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Que la solidaridad sea siempre un acto superlativo

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Hay que blindarse más contra los nuevos egoísmos, contra el odio que pretenden sembrar entre nosotros

Si algo ha distinguido al pueblo cubano a lo largo de la historia es la solidaridad, esa capacidad maravillosa de compartir lo que se tiene, y de hacer de la amistad un acto cotidiano.

El carácter desenfadado de los cubanos, su locuacidad y ese sentido del humor tan natural nos hacen personas admirables, por lo general curados del egoísmo, del odio y enemigos de esa avalancha de insensibilidad que recorre el planeta.

Sin embargo, ¿existen amenazas para estos, nuestros valores? Sí, aunque nos duela. Hay riesgos que nos circundan.

Lo solidario no admite ataduras o espacios achicados. Cuando alguien decide encerrarse en su mundo, pequeño y cómodo, dejando que sus límites no rebasen el bienestar familiar o el éxito propio, está produciendo una pequeña grieta en la solidaridad colectiva, está asumiendo el «a mí qué me importa» como respuesta a las aspiraciones de una sociedad de la cual, gústele o no, ha sido parte y ha recibido la cuota gratuita de beneficios, incluso la ayuda de muchos que ahora no le significan tanto.

Que los demás no importen corre en las venas de las sociedades de consumo. La «salud» de ese mundo depende de ser insensible a las penas del prójimo, de ser diestros en mirar a otro lado para evitar la «molestia» de ayudar al más débil.

Por las arterias de esta Isla ha corrido otra sangre, la del vecino amable que nos presta su ayuda; la de los que no pretenden hacer negocios con los favores.

Hay que blindarse más contra los nuevos egoísmos, contra el odio que pretenden sembrar entre nosotros, llevar a la más alta expresión nuestros gestos de solidaridad, de modo que sea tan grande el cotidiano como el internacional, y que no enfermemos de esa pandemia egoísta que corroe a buena parte del mundo.

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