Ballet Nacional de Cuba: 75 años de orgullo
La compañía es una de las instituciones que mejor representa las esencias de la cultura cubana
A principios de octubre de 1948, Diario de la Marina, Información, El País, El Mundo y otros periódicos de la época promocionaban la venta de un abono a dos funciones de ballet señaladas para los días 28 y 30, ambas a las 9:30 p.m. en el Teatro Auditorium.
Los anuncios destacaban la constitución de una nueva compañía de ballet –la primera agrupación danzaria profesional que se creaba en Cuba–, y hacían resaltar el nombre de Alicia Alonso, figura de prestigio internacional y a la que muchos críticos y especialistas consideraban, ya desde esa época, como una de las más importantes bailarinas a escala mundial.
Como el poder de convocatoria de la Alonso ha sido siempre un hecho incuestionable, la expectativa fue enorme, y tanta, que a las dos funciones programadas originalmente, hubo que añadir una tercera, el domingo 31 de octubre.
Las tres representaciones fueron a lleno total, sin embargo, tal vez muy pocos de los que asistieron el jueves 28 de octubre de 1948 al coliseo de El Vedado, imaginaban que serían testigos de uno de los acontecimientos culturales cubanos de más significativa trascendencia, pues como se conoce, ese día ofreció su primera función pública el Ballet Alicia Alonso, a partir de 1955 Ballet de Cuba, y desde 1961, Ballet Nacional de Cuba, compañía que ha llegado a ocupar un lugar prominente en la historia del arte contemporáneo y se ha convertido en una de las instituciones que mejor representa las esencias de la cultura cubana.
El elenco fundacional lo integraban alrededor de 40 artistas, de entre quienes solo una decena eran cubanos. Además de Alicia, sobresalían otros dos nombres esenciales: Fernando y Alberto, los tres pilares, los tres patriarcas del ballet cubano.
La función inaugural estuvo integrada por La siesta de un fauno, de Nijinsky; Pas de quatre, de Lester-Dolin; y el segundo acto de El lago de los cisnes, de Ivánov. Confieso que siempre he visto como premonitorio, aquel programa inaugural: Pas de quatre, ballet eminentemente romántico; el segundo acto de El lago de los cisnes, uno de los ejemplos cimeros del clasicismo danzario, y La siesta de un fauno, una coreografía de Vazlav Nijinsky, creada para los ballets rusos de Serguéi Diághilev, aquella compañía renovadora que cambió para siempre la historia de la danza a principios del siglo XX.
Ya desde su primera función pública, el hoy Ballet Nacional de Cuba, a la manera de un manifiesto estético, dejaba sentadas las bases de lo que llegaría a convertirse en uno de sus sellos distintivos: abarcar con rigurosa fidelidad los más diversos estilos y modos de hacer la danza. Desde el romanticismo más puro hasta las corrientes actuales más latentes, sin olvidar la búsqueda y la promoción de una coreografía auténticamente cubana, de un movimiento danzario nacional…
Desde aquella etapa inicial, Alicia y Fernando aspiraron a que el ballet en Cuba fuese un arte popular. El 8 de enero de 1949, apenas dos meses y medio después de su debut, la compañía ofreció la primera de varias funciones gratuitas, con el propósito de llevar el arte del ballet a todo el pueblo.
Un escenario improvisado en el Estadio de la Universidad de La Habana sería el sitio ideal para que todos tuvieran acceso al arte de la gran cubana y de la compañía recién fundada. A partir de entonces, Alicia y el hoy Ballet Nacional de Cuba se presentaron frecuentemente en plazas públicas, cines y teatros, gratis o a precios muy módicos, lo que permitió acercar el ballet a los más humildes.
La razón de ser de una compañía son sus bailarines. Por eso, desde la época fundacional, Alicia y Fernando tuvieron muy clara la idea de que, si se aspiraba a crear una auténtica compañía cubana, había que formar y entrenar bailarines cubanos.
De esta manera, en 1950, se crea la Escuela Nacional de Ballet Alicia Alonso, centro de especial importancia en la trayectoria de la formación de bailarines profesionales cubanos. Ubicada en 25 y n, donde hoy se alza el Hotel Capri, y posteriormente en l y 11, allí iniciaron o perfeccionaron sus estudios de ballet, muchas de las figuras imprescindibles de la danza cubana.
A partir del triunfo de la Revolución, en 1959, se inicia una nueva y decisiva etapa para la cultura cubana y, en especial, para el Ballet Nacional de Cuba.
El 20 de mayo de 1960, el doctor Osvaldo Dorticós Torrado, como presidente de la República; el Comandante Fidel Castro Ruz, como primer ministro, y el doctor Armando Hart, como ministro de Educación, firmaron la Ley No. 812, que garantizó en forma definitiva la protección del Estado al Ballet Nacional de Cuba.
En el verano de 1961, la Escuela Nacional de Ballet Alicia Alonso deja de existir como institución privada. La experiencia acumulada en 11 años de existencia se pone al servicio de la Escuela Provincial de Ballet de La Habana y de la Escuela Nacional de Arte, surgidas con el triunfo revolucionario.
Un hecho de especial relevancia en estas más de siete décadas de existencia fue la participación de bailarines cubanos en los Concursos Internacionales de Ballet, especialmente las primeras ediciones de Varna, Bulgaria y Moscú, antigua Unión Soviética, en las que nuestros concursantes se alzaron con importantísimos premios, compitiendo con bailarines procedentes de países con siglos de tradición en el arte del ballet.
A partir de entonces, públicos y especialistas del ballet del mundo entero comenzaron a descubrir y a interesarse por el fenómeno del ballet cubano.
Nadie salía de su asombro. ¿Cómo era posible que esta pequeña Isla aportara al ballet universal no solo a una de las más extraordinarias bailarinas del mundo, sino también una compañía de ballet con un estilo muy propio y definido? Una manera distinta de bailar, de moverse y de asumir el repertorio… En fin, una nueva escuela de ballet. La escuela cubana.
Este fenómeno lo definió muy certeramente el célebre crítico inglés Arnold Haskell, con una frase sencilla y lapidaria: El milagro cubano.
«Yo había oído hablar de Alicia Alonso y la había visto. La conocía como una bailarina de talento, cubana de nacimiento, en una compañía americana de primera. Yo conocía a Alberto Alonso desde hace 30 años. Sabía que era cubano, pero lo conocía como miembro de una distinguida compañía rusa emigrada, la del Coronel de Basil. Mi ignorancia sobre Cuba, aparte del aroma de sus tabacos, era total. Esto hubiera continuado así si no hubiera pasado lo que pasó en la amistosa atmósfera del Concurso búlgaro en Varna, en 1964, 1965 y 1966, cuando servía como miembro del jurado. Allí observamos más de 70 bailarines de muchos países, incluyendo los mejores que la Unión Soviética podía producir.
«Antes que empezara el concurso, nos percatamos de algunos nombres cubanos, pero no pensamos nada sobre ellos. Tres días más tarde todo el mundo del ballet hablaba sobre Cuba; vuestras bailarinas fueron una sensación. Los nombres de Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosch y Loipa Araújo fueron familiares para todos, no solo como bailarinas individuales, sino como representativas de una nueva escuela, una escuela cubana. De la noche a la mañana, con su baile se habían situado no solo en nuestros corazones, sino en la historia de siglos del ballet».
Bajo la dirección general de Viengsay Valdés, la compañía la integran en la actualidad principalmente jóvenes bailarines egresados de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, quienes tienen el compromiso de ser dignos herederos de una historia que, para mayor gloria, admiración y orgullo de la cultura cubana, se inició hace 75 años, un día como hoy. Ha sido un camino largo, de incansable, heroico y exitoso hacer.