Motivos «personales» para la urgencia de una ley
El 12 de julio me llamó una vieja amiga aterrada: «por favor mi Ciberclaria favorita, cuídate mucho, la cosa está mala, están publicando listas con fotos y todo de los que tienen el marco que dice Matanzas no está sola, para buscarlos y hacerles cualquiera sabe qué».
Desde el día anterior no paraban las llamadas de toda la gente que me quiere, incluida mi madre, que no está en las redes, pero le llegaban historias por todas partes de lo que «supuestamente», estaba sucediendo en La Habana.
Y yo ¿quién soy? ¿Cuántas personas miran mi muro? Apenas unas cuantas. Sin embargo, tampoco me faltaron ataques y amenazas directas, públicas o privadas.
Más duro lo han tenido algunos colegas muy conocidos, o músicos, artistas de la plástica, gente pública que se atreve a decir y defender lo que piensa en sus perfiles o páginas de Facebook. Gente pública con una vida privada que quedaba comprometida, expuesta, violentada y agredida en nombre de la «libertad de expresión».
La tierra continuó girando sobre su eje imaginario y el almanaque no se detuvo. Tampoco los hater y los trolls. Ni las llamadas de buena voluntad pidiendo que dejáramos de ponernos en riesgo, que pensáramos en lo que podrían hacerle a nuestros hijos, que no nos enfrentábamos a una oposición decente, sino a un llamado a la delincuencia y el vandalismo.
Hasta esos días yo había bloqueado a pocos usuarios de Zucky, casi ninguno de los que conozco en la vida real. Sin embargo, era la guerra y había que defenderse: «solo a quienes amenacen o ataquen directamente a mis amigos o a mí», me dije. Pero de repente me vi eliminando y bloqueando; bloqueando y bloqueando. El linchamiento parecía interminable y nuestro único recurso para enfrentarlo: el botón de bloquear.
¿Acaso mi libertad de expresión es menos valiosa que la de otros y otras? Por la tranquilidad de mis hijos, ni pregunto, pues está claro que no es una prioridad para quienes, sumados al SOS hipócrita intentaron gestionarnos una intervención militar. Hasta la guerra exige una cuota de dignidad.
El Decreto Ley 35 era una urgencia y jamás un estorbo para quienes van por la vida real y virtual con sus verdades como espada. Tal cual escribió un amigo en Facebook: al veneno y al puñal, cierra la muralla.