Rusofobia: la otra guerra
El regimiento militar neonazi Azov, de Ucrania, creó el eslogan de «poner el cuchillo a todos los rusos», y, transcurrido el tiempo, lo ha sustituido por el llamado a la «masacre a todos los rusos».
Es solo un ejemplo de los tantos en los que la rusofobia levanta la cabeza y actúa, desde un alto puesto de combate, en la guerra contra Rusia.
Lamentablemente, la historia, cuando menos, es obviada y muchas veces pisoteada; las raíces culturales se talan sin razón justificable, y hasta el comportamiento humano se desdobla en una especie de competencia buscando al ganador entre los que odien más.
Esa es la otra guerra, que se libra junto a la de los tanques, los aviones y las bombas, y muchas veces termina en verdaderas «masacres culturales» y de los principios éticos.
Estados Unidos, la OTAN y los fascistas en Ucrania han hecho de la rusofobia una especie de cartilla en la cual aparecen, debidamente ordenados, cada uno de los elementos para crear un escenario de odio hacia Moscú, sus autoridades, su pueblo y hasta su propia historia.
El objetivo que se persigue es revertir, y a la vez justificar, la verdadera raíz de la actual situación de guerra. Quien sitúa las tropas de la OTAN y sus medios bélicos muy cercanos a territorio ruso tiene que hacer creer que es el Gobierno de Vladimir Putin el que actúa contra la nación vecina.
Igual propósito tiene quien suministra cifras multimillonarias de armas de todo tipo a Kiev, para actuar contra los militares rusos, o quienes imponen al país cientos de sanciones económicas, comerciales y otras, con el fin de debilitarla y hacerla rendir.
Algo que, por supuesto, Estados Unidos y Europa no reconocen como franca violación de los derechos humanos, es lo ocurrido en las últimas décadas contra la población rusoparlante en Ucrania, que ha sido atacada militarmente, cercenados sus derechos, su idioma ha sido prohibido, su religión perseguida, y su vida hecha un infierno.
Tampoco se profundiza mediáticamente sobre la verdadera historia de algunas regiones, hoy ucranianas, que antes fueron rusas y tampoco en el derecho que tienen esos pueblos, agredidos y mutilados culturalmente, de, a través de la consulta popular (referendos), optar por mantenerse con el actual estatus o formar parte de Rusia, país al que los une la historia, la consanguinidad y la cultura, entre otros nexos.
Debe conocerse también que los elementos fascistas han hecho de las relaciones de esas familias y pueblos, con parientes de la nación vecina, un elemento para crear el odio, el rechazo a todo lo que tenga que ver con Moscú, aunque sea el parentesco sanguíneo y las raíces de una cultura milenaria.
La doble moral occidental, en primer lugar, estadounidense, se evidencia nítidamente cuando el Gobierno de Washington promueve y financia la separación de Kosovo como territorio de Serbia, mientras hace la guerra a Rusia por aceptar que la población de Crimea haya optado, democráticamente, por volver a ser un territorio ruso.
Pero la rusofobia ha ido aún más lejos, cuando se trata de impregnar en la población ucraniana la negación del papel de las fuerzas militares de la antigua Unión Soviética, y de Rusia en particular, en la liberación del territorio de Ucrania y del resto de Europa, ocupados y masacrados por las fuerzas fascistas durante la Segunda Guerra Mundial.
Los 25 millones de soviéticos que dieron su vida hasta vencer a las fuerzas del fascismo alemán en países como Ucrania y algunos otros, se les ignora, y hasta se tergiversa la historia, y los monumentos a los héroes que hicieron posible tal proeza ahora son derribados.
De más está decir que, en la narrativa de la realidad que acontece, las noticias, para que logren ser difundidas por los grandes medios corporativos dominados por Occidente, no pueden llevar siquiera una oración de contenido favorable al bando ruso, por más objetivo y evidente que sea.
Es así como trasciende, por ejemplo, el «avance indetenible de una ofensiva desde el lado ucraniano», que ayer mismo negó el Ministro de Defensa de la Federación de Rusia, descalificándola como un intento infructuoso.
Tampoco dicen todo del coletazo de frustración que parece ser el bombardeo contra una represa del río Dnieper, que dañó las compuertas y causó la inundación de una amplia región poblada defendida por los rusos, peligrosa e irracional evidencia de una apuesta al terrorismo y a una escalada sin límites del conflicto, sin importar las consecuencias fatales de sus actos.
En fin, que las noticias, la fabricada manera como las cuentan, también son parte de esa masacre cultural e ideológica que alienta la verdadera rusofobia promovida desde todos los frentes, contra la nación eslava, por Estados Unidos y la OTAN; los mismos que acercan sus militares y sus armas a territorio ruso, mientras ponen a otros de carne de cañón en la línea frontal de una guerra que solo el odio y la irracionalidad pueden alargar.