La Cuba real tiene el Código de las Familias que se merece, uno de los más avanzados del mundo
La victoria en el referendo abre una puerta, pero el camino será arduo si deseamos profundizar el carácter democrático del sistema siguiendo la ruta que marca el Código y ahondar la Revolución en el plano cultural
Los adversarios del sistema político cubano no pueden concederle algo positivo. Como a menudo se expresan preocupados por la «falta de democracia» en la Isla, lo esperable era que reaccionaran favorablemente ante la aprobación de un Código de las Familias que garantiza más derechos; sin embargo, no en pocos casos, ha sido lo contrario.
La lectura que podemos hacer es que poco les importa en realidad la democracia; simplemente prefieren seguir haciendo propaganda sobre una supuesta dictadura que viola todos los derechos humanos. El resultado del referendo es anacrónico respecto a la imagen estigmatizada a la que reducen Cuba en los tantos timbiriches digitales pagados desde Washington, en los cuales escriben, o en las páginas de El País o de The Washington Post, por mencionar solo algunos.
La Cuba real, y no la de sus elucubraciones, tiene el Código que supo crear y defender en las urnas. Acusada de ser un Estado fallido, presa de un terrorismo económico sin par en la historia, enfrentando una crisis económica de gran envergadura que está teniendo un importante impacto social y en los imaginarios, bajo asedio mediático, lanzó a referendo un Código de un alcance revolucionario que pocas leyes de este tipo tienen en el mundo. Finalmente, la población salió a votar con cifras que causarían envidia hoy en la mayoría de los países democráticos.
Aunque les cueste reconocerlo, el Código no puede ser entendido objetivamente más que como un resultado del funcionamiento de nuestro sistema político. Siguen hablando de que la protagonista en la lucha por mayores derechos en Cuba es una sociedad civil, en buena parte producida mediáticamente con dinero foráneo, destinada a la subversión interna, que desconoce nuestras instituciones. Lo cierto es que a estas alturas el argumento es insostenible. Este Código, un paso en la profundización del carácter democrático del sistema, se explica por el sentido de justicia de nuestro pueblo, las decisiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el empuje del Gobierno, de la dirección del Partido y de las organizaciones e instituciones, en medio de una de las épocas de mayor disputa por la hegemonía ideológica y cultural en Cuba.
A lo interno, el referendo tiene un gran mérito, puso en la escena del debate público cuestiones sobre las que existieron infinidad de tabúes, vacíos y silencios por mucho tiempo. Eso es ya un parteaguas. Sin embargo, detrás del No o de las abstenciones, no solo está el voto de castigo, como lo quieren presentar. Se ha evidenciado también la manera como aún el heteropatriarcado, instituido durante siglos, está presente en nuestra sociedad. Hubo quienes votaron No sin necesariamente tener una postura contra el sistema o el Gobierno, sino porque no comprendieron o no se identificaron con los contenidos del documento.
El fundamentalismo cuenta con partidarios hoy, incluso entre los más jóvenes. A la par, un sector de la población terminó siendo manipulado por campañas de desinformación de todo tipo. Y estos son datos que nos exigen una mirada rigurosa y problematizadora sobre el contexto sociopolítico cubano actual. La victoria en el referendo abre una puerta, pero el camino será arduo si deseamos profundizar el carácter democrático del sistema siguiendo la ruta que marca el Código y ahondar la Revolución en el plano cultural.
Por ahora, muchos de quienes viven de escribir sobre el Estado fallido y la dictadura, perdieron la posibilidad de mostrar un poco de coherencia. Pesó más el fastidio por quedarse sin argumentos en uno de los temas en los cuales se han atrincherado. Pero para el pueblo (cualquiera que haya sido su voto), las posibilidades de derechos se amplían, y eso es lo que importa.