¿Biden? ¿Trump? ¿Juana o su hermana?
Si mantiene la ligera ventaja que tiene ahora en las encuestas, Donald Trump debe derrotar a Joe Biden en las elecciones presidenciales de noviembre de este 2024.
Al parecer, la dirigencia demócrata ha sopesado las fisuras acerca de la edad y el entendimiento del actual presidente, pero ha considerado que un cambio a última hora sería contraproducente.
Ello, a pesar de la publicación de un informe acerca de su gestión de documentos clasificados, en el que el fiscal especial Robert Hur concluyó en su informe que no presentará cargos contra Biden, pero sí lo describió como “un hombre mayor y bienintencionado con una mala memoria” que olvidó cuándo murió su hijo o hasta cuándo fue vicepresidente con Barack Obama.
Los republicanos aprovecharon para señalar a Biden como un anciano senil incapaz de liderar la mayor potencia del mundo, y los demócratas respondieron que Trump solo tiene cuatro años menos y muestra opiniones y comportamientos más erráticos que los de Biden.
Se especula sobre un Plan B, que sería el que Biden delegara sus votos para que otro candidato ocupe su puesto, posiblemente en junio, aunque también se menciona la Convención Nacional Demócrata en agosto.
Algunos analistas piensan que podría ser sustituido por la vicepresidenta Kamala Harris o la más popular Michelle Obama, ambas con simpatías en el importante segmento afronorteamericano.
Lo cierto es que, hasta ahora, lo más probable es que Biden sea el candidato demócrata a la presidencia, pese a las críticas a su edad. Y ahí los demócratas y el propio presidente tienen que aprender a convivir con una vulnerabilidad que no va a mejorar: seguirá envejeciendo.
Trump tampoco tiene interés en que la edad sea parte del debate de campaña: “La edad es interesante porque algunas personas son muy lúcidas y otras pierden facultades. Pero no, él no es demasiado viejo en absoluto. Es sumamente incompetente”.
¿Y NOSOTROS?
Nada bueno que esperar, porque aunque hubiera algunos presidentes con tibias y disimiles opiniones, el plan general lo establece el establishment gobernante: eliminar al «régimen» cubano.
Expresidentes de Estados Unidos como Jimmy Carter y William Clinton se han manifestado contra el bloqueo. Incluso Barack Obama, quien restableció las relaciones diplomáticas con Cuba en el 2014; antes de ser presidente, en el 2004, expresó que no había logrado elevar el nivel de vida y apretado a los inocentes, y era hora de reconocer que esa política había fracasado.
Claro, no es lo mismo decir desde fuera de la Casa Blanca que una vez en ella, cuando tiene que enfrentarse a toda la maquinaria del sistema y a poderosos intereses.
Resulta oportuno aclarar que aunque Carter fue el único presidente en ordenar por directiva oficial el intento de normalizar las relaciones con Cuba, no renunció en ningún momento “al cambio de régimen”, sólo que invirtió la ecuación en la estrategia: limitación al activismo internacional de Cuba, distanciamento paulatino de la “órbita soviética”, normalización de las relaciones y cambio de régimen.
Además, creó una Oficina de Intereses, cuyos funcionaron multiplicaron las acciones subversivas e intentaron crear y fortalecer la oposición interna, para lo cual reclutaban contrarrevolucionarios.
En el caso de Clinton, este firmó la Ley Helms.-Burton que endurecía el bloqueo contra Cuba. Aunque había exteriorizado su negativa a rubricarla, fue presionado por su Partido Demócrata, con el fin de que su rival Republicano dejara pasar un paquete de medidas que resguardaba sus intereses.
Clinton también fue “regañado” por el establishment por limar asperezas con la muy vilipendiada y sancionada República Popular Democrática de Corea, a donde incluso llegó a enviar a un hermano y su grupo roquero a Pyongyang, donde actuó exitosamente y recogió vivencias agradables de la música e intérpretes de la nación socialista, como declaró.
En lo que respecta a Barack Obama la situación se muestra más compleja y habría que analizar el porqué no restableció las relaciones diplomáticas con Cuba en su primera gobernanza, cuando tenía ventaja legislativa, y no en la segunda, ya con desventaja.
Si la esposa de Clinton, Hillary, hubiese llegado a la Presidencia, la situación no hubiera sido más favorable, debido a sus estrechos vínculos con la gusanera miamense.
Pero llegó Trump, con cierres incluso para los agricultores republicanos que negociaban ventajosamente con Cuba, así como centenares de medidas para apreciar un bloqueo repudiado por la comunidad internacional, pero esto le importa un bledo a quienes gobiernan Estados Unidos.
Y Biden, incumpliendo promesas de su campaña, siguió los derroteros trumpistas, con algunas irrisoriedades para tratar de hacer más daño en las cuestiones relativas a la desigualdad.
Contra todos estos males, agravados aún más por situaciones internacionales desfavorables, se ha tenido que luchar para evitar el regreso a la barbarie del capitalismo en una de sus fases más deprimentes.