Veitía en lo alto de la montaña
«Para ver paisajes bonitos hay que subir muchas montañas altas», así, con esa expresión tan sencilla, resumió, en entrevista para este diario, cómo ascendió hasta la cima del mundo el judo cubano, uno de sus principales artífices, el profesor Ronaldo Veitía, Héroe del Trabajo de nuestra nación, quien construyó la obra más eximia del judo fuera de Asia y de Europa
«Pero no fui yo quien dijo esa frase, fue el maestro Andrei Kolychkine, quien introdujo el judo en Cuba». Así nos dijo, con la modestia que presidió su vida y su trabajo formador y pedagógico, poco después de que su equipo, el de las judocas cubanas, conquistara el primer lugar por naciones en los Juegos Olímpicos de Sídney, hace 22 años.
Recuerdo que me enseñó, en su casa, en Santa María del Rosario, un pueblito en las afueras de La Habana, dos voluminosas libretas en las que iba apuntando frases que se las imponía como máximas en su labor de forjar campeonas. De aquella alacena intelectual y de compromiso altruista, recuerdo, especialmente, una: «La inconformidad es uno de los atributos de nuestro equipo femenino de judo, pero esa inconformidad no es frustración, sino que debe entenderse como un punto de partida».
Veitía se acaba de despedir del mundo, pero solo de su ámbito físico, porque deja un legado que es imprescindible para continuar el camino. Me imagino cómo han de sentirse ahora mismo Legna Verdecia, a quien le dijo que sería campeona olímpica; Amarilis Savón, a quien sí, regañó, cuando era preciso, pero a la que quiso como una hija, por su limpieza en los tatamis y por su garra santiaguera. O a Driulis González e Idalys Ortiz, las dos perlas de más brillo en sus judoguis. Ellas y todas fueron abrazadas por un magisterio inconfundible.
Él escaló esas altas cimas que demandaba el maestro Kolychkine, y le regaló a Cuba uno los paisajes más hermosos del movimiento deportivo cubano: cinco títulos olímpicos, 12 de plata y 13 de bronce; en campeonatos mundiales venció dos veces, en Japón-1995 y en El Cairo-2007, a la escuadra del país que vio nacer este deporte, Japón. Logró, en la cita del orbe de 2001, que todas las muchachas alcanzaran una presea, hazaña solo lograda por la cuna de este arte marcial.
Esos logros dibujaron y crearon, en medio del Caribe, a una majestuosa potencia en los tatamis, pues el aporte de las mujeres entrenadas y, más que eso, educadas por Veitía, es el gran protagonista del botín cubano en las lides del planeta, que se traduce en 77 medallas, 57 de sus muchachas, incluyendo 16 bañadas en oro.
Pero de aquellas dos libretas abultadas, llenas de experiencias, nos quedamos con el pasaje que encontró a Driulis González, casi inválida, después de una lesión cervical en los entrenamientos con la selección de Países Bajos. No podía caminar, faltaban escasos dos meses para los Juegos Olímpicos de Atlanta, y casi como un profeta escribió: «Ella ganará en Atlanta-1996». La historia recogió la profecía.
Y de sus muchachas, a manera de homenaje a su profesor, que no fue derrotado, ni siquiera ahora, escuchemos a Idalys Ortiz, campeona olímpica y mundial, cuando ya él no estaba al frente del equipo, decir, sin que nadie le preguntara: «Esta medalla y las que vengan son para mi profesor».