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Thiago de Mello ha muerto; Thiago de Mello vive

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Algunos creen que la poesía es un ejercicio íntimo, y lo es ciertamente, pero hay poemas que convocan multitudes. Son los versos que ponen voz al sentimiento de millones, los versos que recrean el maravilloso misterio de la existencia. Es el caso de los Estatutos del Hombre, del inmenso Amadeu Thiago de Mello.

A los 95 años ha muerto este poeta raigal, tan apegado a la tierra y al hombre. Un brasileño universal, nacido cerca del gran río Amazonas. Allí murió este viernes, en la ciudad de Manaos. Y deja una obra inmensa, versos que han inspirado a músicos, bailarines, pintores. Y que han conmovido a millones de personas, en varios idiomas.

El itinerario vital de Thiago de Mello es tan rico como su obra. Se escribe porque se ha vivido. Por su militancia declarada tuvo que exiliarse en tiempos de la dictadura brasileña. Y siempre mantuvo una actitud crítica ante los desmanes de un capitalismo salvaje.

Thiago de Mello fue activista de buenas causas. Y su creación poética no fue nunca pose o aditamento. La poesía es útil. Los poetas tienen mucho que aportarle al mundo.

ESTATUTOS DEL HOMBRE

(Acta institucional permanente)
 

A Carlos Heitor Cony
                        
Artículo I.
Queda decretado que ahora vale la verdad,
que ahora vale la vida
y que con las manos unidas
trabajaremos todos por la vida verdadera.

Artículo II.
Queda decretado que todos los días de la semana,
incluso los feriados más solemnes,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

Artículo III.
Queda decretado que a partir de este instante
habrá girasoles en todas las ventanas,
que los girasoles tendrán derecho
a abrirse dentro de la sombra
y que las ventanas han de permanecer, el día entero,
abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.

Artículo IV
Queda decretado que el hombre
no precisará nunca más dudar de los seres humanos.
Que cada hombre confiará en su especie
Como la palmera en el viento,
Como el viento en el aire,
Como el aire en el campo azul del cielo.

Parágrafo único:
Un hombre confiará en los hombres
como un niño pequeño confía en los otros.

Artículo V.
Queda decretado que los hombres
están libres del yugo de la mentira.
Nunca más será necesario usar la coraza del silencio,
ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa
con el corazón limpio,
porque la verdad será servida antes de la sobremesa.

Artículo VI.
Queda establecida, por lo menos durante diez siglos,
la práctica soñada por el profeta Elías,
en la que lobo y cordero pastarán juntos
y su alimento tendrá el gusto mismo de la aurora.

Artículo VII.
Por decreto inderogable queda establecido
el reinado permanente de la justicia y la claridad.
Y la alegría será bandera generosa
por siempre resguardada en el alma del pueblo.

Artículo VIII.
Queda decretado que el mayor dolor siempre ha sido y será
no poder darse en amor a quien se ama,
sabiendo que precisamente esa agua
es la que da a las plantas el milagro de la flor.

Artículo IX.
Queda permitido que el pan cotidiano
ofrezca a cada hombre los signos de su esfuerzo.
Pero, sobre todo, que tenga siempre el dulcísimo sabor de la ternura.

Artículo X.
Queda permitido a cualquier persona,
en cualquier hora de su vida,
usar el traje más blanco.

Artículo XI
Queda decretado, por definición,
que el ser humano es un animal que ama
y que por eso es bello,
mucho más aún que la estrella de la mañana.

Artículo XII.
Decrétase que nada será obligado ni prohibido:
todo será permitido,
incluso brincar como los rinocerontes
y caminar por las tardes
con una inmensa begonia en la solapa.

Parágrafo único:
Sólo una cosa queda prohibida:
hacer el amor sin amor.

Artículo XIII.
Queda decretado que el dinero
no podrá comprar jamás el sol de las mañanas venideras.
expulsado del gran baúl del miedo
será sólo una espada fraternal
para defender el derecho a cantar en la fiesta del día que nace.

Artículo final.
Queda vetado el uso de la palabra «libertad».
Será suprimida en los diccionarios
y en el pantano engañoso de las bocas.
A partir de este instante
la libertad será algo vivo y transparente,
como un fuego, como un río, como la simiente del trigo,
y su morada será por siempre
el corazón de los hombres.

Santiago de Chile, Abril de 1964  

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