Para África, la vida
El barco que la profanación llamó negrero; la hilera de seres agotados, tras el cruel y extenso viaje; madres con sus bebés que soportaron, tal vez por esa fuerza que da la gestación, la espeluznante travesía; algún hombre, probablemente por la irreverencia ante el castigo, ya sin alma, colgado; escenas vergonzosas que no se habrán de olvidar.
Conmovido por el dolor, un niño cubano tembló ante semejantes espectáculos, y «¡(…) juró lavar con su vida el crimen!». Ya de adulto, y en defensa de la igualdad de sus semejantes, negaría la existencia de las razas, y haría valer que «todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad».
El mayor de los martianos, nacido en el siglo xx, hizo en Cuba una Revolución. En ella, nada ha sido más importante que batallar por la dignidad de un pueblo «todo mezclado» de cubanísimo color. La obra nacía, fusta en mano, arrasando con «el absurdo virus de la discriminación», y en su seno se gestarían ejércitos para contribuir a la libertad de África.
En Mujer negra, uno de los más emblemáticos textos que se hayan escrito en alusión a la esclavitud y a la descendencia del continente, su autora, la intelectual Nancy Morejón entonó: Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron / atravesar (…) Me dejaron aquí y aquí he vivido, y habla, repasando su abolengo, de andar, de sublevarse, de trabajar, de irse al monte y bajar de la Sierra. Ahora soy: solo hoy tenemos y creamos. / Nada nos es ajeno. / Nuestra la tierra.
En una evocación titulada África, otra altísima voz, la de la distinguida poeta Georgina Herrera, le asegura a esa tierra madre, rendida de amor: Puedes / cerrar tranquila en el descanso / los ojos, tenderte / un rato en paz. / Te cuido.
Y justo es eso: amar, desde el alma, y cada día, a esa África insondable que nos ha nutrido las esencias, y sin la que jamás hubiéramos sido todo lo que somos.