LA BIBLIOTECA: Crónica de una epidemia
La peste» (1947) es una de las más populares novelas del francés Albert Camus (1913-1960)
En tiempos de pandemia pueden manifestarse, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor del ser humano. Más que comprobado está: la historia y la literatura ofrecen suficientes testimonios. Y si alguien tiene dudas, que mire ahora mismo fuera de su ventana. O que lea.
La peste, de Albert Camus, es una crónica extraordinaria del aislamiento de una ciudad ante una gran epidemia. El narrador cuenta las peripecias de varios personajes que enfrentan las consecuencias de la enfermedad, desde disímiles posiciones éticas y responsabilidades concretas.
Se trata de una novela que atrapa desde la primera página por su ritmo y la diafanidad del estilo, que no van en menoscabo de la densidad del pensamiento. Aquí se habla de temores, egoísmo y miedos»¦ pero también de compasión, de ayuda desinteresada, de trabajo común. De solidaridad humana, que es en definitiva el gran tema.
Este es un ensayo sobre la condición humana y sobre la posición del hombre ante la posibilidad natural del absurdo. Será fácil descubrir coincidencias entre lo que se narra y lo que ahora mismo vivimos. Eso ha hecho siempre la buena literatura. Y La peste es un clásico.
PRIMERA PÃGINA
Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en el año 194… en Oran. Para la generalidad resultaron enteramente fuera de lugar y un poco aparte de lo cotidiano. A primera vista Oran es, en efecto, una ciudad como cualquier otra, una prefectura francesa en la costa argelina y nada más.
La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo yse necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno.
El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho, pero siempre para enriquecerse. Se interesan sobre todo por el comercio, y se ocupan principalmente, según propia expresión, de hacer negocios.
Naturalmente, también les gustan las expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar. Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado después de mediodía y el domingo, procurando los otros días de la semana hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus despachos, se reúnen a una hora fija en los cafés, se pasean por un determinado bulevar o se asoman al balcón.
Los deseos de la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas.
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