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La resurrección de un símbolo

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Muchos vieron en la caída de José Martí el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos como el fin del proyecto de patria que se trazó el Apóstol; pero, ¿su muerte fue el fin de la Revolución martiana?

Los relatos sobre la caída heroica de José Martí el 19 de mayo de 1895 difieren en cuanto a los detalles, pero coinciden en un hecho trascendental: la valentía con que el flamante Mayor General del Ejército Libertador cubano, hombre político e intelectual, arremetió contra las línea española a todo el galope de su caballo y armado solo con un revólver.

Esta muerte épica fue el resultado lógico de tiempos en que los generales cubanos no permanecían en un puesto de mando relativamente seguro situado a la retaguardia, sino que cargaban al frente de su gente contra sus enemigos colonialistas, violando principios tácticos y estratégicos capitales, pues de poco o nada vale una tropa sin un jefe que dirija y un plan de acción determinado. El daño, en este caso, devino catástrofe política porque Martí no solo era cerebro impulsor de la Guerra Necesaria, sino más importante aún, debía ser el timonel para la Cuba que vendría.

Es lógico que en el bando separatista predominase el objetivo señero de derrotar a España y acabar con su dominio colonial en la isla, pero en el círculo más íntimo de José Martí, en concreto la cúpula del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y su entorno cercano estaban cabalmente al tanto de las ideas cenitales del maestro en cuanto a su espíritu democrático, su latinoamericanismo, su antimperialismo, antianexionismo y su voluntad de hacer una patria con todos y para el bien de todos. 

Pero cuando Martí cae, el pueblo cubano si acaso llegaba al millón y medio de personas y en una gran proporción era analfabeto, de ahí que su nivel intelectual y político también resultaran mínimos, lo que favorecía la labor discrecional de las cúpulas, porque, además, no muchos conocían a Martí, y los que más, solo por referencias. El periódico Patria, un gran divulgador y educador político-ideológico circulaba bastante bien entre la emigración, pero escasamente entre los cubanos de la isla. 

Después del suceso aciago de Dos Ríos, si bien la Revolución continuó su curso en lo militar por la fidelidad de sus jefes a la causa de la independencia, en lo político no tardó en perder el rumbo cuando el Partido Revolucionario Cubano, bajo la batuta del delegado emergente Tomás Estrada Palma, imprimió a la organización partidista un sentido eminentemente de derecha. 

Don Tomás, como lo llamaban, marginó el aparato del Partido al sustituirlo por su consejo y, además, quitó a las bases «€”los clubes revolucionarios»€” la facultad de elegir al delegado, lo que violó su principio democrático.

También Estrada Palma, tras la intervención del país del norte en la guerra independentista que los cubanos libraban contra España, devino su candidato, y como tal decide el 21 de diciembre de 1898 la disolución del Partido Revolucionario Cubano sin contar con sus bases. 

Luego las autoridades norteamericanas en la isla lo prepararon todo jurídica y orgánicamente para el triunfo de su pupilo Estrada Palma, quien asume el gobierno de la república mediatizada el 20 de mayo de 1902. Este señor, quien un día fuera ponderado por Martí como «€œel cenobita de Central Valley»€ y llegó a ser uno de sus más cercanos discípulos, pide en 1906 una nueva intervención norteamericana en Cuba para solucionar un conflicto político interno con la oposición liberal, sin consultar al Congreso ni al pueblo.

ECOS DE MARTÍ EN LA PSEUDORREPÚBLICA

Los norteamericanos ya tenían en Cuba un gobierno de democracia representativa con Estrada Palma en el poder. Para los yanquis y sus servidores nativos, Martí y su ideario pasaron a ser algo así como letra muerta, aunque lo mencionaran hipócritamente de vez en cuando en sus actos políticos.

Había caído el Apóstol, pero lo sobrevivieron otros patriotas dispuestos a dar la batalla en defensa del pueblo cubano, en cumplimento de su prédica, que era la mejor manera de mantenerlo vivo.

Prueba de ello es que el 20 de marzo de 1899, en plena ocupación norteamericana, se anuncia la constitución del Partido Socialista Cubano, promovido por Diego Vicente Tejera; que en agosto de ese mismo año se hiciera la primera huelga general en Cuba después de la Guerra de Independencia y que el 24 de septiembre se fundara la Liga General de los Trabajadores Cubanos, cuyo propósito era unir en una sola central sindical a todos los gremios de Cuba.

El escenario quedó listo para que el 24 de noviembre de 1902, apenas medio año después de la subida de Estrada Palma a la presidencia, se declarara la llamada Huelga de los Aprendices, que se inició en el taller Cabañas de una compañía norteamericana, la cual devino paro general reprimido por la policía que concluyó con un saldo de 16 muertos, 150 heridos y 287 presos.

No escampó para el gobierno títere, pues el 18 de noviembre de 1903, Carlos Baliño, líder obrero que fuera compañero de José Martí en el Partido Revolucionario Cubano, funda el Club de Propaganda Socialista de la Isla de Cuba para divulgar las ideas del socialismo científico. Y el 18 de abril de 1906, todavía con Estrada Palma en el poder, Agustín Martín Veloz, Martinillo, funda el Partido Socialista en Manzanillo, de carácter marxista, el cual se adhiere en 1908 al Partido Socialista de Cuba.

Esta agrupación, surgida el 13 de noviembre de 1906, fue el resultado de la fusión de la Agrupación Socialista Internacional y el Partido Obrero Socialista. Vinieron años de una agitación política y sindical acrecentada, con huelgas, manifestaciones y estructuración progresiva de las organizaciones de corte progresista que abarcaban a buena parte de la intelectualidad, el movimiento obrero y los sectores campesinos de la isla.

Por estos años surge a la palestra en el sector estudiantil el joven Julio Antonio Mella. Con energía y claridad portentosas, no tarda en extender sus actividades al sector obrero, también permeado de una ideología martiana y socialista.

Mella y Baliño colaboran cada vez más estrechamente. El 18 de marzo de 1923 Carlos Baliño funda la Agrupación Comunista de Cuba, y en noviembre de ese año comienza su labor la Universidad Popular José Martí, creada por Mella para elevar el nivel cultural y político de los trabajadores. 

Se habían sentado las bases para que el 14 de julio de 1925 se celebrase en el local de la Asociación de Estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana la histórica reunión de los fundadores de la Liga Antiimperialista de Cuba. Se nombra organizador a Mella, a Alejandro Barreiro, financiero, y a Carlos Baliño, vocal.

El 6 de agosto surge bajo el liderazgo del líder proletario Alfredo López la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), la cual evoluciona hacia posiciones progresistas bajo el influjo de López y del asesor de la institución, el joven intelectual comunista Rubén Martínez Villena.

DE MACHADO A BATISTA

Por fin, el 25 de ese tórrido mes surge en la Habana el primer Partido Comunista de Cuba, impulsado por Mella, Baliño, Alejandro Barreiro, el mexicano Ricardo Flores Magón y el isleño José Miguel Pérez, entre otros.

Había ocupado el poder en la isla el coronel Gerardo Machado y Morales, un acérrimo conservador, quien no duda en someter a los sectores progresistas a una feroz persecución que deja una huella sangrienta en todo el país. Pese a ello la lucha por reivindicaciones políticas, económicas y sociales del pueblo cubano no se detiene y alcanza su clímax a partir de 1929-1930 contra el intento machadista de mantenerse en la presidencia mediante un artilugio legal llamado Prórroga de Poderes. 

Como parte del enfrentamiento, surgen nuevas organizaciones estudiantiles y obreras y empiezan los alzamientos en distintos puntos el territorio nacional, como el del 9 de agosto de 1932, cuando solo en Yaguajay se alzan 800 adversarios del régimen. El puntillazo final sería la huelga general de inicios de agosto de 1933, convocada por el líder proletario Rubén Martínez Villena desde su lecho en el hospital antituberculoso capitalino, que el 12 de ese mes hizo salir a Machado del poder. 

La lucha contra Machado fue el detonante de una revolución que, al decir de Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, se fue a bolina, en gran parte por la intervención «€”la tercera»€” de los Estados Unidos en Cuba; esta vez mediante presiones políticas y militares que ellos llamaron «€œmediación»€, para escamotear el triunfo a los sectores progresistas.

Aquella frustración popular se exacerbó con la presencia en el poder de Fulgencio Batista, sargento arribista que devino general y se apropió de Cuba como de un feudo propio, el cual legalizó mediante elecciones entre 1940-1944, cuando lo sucedieron dos administraciones del impropiamente llamado Partido Revolucionario Cubano de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío.

Sangre y pillaje, más corrupción desbocada fueron los llamados gobiernos auténticos de Grau y Prío, lacras que continuaron a partir del 10 de marzo de 1952, cuando el retranquero de Banes devenido millonario dio su fatídico golpe de Estado con la anuencia de la embajada yanqui en La Habana.  

Pero Batista, sin presentirlo, había cruzado la línea roja del pueblo cubano, cansado de tantos crímenes, abusos y latrocinio; de tanta miseria y desvergüenza. Si para la clase política Martí estaba muerto, para los jóvenes de la llamada Generación del Centenario del Apóstol, Martí estaba más vivo que nunca y con él como bandera aquellos jóvenes, liderados por Fidel Castro y Abel Santamaría, se fueron a conquistar la historia.

El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953 volvió a poner al Maestro sobre su caballo, lo que se hizo público cuando el joven abogado que lideró aquella gesta y asumió su propia defensa expresó desde el estrado, en octubre de aquel año, que José Martí era el autor intelectual. No ha dejado de plasmarse desde entonces que Martí, desde su mausoleo de Santa Ifigenia, continúa vivo en el corazón de su pueblo y prosigue la carga que inició en Dos Ríos.          

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