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El último combate del Che en Bolivia

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«La decisión (…) de asesinar al Che, al peruano Juan Pablo Chang y a los bolivianos Simeón Cubas y Aniceto Reinaga se adoptó en Washington y se la impusieron al (presidente) general René Barrientos»

En la estrecha Quebrada del Yuro se siente aún el olor a pólvora. Allí, detrás de una roca que guarda las marcas de muchos disparos, el Comandante Ernesto Che Guevara libró en Bolivia su último combate y el primero del Guerrillero Heroico en su ejemplo inmortal.

Era el 8 de octubre de 1967 cuando 17 combatientes cubanos, bolivianos y peruanos, –que quedaban del Ejército de Liberación Nacional que había iniciado, desde noviembre del año anterior, la lucha por la verdadera emancipación del pueblo boliviano–, defendían la estrategia concebida por el Che en su proyecto político para América Latina, y buscaban reorganizarse, tras las grandes bajas sufridas.

Se desplazaban sin guías por las áridas montañas cercanas a La Higuera, con el propósito de buscar zonas más propicias, iniciar un periodo de recuperación, establecer el contacto con la ciudad, en la cual el aparato urbano también había sufrido duros golpes, incorporar nuevos miembros a la guerrilla y continuar la lucha. Pero la Quebrada se convertiría en una trampa, al hacerse muy difícil salir de ella, por lo abrupto del lugar, sin vegetación ni agua, a lo que se sumaba el estado físico de los guerrilleros, por la falta de alimentación, enfermedades y el cansancio de las largas caminatas, tratando de evadir al enemigo que los perseguía.

Desconocían los guerrilleros que 3 000 efectivos del ejército boliviano habían tomado las posiciones altas y estaban prácticamente cercados. Al producirse el encuentro con las primeras patrullas del ejército, se inicia el desigual combate, y el Che ordena retirarse combatiendo, e ir al punto de encuentro acordado para una eventualidad.

Según los sobrevivientes, el Che decide entonces dividir el grupo en tres flancos: derecha, centro e izquierda. En uno, los hombres de más experiencia, para cubrir la zona con mayores posibilidades de salida; el otro, en un cañón lateral con iguales fines, pero con menor intensidad en el fuego enemigo; y el centro, encabezado por el Che, con el objetivo de cubrir a los combatientes enfermos, para que pudieran salir del cerco y avanzar a lugares seguros, lo cual enaltece el humanismo que lo caracterizó siempre.

La confianza depositada por el Che en los más experimentados fue acertada, porque fueron quienes lograron romper el cerco y convertirse en los únicos sobrevivientes de la guerrilla. El grupo de los enfermos pudo evadir a los soldados y escapar de la Quebrada, y fueron salvajemente asesinados luego, cuando se encontraban ocultos, en espera del momento adecuado para ir a un lugar más seguro.

En una posición cercana estaban los cubanos Orlando Pantoja Tamayo (Olo), René Martínez Tamayo y Alberto Fernández Montes de Oca, quienes caen bajo el fuego graneado del ejército. El Che, herido en una pierna, hace frente a la avanzada enemiga para proteger la retirada de sus compañeros.

Envía al boliviano Aniceto Reinaga a revisar otras posiciones, y este es capturado. El boliviano Willy (Simón Cubas) intenta sacar al Che de la Quebrada, ya cercado, con su fusil inutilizado por una bala y con una herida en la pierna. Pero es capturado junto al peruano Juan Pablo Chang (El Chino), y los tres son conducidos a la escuelita de tablas de La Higuera, donde fueron cobardemente asesinados al día siguiente.

«La decisión (…) de asesinar al Che, al peruano Juan Pablo Chang y a los bolivianos Simeón Cubas y Aniceto Reinaga se adoptó en Washington, y se la impusieron al (presidente) general René Barrientos», explican los investigadores Froilán González y Adys Cupull.

Recordó González que emisoras radiales difundieron la noticia de la muerte del Comandante Guevara en la mañana del 9 de octubre, cuando en realidad el crimen se perpetró a las 13:10 horas de la tarde de ese día, por un sargento que tuvo que emborracharse para dispararle una ráfaga, del pecho para abajo, como le ordenaron sus superiores. El guerrillero herido se levantó de la silla y le ordenó ¡Dispare, que aquí hay un hombre!

El otrora desconocido caserío es ahora visitado todo el tiempo por personas de diversas partes del mundo, que suben estas montañas para rendir homenaje al Guerrillero Heroico y a sus compañeros, y el pueblo del lugar le pone flores a quien llaman San Ernesto de La Higuera.

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