Libertad responsable en la crítica de arte
El festival de música contemporánea que se hace en La Habana posee todas las potencialidades de un evento de altura que prestigia a la cultura y a las instituciones
El festival de música contemporánea que se hace en La Habana posee todas las potencialidades de un evento de altura que prestigia a la cultura y a las instituciones. Hay en la nación fuerza suficiente para darnos un sitial de honor entre quienes cultivan el género, pero más allá de eso hay que analizar una vez más si el sistema de promoción, crítica y recepción del suceso está engranado con los hechos y si se jerarquiza el consumo como se debe. En este aspecto, como ya se ha recalcado muchas veces desde las páginas de esta columna cultural; el país tiene mucho que hacer y ello va dirigido a la construcción de un ecosistema crítico en el panorama de nuestros medios masivos de difusión.
Recientemente se hizo un congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en el cual se analizó de qué manera se puede potenciar, posicionar y relacionar mejor el contenido de una plataforma con sus aspiraciones más ideales o el deber ser más elemental. No faltaron palabras que aluden al periodismo especializado y la necesidad de que aparezca más en nuestras páginas.
Este asunto, tan llevado y traído, tiene en los autores de nuestras publicaciones seriadas un punto de conflicto y es el que está determinado por las dinámicas productivas y las exigencias de las plataformas en el orden estilístico y de contenido. Si la crítica musical no está más presente no es porque resulte innecesaria, sino porque no se potencia como parte de la naturaleza más esencial del modelo de prensa.
En otras palabras, la especialización lleva años de preparación y, aunque en intenciones existe la voluntad de contar con esos autores, poco se hace para el fomento de su aparición y su posterior permanencia. Conozco el caso de excelentes reseñistas y críticos de música en medios cubanos que, ante incomprensiones, debieron abandonar sus puestos y, tras su partida, quedó simplemente un ejercicio ausente. Hay profesionales como Joaquín Borges Triana que impulsan el género y su vertiente más crítica, pero desde estancos en la prensa que tienen poca o muy nula masividad de cara al consumo de los públicos.
La crítica musical pudiera recolocar eventos como los de música contemporánea, que necesitan de una interpretación, de una exégesis, de un posicionamiento en el criterio. Ello debiera no solo contribuir al desarrollo de este tipo de eventos, sino educar a un público que no posee ahora mismo una brújula por la cual establecer sus pautas de consumo. Si en el congreso de los periodistas se dijo que la comunicación no puede ser espontánea, la crítica mucho menos y, aunque nunca ha habido escuelas para la formación de esta especialidad del periodismo, el propio fogueo de las redacciones no posee un clima propicio para su surgimiento.
No se hace una nación sin una brújula del consumo que lleve a efecto lo mejor del buen gusto y que, además, tenga en cuenta las herramientas profesionales concebidas para dicho ejercicio. Pero lo que hemos visto en las últimas décadas, desde la desaparición física de Rufo Caballero, es la proliferación de una prensa que a duras penas reseña la hechura musical de determinado artista. En este punto, como otros, pesa también el mercado que legitima y posiciona un paradigma especifico y que no permite que otras voces eduquen el panorama. Si no se ocupa el espacio de arbitraje, otros lo ocupan.
En otras palabras, nada debe dejarse a la espontaneidad en un mundo donde ya no existe un accionar ingenuo y aunque existe la reseña musical, carecemos de armas filosas que diseccionen el fenómeno en su totalidad y lo recoloquen como parte del conflicto más general y esencialista del arte. Si en un congreso de la UPEC se aboga por la dignificación del ejercicio profesional y por un financiamiento mayor destinado a la formación de posgrado y al alcance óptimo de un nivel de teoría y de praxis dentro de la carrera, es porque existe una conciencia de la necesidad de la crítica como pilar fundamental para el consumo estructurado y jerárquicamente responsable.
¿Quiere ello decir que el especialista como árbitro va a coartar la libertad de la gente de oír determinada música o los va a forzar a acudir a un festival de piezas contemporáneas o antiguas? Para nada y ello resulta una verdad pétrea, aunque a veces se manejen criterios infantiles acerca del papel del crítico y mediante esos preceptos se limite su accionar. Las columnas especializadas no son mataderos a los cuales se lleva a los artistas, sino podios de participación ciudadana, que, con seriedad en el tino cultural del asunto, emiten un concepto acotado por el contexto.
Quienes recuerden el espacio de Rufo en la televisión podrán dar fe de la forma empoderada y certera con que se emitían los criterios y cómo eso constituía incluso una herramienta de disuasión ante el mal gusto y otras deformaciones en el consumo. Ahora, ante la ausencia de esos elementos categoriales en la prensa, se actúa de forma reactiva y no proactiva ante sucesos como los vistos hace poco con un video clip que ni de lejos ha sido el único caso ni el peor. La libertad implica responsabilidad y si bien el arte existe para romper los estereotipos y hacer añicos la falsa moral, también es un hervidero de ideas de vanguardia que colocan el listón del consumo siempre un paso más allá. Cuando esto no ocurre, algo estamos haciendo mal. La crítica no va a ser lo único que conduzca el consumo en nuestro país, ya que el fenómeno tiene que ver con la decadencia del papel del logos y de los estudios centrados en la razón, a la vez que con la concentración cada vez más de un poder mediático en manos de zonas de gratificación facilistas y momentáneas como lo son las redes sociales.
Hay en Cuba excelentes críticos de la vieja escuela, pero el arte requiere de una actualización en cuanto a códigos y decodificación. En esto las escuelas pudieran formar una especie de avanzada, colocando talleres en los cuales se promueva la disección de piezas y de procesos de la cultura, ya que su tarea no solo es la producción de sentido, sino la reproducción y la recepción de dicho sentido. Y eso no es un tema teórico, sino práctico y anclado a una verdad concreta. A veces también olvidamos que el consumo posee una dimensión de poder y que a partir de allí se deciden importantes conceptos que participan en la concreción del sentido político. O sea, nada de lo que se dice o se consume, está exento de provenir o de aspirar a un fin determinado en la arena de lo sociopolítico y lo clasista. Si ahora mismo no poseemos una crítica de arte poderosa, ese escenario tiene varias explicaciones y algunas de las mismas hunden sus raíces en un terreno más profundo que la simple cuestión volitiva.
¿Quiere decir esto que todo esté perdido? El mantenimiento por parte de la institucionalidad de una serie de eventos de la programación cultural apunta a un contexto en el cual puede fomentarse otro consumo, otra jerarquía de valores estéticos y por ende una mentalidad social diferente. En esa ventaja tan acertada se basan las esperanzas de quienes hoy abogan por la implantación de voces legítimas que puedan ejercer de forma discrecional. Pero deben existir espacio, respeto y dignificación. O se estará echando todo al basurero de la historia. La cuestión profesional del comunicador atraviesa por mediaciones que clasifican como subjetivas y objetivas en una especie de amalgama en ocasiones confusa y hasta inamovible en apariencia. Pero toca hacer un alto en el camino y buscar la legitimidad en esos nichos de sentido que nos pueden otorgar un revival.
La crítica musical o de cualquier otra rama de las artes requiere de una dimensión crítica en el panorama de la cultura, al cual se accede a partir de un proceso conducido de madurez institucional y de validación de procedimientos profesionales. Pero eso quizás es materia para otro análisis en las páginas de esta columna. Hasta entonces, valga la necesidad de que existan eventos y de que se fomente una continuidad de la programación cultural como plataforma de confluencia de consumos diversos. A esa libertad responsable se aspira.