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Evocación de un legado imprescindible

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Evocar a Martí, en cualquiera de las formas en que los cubanos hemos aprendido a hacerlo, es un delicado y respetuoso ejercicio de conciencia, pensamiento y amor. Es transitar una aleccionadora ruta de principios.

Martí se nos presenta siempre como ese buen árbol cuya sombra inspira y energiza el alma cuando el camino plantea retos que amenazan con disminuir las fuerzas, si no se tienen claras las convicciones y los  propósitos que impulsan el andar.

El Apóstol vuelve siempre, y para reencontrarlo no hace falta como pretexto un mayo o un enero. Su presencia se nos ha vuelto necesaria y mucho más imprescindible y cierta, como la de aquel gigante visionario y sereno que ahora lo acompaña desde la inmensidad de lo eterno.

Dos Ríos no apagó la llama, la diseminó. De aquel pecho partido por las balas brotó a raudales el sueño libertario, y cada gota de sangre que surcó el viento fue semilla de esperanza, latente en el suelo de esta tierra hasta que en su centenario germinaron todas, en avalancha indetenible de juventud.

A Martí se acude con el optimismo de quien busca a un padre y sabe que en su consejo encontrará las verdades que necesita para hacer frente a los escollos de la vida. A Martí se acude con la mente dispuesta, con el alma abierta, con la vista al futuro, porque la vuelta atrás jamás será el camino, como nunca lo fue para él.

En tiempos de amenazas que no cesan, de ataques disfrazados y al desnudo, de ocultamiento y distorsión de las verdades, los que aman y fundan se reconocen como el Apóstol, todos los días en peligro de dar la vida por su país y su deber.

Por eso Martí es empeño, fuerza y esperanza, voluntad constante de hacer, argumento irrefutable para defender nuestra historia, nuestras decisiones soberanas, nuestra independencia y nuestra paz.

En estas fechas vuelve el niño de la calle Paula a ser maestro, desde la ejemplaridad de su legado, la profundidad de su ideal, el realismo y la sensibilidad de sus textos, el carácter visionario de un pensamiento que se renueva con el tiempo y enriquece las experiencias y los aprendizajes de cada día en Revolución.

En mayo cambiamos el duelo por el respeto eterno, y nos negamos al llanto, porque vale más el recuerdo que palpita en el privilegio de haber tenido a Martí, de tenerlo.

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