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En Paseo y 33, en el Vedado capitalino, hay un parque. Es uno de los tantos que tiene la ciudad. No tiene un busto, una tarja, un nombre ni una estatua. Relativamente nuevo, es simplemente un espacio con árboles, bancos y farolas que permite el descanso, un espacio para tomar el fresco, leer o simplemente pensar.

También hay niños que van allí a hacer sus juegos, tiene bastante espacio y sombra, sin peligro, aunque esté en una calle bien concurrida y con tráfico, pues lo separa de la avenida un largo tramo, incluso queda en un nivel más bajo y es preciso subir escaleras o rampas para llegar a la acera.

No es difícil ver allí un juego de pelota o de fútbol y alguna que otra bicicleta o carriola. Regularmente son muchachos pequeños, que van con padres y abuelos, con esa máxima que tienen nuestras calles de ofrecer tranquilidad y seguridad para quienes las recorren.

Sin embargo, algo preocupa a los que por allí pasan. Cada día hay un farol menos, o un banco que desaparece de raíz, mientras las plantas sueltan hojas y ramas que nadie recoge y algunos también arrancan las más pequeñas de las jardineras, convenientes para llevarlas a casa y colocarlas en macetas o espacios privados.

Sé que a la mente de muchos de quienes lean estas líneas vendrán las imágenes de otros parques, grandes o pequeños, no solo descuidados, sino maltratados por la propia población. Y qué decir de los que, sin reparo alguno, llegan a un lugar similar y montan un timbiriche, o parquean una carretilla de viandas o flores de donde cae cualquier cantidad de desperdicios, o quienes simplemente ponen una supuesta tienda de garaje, algunas con objetos recogidos de los vertederos de basura.

Ya sabemos que el tema de la recogida de la basura, por las limitaciones económicas que afrontamos, no se realiza con la regularidad necesaria, pero ¿por qué tirar latas de bebidas y cualquier otro desperdicio en cualquier sitio, incluyendo los parques?

Es cierto que debería haber cuidadores para esos espacios, pero de seguro el corto salario limita la cantidad de aspirantes a tales menesteres. Las autoridades locales también deberían tener preocupación por ellos. Pero más allá de que nadie cuide las plantas o limpie el lugar, es la población la que rompe y roba lo que allí está colocado y todos deberíamos cuidar.

Algunos critican el deterioro de la ciudad, incluso la comparan con las de otras provincias, más limpias y cuidadas, según aseguran, mientras se dice sin ningún reparo que La Habana es la capital de todos los cubanos. Busquemos entonces en nuestras mentes y corazones eso que se llama sentido de pertenencia y defendamos lo que es de todos.

La base de un banco que ya no está.

Le arrancaron los sockets y bombillos. FOTOS: Margarita Barrios.

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