Tomados de las manos
En el horario de la merienda, mi maestra sentaba a los niños juntos, buscaba una forma, elegante y sutil, de compartir todo entre todos. Había tantas risas, tanta alegría, que solo ahora, a la altura de mis 35 años, comprendo su gran corazón.
Con ella aprendí mucho más que las primeras letras. Guardaba detrás de la puerta del aula un uniforme impecable. Cuando llegaba aquel pequeño, fruto de una relación familiar compleja, ella, antes de que nadie se percatara, lo vestía, peinaba y perfumaba. A pesar de las tensiones económicas, tuve una infancia feliz.
La historia, tan compleja como caprichosa, vuelve sobre sus pasos para recordarnos que las preguntas del presente ya se respondieron en el pasado, y que, si logras comprenderlas cabalmente, podrás caminar confiado hacia el futuro.
Jamás imaginé vivir una pandemia, decir adiós a personas valiosas, implorar la protección divina. Juntos creamos las vacunas que nos salvaron y organizamos una campaña de inmunización masiva. Si pudimos vencer a un virus que doblegó al mundo, ¿cuánto más podríamos lograr?
Cuando pienso en estos últimos tiempos, no me enfoco en lo que hemos pasado, sino en todo lo que hemos vencido. Ahora los retos siguen siendo inmensos. Hacer florecer la economía y maniatar la inflación parecen un desafío gigantesco. En medio de carencias de todo tipo, precisamos activar la inteligencia colectiva para salir de la adversidad, tomados de las manos.
En ese empeño, el mayor capital con el que contamos es nuestra gente. Siempre podremos idear, de conjunto, formas inteligentes y justas de atender la vulnerabilidad en las circunstancias actuales, y trazar políticas que cuiden a quienes más lo necesiten, para que nadie quede atrás.
Las respuestas esenciales para comprender el presente y construir el futuro siempre las encuentro en el pasado. Me remonto al horario del recreo, y vuelvo a ser esa niña que aprendió de su maestra cosas más importantes que las tablas de multiplicar.