¡Tú no sabes lo que es llegar a viejo!
¡Tú no sabes lo que es llegar a viejo!, así le dijo un señor que aparentaba sus casi 80 años, tras pedirle a un joven con uniforme de preuniversitario que lo ayudara con las operaciones en un cajero automático.
«Esa es la ventaja suya, abuelo, usted ya sabe, yo todavía tengo que ver si llego», le respondió el muchachito con aires de madurez mientras marcaba en el teclado la cifra que «el abuelo», le había indicado.
Cuando le devolvió la tarjeta, el poco de dinero dividido en tres extracciones para evitar «billetes muy grandes, que lo confunden» y los papelitos impresos al inicio y al final de cada operación, a lo cual accedió el ayudante con toda paciencia, el anciano se le echó encima y lo abrazó como se abraza a un hijo, como quien necesita, más que ser ayudado, abrazar.
Los de la cola, que no éramos pocos, dejamos por un instante de protestar por la mitad de los cajeros de La Habana que no tienen nunca efectivo y la otra mitad sin servicio para comentar la escena: «la juventud no está perdida, dijo una»; «voy a darle un beso a mi vieja en cuanto entre por la puerta», prometió otro. Creo que, en el fondo, todos nos fuimos pensando en nuestros viejos.