De cuando descubrí que mi profesor de Literatura era poeta y héroe
Carlos Galindo Lena, es uno de los grandes poetas cubanos. Olvidado como muchos otros que por razones a veces inexplicables y muy variadas nunca contaron con el reconocimiento y la visualización que sus obras merecían.
En su caso fue un poeta querido y venerado localmente, en esta región, ya cuando tenía una edad madura y sobre todo después que la Editorial Capiro publicó varios de sus poemarios inéditos, incluso después de su fallecimiento, como la antología Cincuenta poemas de amor, que vio la luz en el 2019, un excelente libro que puede aún estar en librerías.
A finales de los años ochenta hubo un redescubrimiento de su obra, pero tristemente ese reconocimiento no superó el reducido espacio de la provincia. La Universidad Central de Las Villas y su revista Isla le rindieron homenaje en el 2002, como la revista Umbral le dedicó un número y varios estudiantes universitarios a lo largo de todos estos años han realizado investigaciones y tesis sobre su obra. Mientras que su salud se lo permitió su presencia en lecturas de poesía, jurado de encuentros debates de talleres literarios y concursos fue constante y muy valorada.
Nacido en Caibarién en 1927 su primer poemario Ser en el tiempo, fue publicado por las Ediciones Berlic, en 1962 y dos años más tarde, en esa misma editorial, vio la luz el poemario Hablo de tierra conocida.
Fueron los poetas jóvenes de los ochenta quienes se ocuparon de darlo a conocer, por ello después de diecinueve años de silencio le publicaron su hermoso poema Homenaje a Vallejo, en el boletín Brotes que el poeta Sigfredo Ariel, fundara en aquellos años. Posteriormente se pudieron disfrutar algunos de sus poemas en varios números de la revista Contacto hasta que en el año 1984 apareciera en la antología La generación de los años 50, que publicara la Editorial Letras Cubanas.
Lo conocí en el año setenta y nueve, siendo estudiante de grado onceno en el preuniversitario y él era un querido y respetado profesor de Literatura. El único que lograba controlarnos con una magia tan privativa que no puedo con palabras intentar explicar en qué consistía. Lo cierto es que nuestras aulas eran enormes y repletas de adolescentes prestos a divertirse siempre y cuando Galindo entraba al aula todos ocupaban sus lugares, con un silencio inusual nos disponíamos todos a escuchar el encanto de aquellas clases que revivían personajes deslumbrantes e incluía la lectura de poemas hermosísimos en una voz que sabía encantar.
Ninguno de nosotros supo que nuestro profesor era poeta, para todos él no era otra cosa que un magnífico y querido profesor de Literatura, hasta que estando en el grado doce mi compañero de estudios Sigfredo Ariel, en un estanquillo de venta de periódicos y revistas que entonces existía al lado de nuestra escuela, descubrió en una revista Unión, unos poemas firmados por alguien que tenía el mismo nombre de nuestro profesor de literatura.
-Soy el autor de esos poemas, dijo con cierta timidez Carlos Galindo como respuesta a Sigfredo. Son unos poemas que escribí después de participar en la batalla de Girón.
De esa manera supimos que nuestro profesor de Literatura era, además, poeta y héroe, suficiente para que todos le perdonáramos su abierto rechazo a los Beatles, por considerarlos vulgarizadores de la música clásica.
Quizás por ser poeta y héroe pudo librarme de ser expulsado del pre universitario por negarme a participar en un acto de repudio que entonces se realizaban contra todo el que decidiera de irse de Cuba. Vivíamos los terribles meses posteriores a los sucesos de la Embajada del Perú, en la Habana, por los cuales creo hay un antes y un después en Cuba.
Habían organizado ir a casa de un profesor de inglés que deseaba abandonar el país y yo pude escabullirme milagrosamente sin que nadie notara mi ausencia, pero en una segunda convocatoria para participar de otro acto de repudio fue notada mi ausencia y fui llamado por mi profesor guía a quien le hice saber que no estaba de acuerdo en humillar a nadie porque decidiera irse para otro país, que no podía hacerlo entre otros motivos porque tenía abuela, primos y tíos viviendo en los Estados Unidos.
Mi comportamiento fue suficiente para ser considerado como un alumno con graves problemas ideológicos que si no llega a ser por el profesor de Literatura no hubiera podido graduarme ese año de bachiller. Con la misma voz que encantaba a todos sus alumnos, con mucha firmeza me defendió. Estaba tan aterrorizado por lo que pudiera ocurrirme que ahora mismo no pudiera decir una sola palabra de las que utilizó para defenderme, lo cierto es que me pidieron volver al aula y nunca más se habló del asunto. Yo se lo agradecí muchas veces y tuve por respuesta de él solo una sonrisa, nunca mantuvimos un diálogo sobre lo sucedido, por lo que nunca supe por qué me había defendido con tanta vehemencia.
En 1988 Galindo fue invitado a Matanzas, ciudad en la que entonces residía. Apenas nos encontramos me hizo saber que tenía mucho interés en conocer personalmente a Carilda Oliver Labra. Ambos aparecen en la antología La generación de los años cincuenta, que seleccionaron Luís Suardíaz y David Chericián, publicada en 1984.Con mucha facilidad Carilda accedió a recibirnos al siguiente día, en una fría noche de octubre de ese ya lejano año. A las diez de la noche estábamos Galindo y yo en la puerta de Tirry 81, tal y como acordamos con Carilda. Fue una noche memorable en la que me dejé atrapar por la magia de la conversación de ambos.
Hablaron de pasado y de presente, pero sobre todo del futuro de la poesía en lo cual coincidían en que sería espléndido, porque la poesía era el discurso de la verdad y el futuro precisaba de esa verdad. Se lo escuché decir a Galindo esa noche y a Carilda, entusiasmada por la conversación afirmarlo con su cabeza y la pasión expuesta en sus ojos.
Tampoco he olvidado la vehemencia con que Galindo, en el año ochenta, nos contó en el aula que por esos días se creaba la Uneac en Santa Clara y que él estaría en ese reducido grupo de fundadores. Fue la primera vez que oí hablar de la Uneac en un tiempo en el que no sabía aún que la escritura sería mi pasión y que pasados algunos años me convertiría en colega de mi admirado y querido profesor de Literatura.
Tomado del perfil en Facebook del escritor Arístides Vega