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Educar por + o por –

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Recuerdo como si fuera ayer el dibujo de Susana, mi amiguita de la primaria, en la libreta de autógrafos que llenamos de sueños y buenos deseos al finalizar el sexto grado: era yo, micrófono en mano, reportando (así lo explicaba en el globo de texto tipo historieta) Y es que desde entonces yo tenía bastante claro que quería ser periodista.

Sin embargo, unos años más tarde, entré a los talleres de teatro de la maestra Miriam Muñoz, en el matancero Mirón Cubano, en eso me sorprendió el noveno grado y a esa hora no quería saber de los repasos de Matemática con el pintoresco y brillante profe Tolosa para entrar al IPVCE, estaba decidida: quería ser actriz.

Cuando me eliminaron en la primera vuelta de los exámenes de la Escuela Nacional de Arte, prácticamente no me quedaba tiempo para prepararme con seriedad con vistas a las pruebas de ingreso de la Vocacional. Mi otra alternativa era estar entre las tres primeras notas del concurso provincial de Español, para ganar la plaza de forma directa, pero eso tampoco sucedió. Si alguien me hubiera dicho que renunciara, probablemente lo habría hecho, pero mis profesores y mi familia no solo me apoyaron, sino que me alentaron a continuar.

En mis tiempos, como decimos quienes vamos tachando más fechas del almanaque, la escuela solía apostar por más, o quizás no sea cuestión de épocas, sino de personas, de docentes y directivos que desafinan preocupándose principalmente por las estadísticas o el prestigio de un plantel y no por las personas que allí se forman, que ven solo números y calificaciones, donde deberían ver educación, y ya lo dijo el más sabio: puesto que a vivir venimos, la educación ha de prepararnos para la vida.

¿Es posible, entonces, invitar a un estudiante a rendirse? Claro que hay reglas, parámetros, requisitos, procedimientos establecidos, pero ¿alguien tiene derecho a sugerirle a un adolescente que renuncie? Eso es educar por menos. ¿Habrán pensado esos supuestos educadores qué están formando? Seguramente hombres y mujeres incapaces de recuperarse de las mil meteduras de pata que les esperan en el futuro, de hacerse cargo de sus errores y tomar los riesgos necesarios para enderezar el trillo.

Alertar, claro. Llamar la atención, por supuesto. Hablar de frente, también. Exigir que los esfuerzos estén a la altura del reto, obvio. Marcar límites, sin dudas. Todas son tareas de la educación, sin embargo, no son inherentes a ellas la manipulación, el ataque a la autoestima y, una y otra vez, la anulación del derecho (casi deber) de perseverar.

Siempre hay otra perspectiva de las cosas, una que va por más, que insta a llegar hasta el límite de las posibilidades y las capacidades de cada individuo, no es una voz menos firme, sino con otro signo. Afortunadamente tampoco faltan los maestros que movilizan: “esto es hasta el final” y hasta allí acompañan: hasta el final.

Las palabras de una madre cubana, cuyo hijo se encuentra en uno de esos puntos de giro que tiene la etapa estudiantil, me hicieron reflexionar sobre este tema:

“Lo que toca es apoyar en lo que él decida, renunciar, no intentarlo, no puede ser el mensaje, ni para esta situación, ni para nada en la vida. Si lo logra, ganamos todos y si no, cuando él mire hacia atrás, tiene que decir: no aprobé por mi falta de estudio, por mis actitudes, no puede ser que se pregunte qué habría pasado si lo hubiera intentado, si mi familia o mis maestros no me hubieran convencido de renunciar”.

Un artículo publicado por una web especializada en educación, aconseja:

Fomentar la perseverancia: Animarlos a seguir adelante, incluso cuando están frustrados, es una habilidad importante para tolerar la frustración. Debemos impulsarlos a trabajar hacia sus objetivos a pesar de los contratiempos.

Fomentar la toma de riesgos: A menudo, los niños temen al fracaso, pero es importante animarlos a tomar riesgos y enfrentar nuevos desafíos. Podemos ayudarles a comprender que tomar riesgos conlleva oportunidades y experiencias positivas.

La invitación no es a crear falsas expectativas o una idea inflada de las oportunidades y probabilidades, pero en una isla que, si navega hasta hoy contra viento y marea, es porque no sabe rendirse, la escuela debería decir  siempre como canta el poeta: “he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado.”

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