Nos va la vida en ello
Aunque no estén dadas las condiciones para que florezcan los valores como deseáramos, tampoco es una opción que campee la indiferencia
Tres han sido las apuestas de los autores intelectuales y ejecutores del terrorismo económico contra la Isla.
La primera, de orden práctico, obviamente: eliminar los obstáculos que surgieron en enero de 1959, para el ejercicio pleno de la dominación sobre nuestro territorio. La segunda apuesta es de carácter simbólico: demostrar que el socialismo es inviable.
Que una economía socialista logre sostenerse por sí misma es algo que van a intentar impedir siempre, porque desmentiría en el acto la propaganda que se han encargado de promover durante décadas, como fundamento de su hegemonía ideológica: no hay alternativa al capitalismo.
La tercera apuesta es subjetiva: desmoralizar. Vencer por cansancio, frustración, desesperanza a quienes apoyan al sistema político en Cuba. Y, sobre todo, destruir cualquier noción de ética, uno de los pilares más fuertes que ha producido la Revolución, en el que se ha apoyado siempre. Es difícil, en condiciones de precariedad económica sostenida, mantener los valores. Nuestros adversarios lo saben.
Cuando un grupo de personas aprovecha las situaciones de carencias para lucrar, desviando recursos del Estado con fines de enriquecimiento individual, no estamos solo ante un hecho con condicionamientos económicos e implicaciones políticas, sociales y legales; sino también ante un comportamiento antiético. Aunque no podamos reducir a esa arista el análisis, quiero hacer referencia a ella.
Cuando alguien, ante la enfermedad de otra persona, no ve la posibilidad de apoyar, sino la oportunidad de negociar con medicamentos y servicios, ofertándolos al precio que sea, porque están en falta, ahí hay una violación importante de principios éticos que pone en jaque al socialismo.
La Revolución Cubana construyó su propia ética en torno a los valores de la verdad, la justicia, la equidad y la libertad. Esta ética fue armándose a partir del comportamiento de sus líderes, del objetivo con que se fundaron sus organizaciones e instituciones, del relato que dio sentido a la construcción de una nueva sociedad y de las decisiones políticas concretas que se han ido tomando.
Esta ética constituyó un referente para generaciones nucleadas alrededor del sueño de que una sociedad mejor era posible, con el concurso del esfuerzo de todos, en las más difíciles circunstancias, porque nunca ha sido fácil.
Aunque no estén dadas las condiciones de posibilidad para que florezcan los valores como deseáramos, tampoco es una opción que campee la indiferencia. Eso sí sería una derrota. Lo que está mal nunca puede dejar de causarnos desconcierto, indignación y dolor.
Fidel pasaba horas explicando, con honestidad y valentía, los problemas más duros que cimbraban, desde el mundo hasta la nación. Lo hacía, entre otras cosas, por un compromiso ético.
No podemos dejar de abordar nuestras contradicciones, con todas sus condicionantes, que son también del orden de lo político y no solo de lo técnico, de lo ideológico, y no solo de lo comunicativo o cultural.
Los dilemas que estamos viviendo como nación son también, incluso, dilemas éticos. Y ese tipo de análisis no puede dejar de movilizarnos.