En tiempos de números
Por pánico disfrazado de precaución comencé por los analgésicos, antihistamínicos, antivirales y antibióticos disponibles/utilizables en la antigua caja de zapatos a la que le conferimos el «cargo»» de botiquín familiar. Proseguimos entonces a inspeccionar la reserva de arroz, proteína, leche en polvo, almohadillas sanitarias; qué zapatos y chores aún le sirven a un niño que no para de crecer, cómo andan los elásticos de las medias blancas que usa en la escuela, con cuánto detergente y so-lución hidroalcohólica cuento para enfrentar limpiezas generales y desinfecciones diarias, qué cantidad tenemos de nasobucos con triple capa de tela y en qué estado se conservan…
Del escrutinio «materialista»» a los asuntos mensurables del espíritu, la travesía fue breve, dialéctica e inevitable: ¿Cuánta ansiedad podremos resistir? ¿Cuándo abrazaré a los que están lejos? ¿Será posible que en diciembre comience lo que el director del Instituto Finlay de Vacunas (IFV) denominó como «el cierre inmunológico»» de la pandemia en el país? Para esa fecha, con el paso largo del libre albedrío con que solemos autoconvencernos de que «más no es posible hacer»», y bajo la circulación predominante de la desgraciada variante delta, ¿quedará alguien sin contagiarse?
Quince días, señores, quince días de «gracia»» se nos concedieron a los santaclareños para acortarle las riendas al contagio. En ese lapso, la dirección provincial de Salud registró, oficialmente, 7299 casos autóctonos con la COVID-19, aunque entre las carencias reiteradas de reactivos para realizar test de antígenos y tiras rápidas, lo limitado del acceso a pruebas de PCR en instituciones médicas, la posibilidad de ir a parar a un centro sanitario sin las mejores condiciones, y lo torcido y desorganizado de algunas consultas de IRA que cientos prefieren evadir si «la cosa no pinta de muerte»», bien sabemos que los números diarios apenas registran un fragmento de la realidad.
Setenta y seis madres, padres, abuelos, nietos, hijos y amigos no resistieron la embestida de la enfermedad; y de los críticos, graves y fallecidos debido a los daños sistémicos que les provocó la virosis, conocemos y lloramos a diario, aun cuando ese número constituye una suerte de globo social que se infla y eleva por obra de la desinformación institucional. No, no han bastado las mil y una ocasiones en que la prensa y la población han emplazado a las entidades correspondientes. Sí, hace falta conocerlo. En el imaginario popular del afortunado que no ha padecido incertidumbre o pérdidas cercanas, las agonías del virus no trascienden más allá de hacerse con los medicamentos y recursos que, suponen, deberían garantizarles el tránsito tranquilo hacia la convalecencia.
Dos semanas, señores, dos semanas, y mis cálculos se convirtieron en un afán al que temo y necesito en idénticas dosis. Por una cuestión de inteligencia emocional y en nombre de mi salud mental «dada la condición de santaclareña aparentemente «aisladísima»» por el paquete reforzado de medidas restrictivas», me he autoimpuesto una reducción drástica en el consumo de lo que se «cocina»» y difunde en las redes sociales. Sin embargo, habría que ser sordo, ciego y desalmado como un latón de basura para evadirse por completo, así que, mientras eludo los anuncios lóbregos con imágenes de desconocidos que, no obstante, siempre me parecen cercanos por el solo hecho de compartir la misma ciudad como cuna común, voy contando y conociendo parte de lo que fueron:
Una muchacha embarazada que dejó a dos niños pequeños, el abuelo al que nunca conocerá el bebé que nace en noviembre, tres maestras (una en activo, dos jubiladas), un panadero admirado «por buen hijo, padre e inolvidable vecino»»; cuatro profesores de la enseñanza superior, uno de los pediatras más amados y eminentes que tuvo y tendrá esta provincia; parte del alma del periódico Vanguardia, Hilda, raíz y madre de la familia de una colega querida por todos…
Quince días tuvimos para asestarle un hachazo a la corona del virus, con prevención y distanciamiento físico y social, regulaciones sobre lo ya regulado y llamados a la conciencia pública, pero a la 1:00 p.m. la vida continuó igual en nuestras calles. ¿Y por qué no?, si nunca llegó ninguna entidad del Comercio o de la Agricultura a venderles algo a los vecinos de varios de los siete consejos populares con mayores reportes de positividad y propagación en Santa Clara e, inevitablemente, algún miembro del hogar debía «inmolarse»» y llegar, como fuera, hasta donde sea que vendieran algún producto que precisaran.
¿Y por qué no?, si después de que, responsablemente, algunas personas informaran en sus consultorios sobre la persistencia de síntomas sospechosos, «¡y hasta comunicaran los resultados positivos de exámenes!, nadie de la atención primaria de Salud se personó en sus viviendas para indagar por el estado clínico de los enfermos.
¿Y por qué no?, si ya se anunció que la bendita Abdala llegará de forma masiva a los 13 municipios de la provincia a partir del 9 de septiembre.
«Asumamos la racionalidad como la capacidad de analizar, comprender, actuar y evaluar, con el objetivo de mejorar; y el juicio, como prudencia y madurez, tanto en conductas como decisiones, los próximos 14 días y otros 14 adicionales, desde hoy y hasta el 28 de septiembre. Cuba puede y debe lograr el control si somos disciplinados, organizados y responsables los 28 días que siguen. Es decisivo para salvar vidas y cuidar la salud de todos los cubanos»»: así escribió el pasado miércoles en su perfil de Facebook el Dr. José Luis Aparicio Suárez, asesor especial del Minsap, quien actualmente se encuentra en Villa Clara para apoyar la estrategia provincial de enfrentamiento a la COVID-19.
O sea, no aguardemos más por el infundado milagro de la inmunización infalible, ni coloquemos el peso de cada pena sobre otros hombros, pues la funcionalidad que necesitamos para sobrevivir a esta tragedia comienza por el reino propio. Valoremos la fortuna de que nos queden tiempo y fuerzas para llevar la cuenta de los «fallos»» ajenos; mientras aumentan los enfermos decaen los insumos, las energías y la salud de muchos de los que, en los hospitales, le ponen cada día alma, empatía y conocimientos a una situación crítica que pocos pensamos vivir.
Si ya nadie les agradece a las 9:00 de la noche porque dio por hecho que el desgaste se siente más de este lado, hagamos lo necesario y más para, al menos, no sumarles a ellos nuevas angustias.