Martí es presencia vital
Ofrendas florales de Raúl y Díaz-Canel, y 21 salvas de artillería en La Habana y en Santiago de Cuba, honraron el aniversario 171 del natalicio del Héroe Nacional José Martí, en cuyo homenaje, el sábado, una gran marcha de antorchas alumbró con su luz a la Patria
Desde aquel alumbramiento glorioso en la calle de Paula, en 1853, hasta los destellos desgarradores de tres disparos en Dos Ríos, en 1895, apenas transcurrieron 42 años en la vida de un hombre que se levantó con su Patria para todos los tiempos. No necesitó más.
En ese primogénito varón de una familia de ocho hijos, encontró Cuba un asidero moral para defender la dignidad de un pueblo y de un continente, mancillada por el látigo opresor de dominios extranjeros.
En su pluma magistral, hecha de versos sentidos y de una prosa pujante, encontró la historia la radiografía de una nación sangrante, la verdad de los pobres, la maravilla de la infancia, las doctrinas indispensables para luchar por la soberanía… y la belleza de las palabras amor, unidad, libertad y Patria.
En aquel gigante de alma y de pensamiento –cuyas pupilas «ardieron» al presenciar los horrores de la esclavitud siendo apenas un niño– también encontró la Isla un símbolo de sacrificio colosal que aún asombra.
Basta solo con recordar al jovencito menudo de 17 años que sufrió presidio con un grillete de hierro asido a una pierna, o al mismo revolucionario que luego fue deportado de su nación y, desde el exilio, logró unir voluntades, fundar un Partido y organizar una guerra necesaria. Así de vital era el liderazgo del Apóstol.
Profundamente marcado por la suerte de los pueblos indígenas y los dolores de nuestra América, aquel embajador de la libertad y de las ideas latinoamericanas fue acaso más grande cuando selló, con su intensa actividad como patriota, una de sus frases escritas que mejor lo retratan: «el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo». Así de íntegro era el más universal de los cubanos.
Pequeño de estatura y gigante de corazón; frente amplia y ojos entornados; verbo limpio y carácter categórico, le llamaron Delegado, e incluso Presidente, pero siempre desde el respeto y la admiración. No podía pasar de otra manera con quien antepuso los dolores del cuerpo a la causa emancipadora, deslumbrando con su sacrificado bregar a tabacaleros y emigrados, a letrados y antiguos esclavos, a generales de la guerra, a mujeres y niños, y a patriotas de otras naciones.
Por eso se ha dicho muchas veces –y con total certeza–, que Dos Ríos no fue su final. Desde aquel 19 de mayo, la sangre generosa del Maestro fecundó la tierra amada y su esencia irradió luego otros combates y a otros hombres que honraron, con la independencia de Cuba, su legado.
Es la presencia vital que nos sigue acompañando entre ríos y montañas… y en las batallas cotidianas de un país en Revolución, que tiene como referente la vida y obra de ese hombre extraordinario que llamamos José Martí.