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Asalto al Moncada: una epopeya que comenzó en poesía

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El silencio de la madrugada del 26 de julio de 1953 en la Granjita Siboney, de Santiago de Cuba, fue interrumpido por la voz de Fidel Castro para explicar al grupo de jóvenes que lo había seguido, el objetivo del asalto al Cuartel Moncada.

«Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante (…)”

También fue leído un poema del combatiente Raúl Gómez García que sintetizó la decisión de lucha de la Generación del Centenario del nacimiento del Apóstol José Martí. En una de las estrofas que daba título a la poesía decía: ¡Ya estamos en Combate! /Por defender la idea de todos los que han muerto/ Para arrojar a los malos del histórico Templo/ Por el heroico gesto de Maceo/ Por la dulce memoria de Martí.

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Aquel poeta de 25 años ofrendaría su vida en la acción y pasaría a la historia como el Poeta de la Generación del Centenario. Su obra enlazaría para siempre a los nuevos revolucionarios con la tradición patriótica cubana, iniciada por el autor de la letra del Himno Nacional, Perucho Figueredo, quien escribió las trascendentales estrofas sobre la montura de su caballo en la plaza liberada de la ciudad de Bayamo en 1868.

Así, los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, comenzaron también con poesía para cambiar la historia de Cuba, hasta ese momento determinada por el sistema neocolonial encabezado por el general Fulgencio Batista, quien con la luz verde de Washington acabó con el periodo constitucional en la madrugada del 10 de marzo de 1952, al hacerse con el poder mediante un golpe de Estado.

A inicios de ese año, un corrupto y represivo gobierno provocó el rechazo popular que auguró el triunfo en las cercanas elecciones de las fuerzas progresistas del Partido Ortodoxo y aunque Batista era un general sin batallas, sí sabía cumplir con los intereses del imperialismo yanqui que promovió en la región el anticomunismo de la guerra fría, profesado en el continente por las dictaduras militares.

Desde la propia planificación del 10 de marzo el abogado Fidel Castro, de 25 años, se enfrentó a ese crimen cuando conoció indicios del golpe y se lo informó a la dirección del Partido Ortodoxo que desestimó su alerta, lo cual solo le sirvió al joven líder para concebir una táctica de lucha armada.

La nueva doctrina armada desafiaba una difícil situación política dentro de la sociedad y en los propios sectores progresistas, donde prevalecían credos paralizantes basados en las frustraciones pasadas, con planteamientos de que una revolución no se podía hacer contra el ejército. Fue precisamente ese triste augurio el que se dispuso a desafiar Fidel al organizar las acciones del 26 de julio.

El reclutamiento de los futuros atacantes se realizó con la participación directa del líder entre jóvenes humildes de origen obrero, campesinos, empleados, estudiantes, bajo una concepción unitaria y medidas clandestinas y de compartimentación, a un nivel tal que para el nuevo movimiento se llegó a contar con alrededor de un millar de combatientes, sin embargo, los servicios secretos de la dictadura nunca penetraron esas actividades.

Bajo esos principios organizativos se recolectaron las armas, las municiones y los uniformes del ejército que utilizarían los atacantes para incrementar la sorpresa, recursos que fueron sufragados por los mismos revolucionarios aportando sus modestos sueldos o la venta de bienes personales.

Tras el fracaso militar de los ataques siguió una salvaje represión, especialmente contra los asaltantes, bajo la orden del dictador de asesinar a diez por cada soldado muerto en combate, cuota sanguinaria cumplida con alevosía por los esbirros batistianos que ultimaron a 55 revolucionarios y a dos personas ajenas a los acontecimientos.

A pesar de la derrota, el pueblo reconoció a un indiscutible guía en Fidel Castro, quien en su autodefensa ante el tribunal que lo juzgó, conocida como La Historia Me Absolverá, denunció los asesinatos, expuso los males del régimen imperante y anunció su programa que comenzó a lograrse desde la etapa de la lucha insurreccional en la Sierra Maestra hasta hacer posible el triunfo del Primero de Enero de 1959.

Habían transcurrido poco menos de seis años de la histórica madrugada del 26 de julio de 1953, cuando las palabras de Fidel y aquel poema vaticinaron la victoria definitiva de la causa por la que un puñado de jóvenes se aprestaron a vencer o morir en el Centenario del Apóstol José Martí.

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