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Devoluciones, derecho del consumidor

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Han aumentado los precios, pero no la calidad de los productos. Es más, me arriesgo a decir que en una carrera medio loca por engrosar sus bolsillos a costa de los altos precios, más de uno anda vendiendo mercancías que no reúnen ni los estándares mínimos de calidad y, lo que es peor, que no son lo que dicen ser.

Es así que por estos días me propuse ir devolviendo todo aquello que comprara y luego comprobara que no servía.

Como resultado devolví:

-Una libra de queso blanco molido que era más sal que queso (y me echó a perder unos espaguetis)

-Tres libras de yuca que no se ablandaron luego de dos vueltas en la olla reina y habían costado 120 pesos

-Una botella de vino seco que era agua teñida con algo parecido al caramelo

-Una bolsa de panes que olían a petróleo (parece que fueron transportados en el maletero de un carro sin mucho cuidado)

En ningún caso me vi en la necesidad de discutir, exigir o llamar al administrador o al dueño. Simplemente, me devolvieron el dinero, como si estuvieran convencidos de que lo que andaban vendiendo era verdad que no servía.

Apenas tuve que desplazarme algunas cuadras para esas devoluciones, pero me pregunto qué habrá sido de quienes vivían lejos y cayeron en la trampa. ¿Y si fue un viejito que apenas podía caminar?, ¿y si alguien se comió el queso así, salado y todo, y le subió la presión por las nubes?

Pueden ser muchos los «y si», pero lo más grave es que son muchos los productos devueltos y en el lapso de una semana. ¿Cuál puede ser entonces la magnitud de este fenómeno?, ¿dónde están los inspectores?, ¿dónde está el respeto al cliente, al consumidor, al cuidado a la salud? ¿Será verdad que ya nadie quiere a nadie? Me resisto a creerlo.

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