Las redes sociales están provocando la mayor epidemia de depresión y ansiedad que se recuerda
Vivimos tiempos de apología del discurso de la autoestima, de la valoración personal, de la individualidad y la autoayuda, esto supone que ha desaparecido el sentimiento de pertenencia a una colectividad (y, por tanto, la colaboración mutua y la lucha colectiva) para considerarnos ahora todos excepcionalmente únicos. Esa es la tesis que desarrollo Alejandro Pérez Polo en su libro “ Tú no eres especial. Mascotas, selfies y psicólogos”.
Hemos llegado al convencimiento individual de que somos únicos y, por supuesto, no tenemos nada en común con el vecino del quinto que coincide con nosotros en el ascensor, ni con nuestros compañeros de trabajo en la cadena de montaje, ni con todos esos trabajadores con los que coincidimos en el metro.
Pérez Polo repasa en su obra todos los elementos de este nuevo perfil de ciudadano moderno y así, a lo largo de las páginas, iremos encontrando todas esas inquietantes características que ya están siendo mayoritarias y, parece, van a más.
Quizás la parte más irreverente de tu libro -y hay muchas- es esa idea de que incentivar la autoestima o valorarte es fruto de un ideario individualista neoliberal y, como tal, cultiva ciudadanos alejados de los proyectos y las luchas colectivas. ¿Puedes explicar eso?
Hay un proyecto explícito destinado a romper cualquier vínculo colectivo. Todo ser humano diferente a uno mismo debe ser considerado como sospechoso. A través de la idea de que es un competidor, una amenaza, ese otro se presenta como un límite a tu expresión personal, a tu libertad más esencial y también puede ser el causante de tus malestares más profundos.
Este sistema provoca enormes malestares y una profunda desazón existencial. El truco que presentan los que mandan es que redirijas ese malestar hacia tu vecino más directo. Ya sea tu padre, tu amigo “el tóxico” o cualquiera que te cruces por la calle. Y el caramelo en el que lo envuelven es la idea de la autoestima, del cuidado del Yo. Como estás jodido, frustrado porque tus expectativas no se han cumplido o simplemente sientes un hastío indeterminado, o una rabia que no sabes muy bien hacia donde dirigir, lo que te van a vender es que te olvides de todos los demás, te centres en ti mismo, acudas al psicólogo, encuentres tu voz interior, te deshagas de los elementos nocivos que te rodean, aunque sea tu propio hermano, y te pierdas en los laberintos internos del yo intentando buscar esa razón para volver a sonreír.
El sistema te machaca, y la alternativa solo podría pasar por un regreso a lo colectivo, en un encuentro con el otro al que señalaste como causante de tus malestares, pero todo esto se bloquea con la moda del Yo, de la autoayuda. Esto, además, sirve para justificar y glorificar a los que están arriba, que lo estarían por sus méritos individuales. El neoliberalismo, más que una ideología, es una forma de habitar nuestro mundo.
El subtítulo de tu libro es “mascotas, selfies y psicólogos”. ¿Me señalas brevemente el papel de esos tres elementos en el mundo ese que describes?
Al perder el contacto con el otro, al criminalizarlo, demonizarlo o simplemente situarlo como una amenaza para nuestras propias vidas, perdemos una serie de elementos emocionales básicos para nuestra supervivencia. Al fin y al cabo, por mucho que se celebre el Yo, el individuo, no somos nada sin los demás. Y estamos necesitados de cariño, de atención, de cuidados. Las mascotas vienen entonces a suplir esa ausencia del otro Humano. Las carencias afectivas derivadas de haber roto con nuestra comunidad de referencia tienen que estar suplidas de alguna manera. Los perros y los gatos se postulan entonces como los mejores sustitutos del Otro: no se rebelan, y si lo hacen se les suele castrar, sacrificar o lo que sea para que se vuelvan más dóciles.
Las mascotas están ahí para cubrir nuestras necesidades de cariño. Son un síntoma, no una causa del individualismo contemporáneo. Constituyen una especie de compromiso light una vez ha caído la posibilidad de comprometerse realmente con los otros humanos. Y no exigen tantas responsabilidades como un hijo.
Por otro lado, en la triada que menciono en el subtítulo, están los selfies. El imperativo de tener que construir marcas personales para tener valor en el mercado. Empresarios de nosotros mismos, productos para un escaparate muy bien definido por el algoritmo de las redes. Una exigencia de exhibicionismo exacerbado sin el cual directamente morimos, sin redes sociales hoy somos cadáveres sociales. Pero que refuerza hasta la enésima potencia todas las tendencias narcisistas que ya están instaladas y que vienen de lejos. Nos creemos ídolos, semi-dioses, y, sobre todo, muy importantes en nuestros particulares perfiles.
Por último, para completar esta triada, están los psicólogos. Los nuevos profetas de la religión del Yo. Al no tener estructuras o instituciones colectivas a las que agarrarse, ni comunidad humana de referencia que nos sujete, tenemos que recurrir al profesional del Yo para intentar curar las ansiedades causadas justamente por este sistema individualista. Es la privatización literal del malestar, como diría Mark Fisher. Pagar a un profesional supuestamente científico que conoce mejor que nadie las herramientas de nuestra conciencia para curar nuestros malestares existenciales.
El problema es que un psicólogo nunca va a señalar las causas estructurales de tu malestar, no va a decir que la culpa de que estés en la mierda es de un sistema capitalista que te explota tanto económica como emocionalmente, sino un trauma que tuviste en tu infancia porque papá no te prestaba suficiente atención. Vuelve a situar la culpabilidad de ese malestar en ti, en lugar de buscar la solución fuera del laberinto interno del Yo. Por eso sus únicas soluciones serán nuevas pautas de comportamiento individual. Haz esto, deja de hacer lo otro, expresa esas emociones reprimidas, reconoce la ira que te provoca tal cosa o tal otra, etcétera.
Es indudable el papel de Internet y las redes sociales en este panorama que criticas. Mi duda es si esto ya sucedía antes o es de verdad tan nuevo.
Todas estas tendencias llevan más de 50 años en marcha. De hecho, en mi ensayo, referencio mucho dos trabajos esenciales para comprender el individualismo contemporáneo: la cultura del narcisismo, de Christopher Lasch y la era del vacío de Gilles Lipovestky. El primero es de 1979, el segundo de 1983. Cuarenta años han pasado de esos dos ensayos que ya identificaron la nueva cultura narcisista incipiente. Las redes sólo elevan a la enésima potencia, de hecho entrando en otra dimensión ya, todo lo que ya estaba provocado por un sistema que presiona muchísimo para que el mercado sea la única institución sobre la que construir la comunidad humana. Es decir, una institución en la que hay consumidores y no ciudadanos, y todos somos átomos compitiendo bajo las leyes de la oferta y la demanda.
Las redes sociales reproducen todas estas inercias sociales y sistémicas que ya estaban presenten. Sin embargo, están visibilizando la tragedia inherente que albergan. Esa propia exposición, esos mandatos sociales de exhibición, está provocando la mayor epidemia de depresión y ansiedad que se recuerda. Somos más conscientes de que todo esto no lleva a ningún buen puerto. Ser más consciente no significa que vaya a transformarse nada, pero al menos sitúa el problema en el primer plano político.
Con mi ensayo, intento situar algunas herramientas para intentar salir de este atolladero.
Hay otro capítulo que me ha resultado muy interesante y, sobre todo, cómo has logrado entroncarlo en la temática de este libro, porque pareciese que no tenía relación. Se trata de la defensa del Estado-Nación. ¿Cuál es esa relación?
Hay que recoser los lazos colectivos destrozados por el capitalismo. Para ello, es importante situar no solo una defensa de la comunidad en abstracto, sino aterrizar con algo tangible, algo visible, algo disponible, esta comunidad humana que puede ser una palanca para hacernos colectivamente más fuertes. De ahí mi propuesta de recuperar el republicanismo inherente a la construcción del Estado-Nación.
La nación es el elemento disponible y universal más potente para lograr tejer una idea de comunidad republicana y democrática. Nos forja una identidad abierta, pero que nos une en una comunión instantánea, además de construir una idea de trascendencia laica diferente a la de individuo. Nación e instituciones republicanas del común, como nuestros parques públicos, la biblioteca, los hospitales, las escuelas…todo ello trabaja siempre en lógicas colectivas que rompen de raíz la idea individualista del Yo encastillado y aislado de los demás.
Milei y el turbocapitalismo se asientan única y exclusivamente sobre una concepción salvaje del humano, individualista, donde solo valen los afectos y las preferencias individuales por encima de las del común. Eso refuerza a los poderosos, ya que en el mercado solo puede afirmarse el que más dinero tiene y por lo tanto puede comprar más cosas, incluidas las voluntades de las personas. En cambio, en la nación democrática se afirma la comunidad en su conjunto, por ejemplo en el momento de votar. Pero también en la defensa de la esfera pública como espacio de construcción de lo común. Luego, todo ello es lo que nos hace más fuertes en el plano personal. Saber que los de al lado están ahí para cuidarte y no para pisarte.