Dulce atracción (+Audio)
Crecí en la casa de una maestra, así que temprano aprendí de esa pasión por enseñar a toda hora: cuando mi abuela jugaba a las bolas en el césped impecable del patio, cuando me preparaba las meriendas, cuando antes de asomarme aún a la escuela acompañó mis manos para hacerle la trencita a la A. Y fue una suerte. Ella es mi maestra favorita.
Luego anduve de la mano de medio centenar de docentes, enseñanza por enseñanza, a los que vi siempre aprender junto a nosotros. Esos fueron mis maestros, y está su impronta, más de lo que uno cree a veces, en la mujer que soy.
Pero luego, cuando terminó el camino de la Universidad, tuve que redescubrir a los docentes. Esta vez, desde el ejercicio inquisidor de buscar en ellos todo tipo de respuestas. Y conocí a tantos y tan buenos, que en cada entrevista intentaba encontrar la luz que los impulsa. Los maestros son conversadores fáciles, testimoniantes estrellas, serviciales incluso ante las crisis, necesarios para aliviar los encontronazos que a cada rato le tocan a la prensa.
Durante unos cursos también me impuse el reto de pararme frente a un aula, y entendí que es difícil, y aleccionador, y hermoso. Y que siempre te quedas con ganas de enseñar, porque es la mejor manera de aprender.
Lurdita anda con sus muchachos de sexto desafiando el protocolo, Pucha asiste a diario al círculo infantil en busca de las sonrisas de sus niños, Ileana parece adolescente en las aulas de Mella, Odalys engalana el pre como si fuera su casa….y podría seguir poniendo ejemplos.
La cofradía de los buenos maestros parte del compromiso. Con sus alumnos, con los padres de sus alumnos, con su escuela, con su ciudad, pero sobretodo, con ellos mismo, que se reconocen educadores en cada escenario. Así, como mi abuela, que me enseñó desde niña la parte hermosa de la vida. Esa que siguen enseñando en las escuelas los maestros de hoy. Gracias.
Imagen: Archivo CMHS.