En el camino de la cultura hacia el año nuevo
Cuba requiere de sus potencias espirituales para la construcción de sentidos en cuanto cultura
La cultura en Cuba posee muchos desafíos de cara al 2024 y es que el 2023 no fue precisamente un año fácil. Estuve en varios espacios en los cuales se apostó por mantener la programación, a pesar del déficit monetario que se padece, ya que los creadores merecen y necesitan del pago. Todo lo que en materia de promoción, crítica, exposición o representación se ha avanzado tiene que preservarse en aras de que el país pueda sostener un discurso coherente con su política cultural. De lo contrario estaríamos hablando de asuntos escolásticos que nada le aportan a la vida y el desarrollo. No obstante. En Cuba persisten cuestiones de construcción de los espacios y de las legitimidades en materia de arte que padecen de una falta de seriedad y que ahora, cuando escasean los recursos, se nota mucho más. ¿De qué se habla cuando se toca el asunto de las jerarquías estéticas? Precisamente del dinero que se destina a unas cosas y a otras no en concepto de la mayor o menor pertinencia o calidad.
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En tiempos en los cuales persiste una crisis de materiales con los qué hacer la cultura, todo será cuantificado y medido para que se reparta con la mayor igualdad posible. Ello no quiere decir que un festival como el de cine tenga que estar a la altura de otras actividades que por su naturaleza no tienen la relevancia ni el alcance que aquella otra. Las comisiones tendrían que determinar y establecer los cánones a través de los cuales con justeza se accede a los recursos. En ello, en el pasado, la Casa de las Américas marcó un hito no solo por la legitimación del buen arte sino por su nexo con el continente. En estos momentos, hay que decirlo, no existe una conciencia de la seriedad con la cual se mueven estas cuestiones y ello daña la percepción sobre la cultura que tenemos y que se trasmite hacia el mundo. En el 2023 hubo aciertos en esta materia, pero persiste la carencia de una crítica especializada que de alguna forma facture un criterio y una nivelación de esencias, tampoco se llegó a darles a los espacios el merecido valor en cuanto a promociones. Hay actividades en provincia que, a pesar de su valor universal, permanecen en la crisis y algunas en el olvido. Festejos populares, tradiciones de todo tipo, creadores de calle y personas mágicas que a pesar de tener incluso obras de prestigio permanecen relegadas. La cultura es también un trabajo de orfebre, ese que devela la joya, la coloca en su lugar y le da valor.
En los procesos de la cultura hay siempre un algo que se nos pierde y que tiene que ver con darnos a respetar como nación culta que no tiene por qué relegarse a sí misma. La colonización simbólica, la presencia de fenómenos ajenos y su instrumentalización en contra del crisol de Cuba no son elementos fortuitos. Sin embargo, muchas veces se les quiere ver de tal manera ingenua, desprovista de las armas necesarias de quien maneja y estudia la cultural real. En este sentido, nada hay más perentorio que construir formas de capacitación para enfrentar desde el estudio lo que somos y lo que podemos llegar a ser. El pensamiento cubano está allí esperando por un redescubrimiento que lo recoloque en el centro de las discusiones de los diversos espacios. No solo en materia de bellas artes, sino de estudios filosóficos, históricos, culturales y antropológicos que ofrezcan una mirada humanista más profunda, desprejuiciada y aguda de la sociedad. Cuba requiere, en tiempos de crisis, de pensamiento y personas que aporten. El inmovilismo en materia de sensibilidad es el peor ingrediente.
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¿Cuánto de lo que hoy forma parte de la producción teórica en ciencias sociales está siendo usado como material de asesoría en la toma de decisiones del Ministerio de Cultura? Solo un acercamiento responsable y sin cortapisas al asunto nos dará la medida de lo que podemos trabajar y lo que nos falta en la concreción de la política cultural. Y cuando digo esto me refiero claramente a la cultura no entendida como un ser ya hecho y cosificado, sino a la cuestión real que está atravesada por los males y los perjuicios que se viven en la porción cotidiana y llana de la realidad. Esa cultura que permanece impactada por el fenómeno del éxodo, que está en medio de un drama por el envejecimiento de la gente y por la carencia de mano de obra y de profesorado en las escuelas de arte. Allí es hacia donde hay que girarse, porque pensar eso nos conduce a la transformación y es lo que Cuba requiere en estos momentos. Pero no habrá alimentos, ni precios asequibles, si el ser que nos habita no posee cultura, si lo que somos no brota con libertad y turgencia.
El año no solo es un pretexto del calendario para reunir fuerzas, sino que debería ser colocado como la marca simbólica para los cambios que nos merecemos como pueblo. No existe economía sin belleza y viceversa. La cultura es una relación dialógica entre la realidad y la expectativa, entre el ser y el deber ser. En el medio se encuentra un equilibrio fino, un estanco metafísico que nos llena, que posee en sí ese núcleo ideal. El resumen de lo que nos queda por hacer pudiera tener en cuenta otras variables, pero es menester aprovechar las cuestiones de esencia para que sean alcanzadas las particularidades. Solo así estaremos en el camino de la cultura.