás de cada sonrisa? ¿De verdad somos tan felices como mostramos? Psicoanalistas se dedican por entero a estudiar nuestra insistencia en recrearlo todo como si el paraíso existiera, y responden que se trata de un fenómeno más complejo que la vanidad, difícil de definir.

De manera solapada podemos entender el miedo a desaparecer, a ser olvidados y pasar desapercibidos por este mundo si no dejamos huella; temor a la soledad, a decir que también existe angustia y demonios en nuestras vidas. Y porque conocemos el real sentido de la frase “una imagen vale más que mil palabras” es que sabemos el impacto que puede tener cada “buena” fotografía que nos hagamos.

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