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El Moncada en voz de sus protagonistas

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«Todos, todos. Era gente joven, de 20, 22, 23, 24 años. De más de 30 años, quizás dos, el doctor Mario Muñoz —el médico del destacamento— y Gildo Fleitas, que trabajaba en las oficinas del Colegio de Belén, y yo lo conocía desde entonces. Ya habían pasado siete años desde que me gradué de bachiller en esa escuela en el año 1945. Los otros pertenecían a células que organizamos en los distintos municipios, con jóvenes de incuestionable calidad humana. Existían muchos en todo el país. El municipio donde más seleccionamos para el ataque fue Artemisa, que entonces pertenecía a la provincia de Pinar del Río, Artemisa aportó entre 20 y 30 futuros combatientes, un grupo excelente. Había también otros procedentes de toda la capital y de varios municipios de la antigua provincia de La Habana, que comprendía el territorio de lo que son hoy dos provincias. (Libro Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet)

Para llegar a nuestros días, fueron de vital importancia los resultados históricos de aquel fracasado ataque al cuartel Moncada:

En primer lugar, inició un período de lucha armada que no terminó hasta la derrota de la tiranía.

En segundo lugar, creó una nueva dirección y una nueva organización que repudiaban el quietismo y el reformismo…

En tercer lugar, destacó a Fidel Castro, como el dirigente y organizador de la lucha armada y de la acción política radical del pueblo de Cuba.

Y en cuarto lugar, sirvió de antecedente y experiencia para la organización de la expedición del Granma y la acción guerrillera de la Sierra Maestra.

Si Karl Marx expresó que los comuneros de París estaban «…prestos a asaltar el cielo…», del ataque al Moncada por varias docenas de jóvenes armados con escopetas de matar pájaros, alguien debiera decir que trataron de tomar el cielo por sorpresa». (Artículo de Raúl Castro Ruz, publicado en julio de 1961, en ocasión del 8vo. aniversario del 26 de Julio).

«El 26 de julio de 1953 la mayoría de los compañeros que nos agrupamos en las células clandestinas, observando las medidas de seguridad y compartimentación indicadas por Fidel y Abel en el local del Partido Ortodoxo en Prado 109, apenas rebasábamos los 20 años. Éramos jóvenes que soñábamos con transformar la triste realidad imperante en la Cuba de aquel entonces.

La República no tenía nada que ver con la soñada por Martí y Maceo. Durante décadas, el verdadero poder había estado en la embajada yanqui y desde hacía más de un año, un dictador había borrado los últimos vestigios de democracia representativa. Los pobres, negros, mujeres, obreros y campesinos, eran vilmente preteridos y discriminados por una oligarquía entreguista y rapaz. (Discurso  del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, en ocasión del aniversario 61 del 26 de Julio en Artemisa)

Recuerdo a Melba tratando de protegerme; yo tratando de protegerla a ella y unos a los otros tratando de protegernos. Cualquier cosa se hace, cualquier cosa cuando otras vidas están en nuestras manos. Cualquier cosa bajo las balas, bajo las ráfagas de ametralladoras, entre los gritos de dolor de los que caían heridos, entre las últimas quejas de los que morían.

Fui al Moncada con las personas que más amaba. Allí estaban Abel y Boris y estaba Melba y estaba Fidel y Renato y Elpidio y el poeta Raúl, Mario y Renato y Chenard y los demás muchachos y estaba Cuba y en juego la dignidad de nuestro pueblo ofendida y la libertad ultrajada, y la Revolución que le devolvería al pueblo su destino. (Libro La pasión que me llevó al Moncada, de Yolanda Portuondo López)

«Antes de la partida, cuando repartieron los uniformes, le dije a Melba:  Yo quiero uno de sargento. Sargento no —me dijo— porque no tienes el tipo, no eres alto, ni fuerte, ni gordo, ni barrigón para dar un sargento de la tiranía. Efectivamente soy delgado, con cara de no mandar a nadie por lo extenuado que estaba del viaje desde La Habana hasta Oriente y los días sin comer casi nada.

A la hora de repartir las armas, pedí un M-1, un Springfield o una pistola. Me dijeron: No, no, nada de eso hay aquí. A ti lo que te toca es un fusil calibre 22. Aquello me enfrió, al pensar que con esas armas íbamos a un combate, y aún más cuando después supe que era para atacar la fortaleza del Moncada, la segunda del país.

Antes de partir para el ataque, después de las palabras de Fidel que fortalecieron mis sentimientos morales, me dije: —arriba con los valientes que hay aquí, ni más que ellos, ni menos. Cuando un hombre da un paso al frente, solo queda atrás herido o muerto. (Libro ¡Atención! ¡Recuento!, de Juan Almeida Bosque) 

La acción heroica

Día 24

Desde La Habana, en automóviles, ómnibus y ferrocarril, con absoluta discreción comenzó el traslado de la mayor parte de los combatientes que participarían en el asalto a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, y Moncada, en Santiago de Cuba.

Día 26

En la madrugada, 135 combatientes, vestidos con uniformes de sargento del ejército batistiano (para confundir a los soldados del cuartel) y dirigidos por Fidel, precisaban —desde la Granjita Siboney— el plan de ataque y se organizaron en tres grupos.

Cuando todos estuvieron listos y momentos antes de partir, se dio lectura al Manifiesto del Moncada redactado por el joven poeta Raúl Gómez García bajo la orientación de Fidel. También Gómez García declamó emocionado su poema Ya estamos en combate.

Alrededor de las 4:00 a.m., los 131 combatientes que dieron el paso al frente, parten de la Granjita en una caravana de autos que toma por la carretera de Siboney.

A las 5:15 a.m. llega al hospital Saturnino Lora el grupo comandado por Abel Santamaría Cuadrado, y al Palacio de Justicia el grupo dirigido por Léster Rodríguez, donde tuvo un gran protagonismo Raúl Castro Ruz. Minutos más tarde, ambos comandos cumplieron su propósito: la toma de esos objetivos.

También a esa hora, el grupo principal, dirigido por Fidel, llegó según lo previsto hasta una de las postas, la No.3 del cuartel Moncada, la desarmó y traspuso la garita, pero una patrulla de recorrido y un sargento que apareció de improvisto provocaron un tiroteo que alertó a la tropa. El factor sorpresa no se había logrado, la lucha se prolongó en un combate de posiciones.

A las 8:20 a.m. los asaltantes se hallaban en total desventaja frente a un enemigo superior en armas y hombres, atrincherado dentro de aquella fortaleza. Comprendiendo que continuar la lucha en esas condiciones era un suicidio colectivo, Fidel ordenó la retirada.

Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago de Cuba, otro grupo de revolucionarios asaltó el cuartel de Bayamo. Esta operación también fracasó.

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