El poder de escuchar
Vivir en pareja nos impone muchos desafíos. No es posible empatizar con otra persona en absolutamente todos los aspectos, mucho menos con quien convivimos día a día porque, a diferencia de otras relaciones –de amistad o trabajo— no podemos evadir o huir de quien nos acompaña en la vida.
Es lógico que existan diferencias, de hecho, en ellas muchas veces radica el equilibrio y lo exótico o atractivo que encontramos en los demás. El problema consiste en hacer de los inconvenientes una guerra campal, imponer los criterios, no tener la capacidad de debatir con tranquilidad para llegar a un acuerdo, y, sobre todo, no escuchar. Esto afecta el proceso de razonar y superar cualquier tropiezo.
Partamos de que la comunicación es fundamental en la relación de pareja, pero no solo consiste en hablar, importante es darle espacio al otro para que exponga sus criterios. Si solo una persona habla, no es una conversación, es un monólogo, y este es uno de los problemas que más se repiten. Por eso en este espacio queremos abordar hoy sobre las habilidades que podemos mejorar siguiendo simples consejos para incentivar la compresión y la tolerancia porque, de verdad, un ambiente de continuas discusiones nunca será sano si queremos vivir en armonía.
Sí, porque muchas veces no entendemos el comportamiento del otro y nos cerramos sin darle la oportunidad de explicarse para reflexionar juntos y resolver el dilema. Lo peor es cuando un pequeño altercado se prolonga en el tiempo, se hace mayor, y de repente ni adivinamos cómo llegamos a ese punto en que ni siquiera sabemos cómo salir porque nos atrapa el orgullo o la tozudez.
La relación de pareja requiere constante comunicación, y para que el diálogo no se deteriore necesitamos tener en cuenta que la razón no es absoluta. Como en la vida, todo es subjetivo porque cada quien mira, en primer lugar, desde su punto de vista, y es normal que en principio perdamos la perspectiva y creamos que nos comunicamos bien, y que es la otra persona quien no nos entiende.
Caricatura de Tute tomada de Internet
Es errada la sensación de que somos quienes estamos bien y que no tenemos ya nada que aprender. Quizás esta es la causa de que a menudo ni siquiera preguntamos lo que no nos parece claro, que ni intentemos tratar de comprender, y por supuesto ni valoramos la posibilidad de corregir.
Una postura así es común que venga acompañada de otros comportamientos como estar aferrados y reaccionar con ironía, pujanza; también nos puede llevar a ignorar, hacer silencio o disminuir el contacto durante días; ser escurridizos, despreciar o minimizar la importancia del asunto, o por el contrario, ser insistentes e inoportunos, al punto de molestar. Y todas estas son reacciones que pueden experimentar una pareja por el solo hecho de no resolver una dificultad, sin que necesariamente disminuya el amor, por lo tanto, resulta lamentable llegar a una crisis a veces por nimiedades.
Expertos en psicología afectiva refieren que podemos evitar esos daños provenientes de la mala gestión de la comunicación, y que a veces son irreversibles. En ocasiones solo basta con aprender a regular las emociones, y no quiere decir que sea una tarea fácil, pero se puede intentar. Con inteligencia emocional, y en la medida de lo posible sin que medie el impulso, intentemos pensar y anticipar lo que decimos para no herir ni dejar segundas interpretaciones.
Pero si ya nos encontramos en plena discusión subida de tono, ofuscados, incómodos, lo mejor puede ser refrescar, dejar pasar un tiempo para que cada quien acoteje sus pensamientos y luego conseguir conversar sosegados. Pensemos que molestos no es el mejor estado para decidir ni hablar, lo ideal es encontrar el momento oportuno para ambos, pero nunca, nunca dejarlo sin concluir porque siento que así solo se crean baches en la relación.
En efecto, es fundamental exponer nuestro punto de vista no para querer “ganar” sino para llegar a un consenso y, aunque nos cueste, debemos permitir al otro la posibilidad de expresarse, que también se sienta escuchado. Puede que después de la pausa hayamos ordenado mejor el discurso que antes no estuvo claro y que produjo incomodidad. Quizás la polémica viene porque no escuchamos la idea completa, porque la entendimos mal, porque contradice nuestras preferencias, y, así, muchas opciones más.
No pocas veces nos tocará ceder, pedir disculpas, y también aceptarlas para hacer las paces, y cuando eso suceda conviene no reprochar ni guardar. Recordemos que vivir en pareja no quiere decir que estaremos de acuerdo en todo, y que no es bueno responder con impulsividad. Esto aplica tanto para el amor como para cualquier vínculo social.