El cultivo de trigo en Cuba no es una fantasía
Científicos nacionales han obtenido variedades que se adaptan a las condiciones climáticas del país
La historia de la ciencia cubana está enaltecida por retos a cargo de investigadores osados, acuciosos y, sobre todo, persistentes. Un ejemplo de ello es el de los científicos que han tratado de introducir y fomentar en nuestro país el trigo, un alimento básico en la alimentación a escala mundial.
La debilidad está en la lentitud con que se reacciona ante la generalización de los resultados, punto de vista de algunos científicos con el que concuerda este periodista y, seguramente, muchas más personas.
Urge cambiar esa mentalidad, sobre todo cuando el país cuenta con una Ley de Soberanía Alimentaria que es parte de la estrategia de seguridad nacional. Si alguien lo duda aún, que razone acerca de los elevados precios de los productos importados, resultado de la inflación desatada, entro otras cosas, por el impacto de la COVID-19 y el conflicto bélico en Ucrania, uno de los principales proveedores de granos del mundo junto a Rusia.
EL CAMINO CIENTÍFICO DEL TRIGO
El trigo, grano de importancia trascendental a nivel internacional, tuvo un arduo camino científico en la Isla. Así lo revela el estudio titulado El cultivo del trigo en Cuba, un siglo de trabajos, de un grupo de autores de los institutos de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical, de Biología Molecular y de Investigaciones de la Caña de Azúcar y de universidades de Villa Clara, Ciego de Ávila, La Habana y Canadá.
De acuerdo con la investigación, este cereal llegó a Cuba con los conquistadores españoles y durante un largo periodo floreció su cultivo, fundamentalmente en la zona central de la Isla.
Ellos citan diferentes documentos, entre los que se encuentran apuntes de 1848, realizados por el sabio cubano Antonio Bachiller y Morales.
Sin embargo, notas del mismo autor y de otros seguidores del tema, aseguran que experimentó, en todo el país, un notorio retroceso debido a varias causas, como la importación de la harina desde Castilla, a precios que resultaban muy competitivos, a lo que se unió la presencia de plagas que afectaron las variedades disponibles en aquel momento y el incentivo económico derivado del cultivo de la caña de azúcar y del tabaco.
Creada en 1904, la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas, actual Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical (Inifat), introdujo en 1909, según registros confiables, semillas de un grupo de variedades destinadas a fomentar el cultivo del trigo en el país.
Tres años después, fruto de la reproducción de las simientes adquiridas, estas fueron enviadas a Sancti Spíritus y otros lugares del centro de la Isla, lo que contó con solicitudes de agricultores. Lamentablemente, la mayoría de la semilla no germinó.
No cesó la entidad científica en su empeño, en el que contó reiteradamente con la colaboración de agricultores que por su cuenta importaban y sembraban semillas. Consta en documentos que en la década del 30 se recibieron varios envíos de semillas de diferentes variedades y de distintas procedencias, para que fueran sometidas a estudios fitotécnicos en la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas.
También hay evidencias de buenos resultados de las siembras de 1940 a 1942, pero a su vez se conoció que a partir de 1943 las cosechas decrecieron porque las variedades comenzaron a perder sus cualidades originales. Entonces, sobre la base de una década de labor, la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas publicó un informe en el que asevera: «…las variedades introducidas no consiguen aclimatarse, perdiendo rendimiento, germinación, vitalidad y sus buenas características morfológicas con las cosechas sucesivas».
Los científicos no abandonaron el programa de mejoramiento genético, y en 1949 concluyeron que el cultivo del trigo no llegaría a ser estable «… hasta que Cuba no tenga variedades adaptadas a nuestras condiciones climáticas».
ESCALAR NUEVOS PELDAÑOS
El Instituto Nacional de Reforma Agraria, constituido por Fidel en 1959, también se tomó en serio la reintroducción del trigo. La nación contaba con la experiencia y la pasión de los investigadores de la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas. Así, en los años 60 prosiguió la introducción de nuevas variedades y de las ya probadas, a lo cual le siguió su envío a los agricultores interesados en fomentar el cultivo del cereal.
Es en 1964 cuando se inician los trabajos encaminados a la obtención de variedades cubanas. En ello desempeñó un rol destacado el ingeniero César Ismael Cueto Robayna (fallecido en el año 2000), quien estaba convencido de la necesidad de realizar un programa de mejoramiento genético.
Las acciones para la obtención de una variedad adaptada a nuestro clima, partieron del estudio de la variedad brasileña BH 11-46. Mediante la selección de sus mejores genotipos, se logró la selección 204, probada en diferentes puntos del país.
De ese modo surgió la Cuba C – 204, primera variedad cubana de trigo. Con respecto a la original, se observaron cambios notorios en la altura y tamaño de las espigas. Al evaluar los parámetros de crecimiento, germina a los 3-4 días de sembrada, comienza a echar hijos a los 11 y las espigas a los 43. La cosecha se realiza entre los 90 y cien días.
La visión de los investigadores se hizo más aguda, y en las décadas de los 80 y 90 se concentraron en determinar la agrotecnia más adecuada para nuestras condiciones, sobre la base de la variedad Cuba C-204. Las labores respondían a un programa desarrollado con el auspicio de un grupo multidisciplinario del trigo, conformado en el Inifat.
Así se estableció que las bases de la agrotecnia debían tener en consideración la producción y conservación de la semilla básica, el estudio de la fitopatología y fisiología del trigo en Cuba y la obtención de nuevas variedades.
CIENCIA CON MÁS CIENCIA
La obtención de variedades por radiomutagénisis caracteriza el otro programa puesto en marcha en los años 90 para ampliar las bases genéticas de las variedades cubanas.
El equipo, dirigido por la doctora Susana Pérez Talavera, decidió emplear las técnicas de Radioinducción de mutaciones desarrolladas una década atrás por el grupo de Radiobiología y Radiomutagénisis del Inifat. La variedad Cuba C -204 fue escogida como progenitora y se estudió su radiosensibilidad con el fin de determinar la dosis de radiaciones gamma a las que serían sometidas las semillas en busca del propósito perseguido.
Los resultados fueron impactantes. En el panorama científico y agrícola cubano aparecieron siete nuevas variedades de trigo: Inifat RM-26, Inifat RM-29, Inifat RM-30, Inifat RM-31, Inifat RM-32, Inifat RM-36 e Inifat RM-37. Con ellas es posible diseñar una adecuada política de siembra en correspondencia con las características de cada una.
Cuba logró finalmente ocho variedades de trigo. En ellas es común el ciclo de tres meses, maduración uniforme, rendimientos de dos toneladas por hectárea (en secano) y más, así como resistencia a la sequía, la salinidad y el encame.
El largo proceso mediante el cual se obtuvieron, igualmente fue respaldado por investigaciones relacionadas con la citogenética y la anatomía, que definen sus características biológicas y sus rasgos físicos.
Recientemente, Víctor Daniel Gil, director del Centro de Investigaciones Agropecuarias, de Villa Clara, al hablar acerca de la necesidad de generalizar en los campos cubanos la siembra de chícharo, garbanzo y trigo, recordó que el cultivo de este último tiene perspectivas a partir de lo hecho por el equipo del Inifat.
Con las variedades obtenidas, en Cuba se puede sembrar y cosechar trigo. Hay quienes ya lo hacen, pero es necesario una respuesta más enérgica y concreta por parte de las entidades estatales y productores privados con posibilidades de sumarse a esa labor.