Espinas en el camino
Probablemente alguna vez fuiste víctima o testigo de acoso sexual callejero. Hoy te invitamos a reflexionar sobre este fenómeno, una forma de violencia palpable en la sociedad cubana actual
«Percibí un ambiente raro, cuando vi a mi alrededor, estaba él. Todos los días me decía piropos, después fueron groserías y una vez, mientras yo pasaba, comenzó a masturbarse. ¡Cochino!, fue lo único que pude susurrar. Sentí asco, miedo. Un cúmulo de sensaciones me hizo caminar rápido, y alejarme de ese lugar para siempre. No lo denuncié, porque, aunque dejó sus huellas, nunca tocó mi cuerpo».
Esta es la historia de una estudiante de preuniversitario, quien por vergüenza prefirió ocultar su nombre, pero yo también la viví.
Decir que esta situación es común no está constatado estadísticamente. Sin embargo, lo que sí tiene carácter frecuente son las miradas lascivas, los chiflidos, roces, besos y gritos disfrazados de «piropos» o «galanterías», cuyas vulgaridades parecen ofertas de sexo en las calles, como lo demostró el reciente estudio realizado por el Observatorio Ciudadano sobre el Acoso Sexual Callejero en América Latina.
Este término incluye todo tipo de acciones, gestos y manifestaciones de carácter sexual, de un individuo a otro, en lugares públicos o semipúblicos. Afecta principalmente a mujeres, debido a la existente ideología machista, donde el hombre piensa que tiene derecho a opinar sobre el cuerpo de la mujer.
El acoso sexual callejero es un fenómeno tan arraigado, que a veces se hace invisible a los ojos de quien no lo sufre, e incluso, de quien lo practica. Causa daños psicológicos, como el miedo a salir sin compañía o a la violación. Además, se cree erradamente que existe debido a la ropa que la mujer usa, los horarios o lugares por los que transita.
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El primer paso para evitar estas prácticas conlleva entender que no representan «algo normal». Nadie tiene derecho a mirar de manera provocativa a otra persona, decirle obscenidades o intimidarla, ya sea de forma verbal o gestual.
Parte de la sociedad, sin embargo, tilda de exagerados a quienes denuncian estos comportamientos. Utilizan frases como: «Ella no tiene que vestirse así», «Al final a ellas le gusta» o «Eso es solo un piropo», dejando explícito un antiquísimo pensamiento, que en pleno siglo XXI, todavía visualiza a la mujer como un objeto público, cuya belleza debe ser reconocida a viva voz.
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Entiéndase que victimizar a la mujer no es el método, visibilizar el problema y erradicarlo, sí. A pesar de las campañas realizadas en el país, como Evoluciona, la aprobación del Código de las Familias, el Programa Adelanto de la Mujer, e incluso el artículo 43 de la Constitución, cito: el Estado Cubano se obliga a proteger a la mujer de violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones, y a crear mecanismos institucionales y legales para ello, este problema no ha tenido la solución esperada.
¿Acaso todo lo planteado anteriormente no constituye también violencia de género? ¿Los mecanismos creados son suficientes para desmontar toda una cultura patriarcal?
No son respuestas especializadas las que urgen, de esas ya tenemos muchas. El país ha avanzado en cuanto a estos temas, pero las leyes no son suficientes. Además, falta trabajar en las bases educativas, crear conciencia de respeto, sensibilizar y dejar de normalizar fenómenos como el «piropo», con la excusa de que forma parte de nuestras tradiciones.
Ojalá, y en un futuro cercano, la mujer pueda transitar a cualquier horario o por cualquier calle, sin condicionar su forma de vestir, sin recibir comentarios sexistas sobre su cuerpo. Ojalá, y quiero pensar que sí, la libertad de andar y la igualdad, marquen pautas en un camino sin espinas.