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Perucho, a la gloria o al cadalso

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«Solo un patriota entero, un revolucionario raigal, una vida entregada hasta el más inesperado sacrificio, un intelecto cultivado y una personalidad valiente y decidida pudo resumir en la letra y la música de nuestro Himno Nacional, el espíritu de su pueblo».

Así evocaría el historiador Eduardo Torres-Cueva, al insigne patricio bayamés Pedro Felipe Figueredo Cisneros –nuestro Perucho–, quien antes de recibir la carga de plomos que cegó su vida el 17 de agosto de 1870, en Santiago de Cuba, honró su himno de guerra al exclamar: «Morir por la Patria, es vivir».

Aquella jornada Figueredo vestía un pantalón de dril crudo, una camisa por fuera, calcetines y unos zapatos viejos; todo en el más deplorable estado de desaseo. Era la imagen de un hombre extraordinario que, nacido en cuna de oro, prefirió cambiar riqueza por decoro, metrópolis por independencia y casa por manigua.

Capturado días antes, el célebre abogado bayamés, amante de la música y la literatura –mambí que secundó el alzamiento de Céspedes en Demajagua y de los primeros en incendiar su morada en Bayamo, antes que entregar la urbe a los españoles– se encontraba enfermo de fiebre tifoidea y apenas podía caminar, por lo que pidió un caballo. Con la intención de degradarlo sus captores, le buscaron un burro, a lo que Figueredo respondió: «No seré el primer redentor que cabalga sobre un asno». Iba a morir.

Su hija Canducha diría, además, de aquel patriota inmenso que por mérito propio llegó a ser Mayor General del Ejército Libertador y Secretario de la Guerra, que él les inculcó a todos, hombres y mujeres: «Muertos antes que rendirse al enemigo».

Tal es el legado que trasciende, más allá del himno, al Perucho hecho de arrojo y convicción, cuya máxima de vida, «a la gloria o al cadalso», se convirtió en una certeza vital, hace hoy 153 años.

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