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Lo mejor siempre, es saber tomar partido

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La vida humana es una constante toma de decisiones, en función de los principios, intereses y acontecimientos que nos mueven o afectan.

Ahora mismo, son tiempos difíciles y esperanzadores a la vez en nuestro país, en medio de un proceso de normalización económica y social bajo nuevas reglas, después de la Covid-19, y también de amenazas externas e internas que quieren obstaculizar nuestra ansiada recuperación.

En estas condiciones tan especiales, no sería ocioso adentrarnos en una valoración sobre la importancia que tiene saber tomar partido, no de modo festinado o bajo coerción, sino por convicción propia, comenta el periodista Francisco Rodríguez Cruz.  

Ejercer el criterio, expresar nuestras opiniones y abrazar las causas que consideramos más justas, no solo es un derecho que tiene cada persona, sino también una responsabilidad para con el resto de la sociedad.

Muy pronto a lo largo de nuestra existencia los seres humanos tenemos que empezar a tomar decisiones que marcan muchas veces no solo lo que hacemos, sino también quiénes somos y cómo contribuimos o no, al bienestar común.

Por eso resulta bastante penoso cuando hallamos a determinados individuos que parecerían rehuir de cualquier posicionamiento acerca de lo que sucede a su alrededor.

Puede ocurrir en cualquier ámbito de la vida, ya sea en el seno de la familia, o en la etapa estudiantil o profesional, e incluso en la cotidianidad de un barrio o comunidad. Puede implicar situaciones relativamente sencillas, hasta conflictos de la mayor complejidad y trascendencia. No importa.

Lo mejor siempre, es saber tomar partido

Hay a quienes lamentablemente les cuesta trabajo pronunciarse sobre cualquier asunto de interés colectivo o social. Son como convidados de piedra frente a una discusión o debate, nunca se arriesgan a dar su punto de vista si hay la más mínima posibilidad de evadirse, o esperan hasta que se decanten las posiciones predominantes para sumarse a ellas.

También están quienes hablan y hablan por el simple deseo de escucharse a sí mismos, sin meditar lo que dicen ni aportar nada nuevo. Pero incluso esto sería preferible a la tibieza de esos sujetos que nunca sabemos con certeza por dónde andan.

No digo que no puedan existir personas a las que les cueste trabajo defender una postura en público, pero en esos casos siempre es posible hallar alguna manera para mostrar acuerdo o desacuerdo, e incluso hasta esa timidez tiene sus límites en ciertos momentos.

También es posible que en determinada circunstancia no tengamos todos los elementos para pronunciarnos sobre un fenómeno, y requiramos de más tiempo, información y hasta estudio, para formarnos un criterio sólido que nos permita decidirnos. No obstante, a veces hay que asumir una postura bajo la presión de los tozudos hechos, porque dilatarlo con vacilaciones afectar el rumbo de un suceso.

Lo más incorrecto y censurable sería, por otra parte, hacer silencio sobre la base de cálculos y dobleces premeditados. La neutralidad, en la mayoría de las cuestiones humanas, es también una toma de partido.

En Cuba vivimos épocas de definiciones, reitero. De hecho, nuestra historia casi siempre nos ha puesto ante disyuntivas que exigen de nuestra ciudadanía asumir con convicción determinadas posiciones individuales y colectivas, así como deslindarnos de cualquier ambigüedad, en función de poder profesar y defender los principios en los cuales creemos.

Entonces, lo que sí nos debería quedar claro en estos tiempos, es que resulta cuando menos inconsecuente «€”sino culpable»€”, rehuir, esquivar o andarse con paños tibios, cuando es preciso decidir, resolver y actuar en consecuencia. Lo mejor siempre, nadie lo dude, es saber tomar partido.

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