El juego del calamar
El serial, de nueve capítulos, fue escrito y dirigido por Dong-hyuk Hwange, quien confiesa haber estado a punto de un desbarranque humano y social antes de dar en la diana con una historia imaginativa y al mismo tiempo deudora de diversas fuentes, entre ellas la trilogía de Los juegos del hambre
Mientras los teóricos continúan analizando el fenómeno de audiencia obtenido por El juego del calamar, el serial coreano sigue haciéndose adictivo no solo en los países adonde Netflix ha llegado con él, ya que los espectadores tratan de procurárselo por cualquier medio.
Lo que confunde a algunos especialistas es el hecho de que, al contrario de otros seriales, El juego del calamar no tuvo una campaña de marketing previa y ni siquiera se facilitó uno de sus capítulos a cierta «crítica noble»» para que adelantara una opinión favorable. Solo se recurrió al boca-boca del público, aseguran los directivos de la plataforma que lo dio a conocer, a mediados de septiembre de este año, no sin antes asegurarles a los medios que «se trataría de una entrega trascendente»».
En El juego del calamar resaltan aspectos tales como el egoísmo, el sadismo, el cine sangriento (gore), la ambivalencia humana, la nostalgia, la ambición, la influencia estética de la historieta manga y de los videojuegos de supervivencia, en específico los provenientes del denominado battle royale, que se dirime en solitario, o en equipos que lucharán a muerte entre sí hasta quedar un solo ganador.
Ya desde el primer capítulo de El juego del calamar se recurre al suspenso más macabro, al tiempo que se van dando a conocer personajes representativos de una sociedad demasiado competitiva y desigual para mantenerse a flote con dignidad, un capitalismo salvaje que lo mismo encumbra que mata y que, de diferentes modos, ha sido plasmado como sistema social ultrajante en numerosos filmes coreanos, el más significativo de ellos, el laureado Parásitos, de Bong Joon-ho.
Cuando a ese cineasta le preguntaron acerca de las connotaciones sociales y políticas de su filme, dijo que había tratado de expresar «un sentimiento específico de la cultura sudcoreana»», pero comprendía que, al mismo tiempo, su temática era universal, porque «esencialmente todos vivimos en el mismo país llamado capitalismo»».
Si bien no con la sutileza artística de que hace gala Parásitos, esa crítica social a un sistema que aparenta una bonanza generalizada está presente en El juego del calamar, especialmente en lo que concierne a una capa nada despreciable de la sociedad sudcoreana, en deuda económica perenne, mal viviente y, por ende, frustrada en muchos aspectos de la vida.
Esa falta de oportunidades es la que conduce a 456 personas a enrolarse en un juego de vida o muerte, en el que solo uno de ellos podrá llevarse una bolsa con cerca de 40 millones de dólares.
Después de todo, el serial, de nueve capítulos, fue escrito y dirigido por Hwang Dong-hyuk, quien confiesa haber estado a punto de un desbarranque humano y social antes de dar en la diana con una historia imaginativa y al mismo tiempo deudora de diversas fuentes, entre ellas la trilogía de Los juegos del hambre. Pero el espectador quedará sorprendido ante los juegos infantiles desarrollados en escenarios espectaculares y con participantes que, de perder, serán asesinados sin pudor alguno, una violencia no apta para todos los públicos, aunque escenas más fuertes se han visto.
Una pregunta juguetona flotará en el aire mientras se sigue la evolución de los contrincantes y, a la par, una pista policíaca relacionada con los poderosos que financian el entretenimiento: ¿Estaría usted dispuesto a jugarse la vida con tal de ganarse una fortuna que lo saque de los aprietos?
«¡En lo absoluto!, sería una respuesta tan lógica como inmediata.
Sin embargo, se supo que cerca de 4 000 personas estuvieron llamando diariamente a un teléfono que aparece en una tarjeta entregada a uno de los personajes del filme para que participara en el juego del calamar, un número identificable por los espectadores que no dejó de sonar ¿por broma?, o quizá «vaya usted a saber» para enrolarse.