Vuelo de Gagarin: comienza la conquista (+ Fotos y Video)
El 12 de abril de 1961, Gagarin se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio, al hacerlo a bordo de la nave Vostok 1
El vuelo del cosmonauta soviético Yuri Gagarin inició hace 50 años la conquista por el hombre del espacio cósmico.
Aquella proeza resumió una historia de sueños, intentos y esfuerzos de Rusia por llegar al espacio sideral, incubados desde el siglo XIX.
Aún en la Rusia zarista, el teórico Konstantin Tskikovski ya consideraba que el hombre de ninguna forma podía contentarse con conocer a la Tierra, pues debía ir más allá y explorar el espacio.
Tal empeñó nunca abandonó a los científicos e ingenieros rusos y continuó con más bríos después del triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre, en 1917.
Nombres como los de Serguei Pavlovich Koroliov quedaron por siempre como método, pensamiento y enseñanzas de referencia al hablar de la era aeroespacial en el mundo.
Algunos recuerdan que en 1933 se registró una explosión en el sótano de un edificio moscovita que atrajo la atención de la policía, la cual poco después selló el lugar sin más explicaciones. Al parecer, se probaban fórmulas para alcanzar la velocidad cósmica (7,91 kilómetros por segundo).
Sin embargo, es justo reconocer que los avances de los soviéticos fueron insuficientes como para adelantarse a lo que pudo lograr la Alemania nazí, con su esclavización y el saqueo de otros países de Europa a quienes despojó de cerebros, secretos, estudios, materias primas y recursos financieros.
Para la II Guerra Mundial, los especialistas al servicio de Adolfo Hitler ya habían elaborado los módulos V-1 (un pequeño avión-bomba no pilotado) y V-2 (un verdadero cohete) que emplearon para destruir desde lejos a ciudades europeas.
Con el fin de la segunda conflagración mundial, los estadounidenses se adueñaron de instrumentos y documentos en los laboratorios e industrias ocupadas a los fascistas y cobijaron en su territorio a expertos nazis, cuyo pasado ocultaron, para iniciar su programa espacial.
La Unión Soviética logró recuperar también a algunos especialistas germanos de nivel medio incorporándolos momentáneamente a la cosmonáutica, aunque esa corriente ya venía desarrollándose en el país desde años atrás.
A los pies de la estepa hambrienta
Medios de prensa rusos cuentan por estos días, que la decisión de construir un rampa de lanzamientos dirigidos de cohetes balísticos intercontinentales en medio de la nada en la estepa kazaja surgió pocos años después de terminar la II Guerra Mundial.
En 1955, llegaron los primeros camiones con soldados e instrumentos para abrir las zanjas de lo que después sería el cosmódromo más grande del mundo, el de Baikonur, aunque la localidad donde se edificó se llamaba Tyuratam.
Baikonur (tierra fértil en kazajo) era en realidad un poblado situado a unos 350 kilómetros al norte de donde se construyó la primera rampa, pero fue una maniobra de las fuerzas de seguridad soviética para despistar a Estados Unidos, al menos al principio.
El complejo secreto devino con el tiempo en una enorme ciudadela con mil 470 kilómetros de vías férreas, mil 281 de carreteras, 610 de comunicaciones, mil 240 de cañerías, 360 de oleoductos, 92 sitios de comunicación y 60 estaciones transformadoras.
Además, la instalación (que al desaparecer la Unión Soviética quedó en territorio kazajo y fue cedida en arriendo a Rusia hasta el año 2050 por un acuerdo firmado en 2004), cuenta, además con 11 hangares para construcción y ensamblaje de piezas.
Baikonur, construido a los pies de la colina de Battak-Dala (estepa hambrienta), consume hoy 600 millones de kilovatios/hora e incluye cinco centros de control de vuelos y una planta propia de producción de oxígeno y nitrógeno.
En el complejo, del cual forma parte la ciudad de Leninsk (con unos 100 mil habitantes), trabajan más de una decena de plataformas de despegue divididas en al menos tres bloques: flanco izquierdo, derecho y el de centro.
Los portadores R-7 (uno de los primeros cohetes empleados por los soviéticos), los Energia, Proton, Zenit y Tsiklon, entre otros, cuentan con sus rampas de lanzamiento específicas.
Asimismo, Baikonur abarca dos aeropuertos, complejos hoteleros, una ciudadela para cosmonautas y otras instalaciones que sumadas sobrepasan el centenar.
«¡Adelante!
La frase rusa más conocida de Yuri Gagarin fue ÃíAdelante!, pronunciada al arrancar los seis motores del cohete que llevaría a su nave Vostok-1 al cosmos y plasmaría por siempre su nombre en la era del hombre en el espacio.
Gagarin nació el 9 de marzo de 1934 en el seno de una familia campesina de la aldea de Klushino, en la provincia de Smolensk.
Los tiempos soviéticos le permitieron ingresar a la Escuela de Aviación Militar Shkalov para luego presentarse a un concurso de cosmonautas.
El chico de la sonrisa permanente salió seleccionado entre 20 candidatos, después que la Unión Soviética probó con otros expertos la ingravidez, la acción de la presión atmosférica sobre el hombre y las escafandras, en un ejército de héroes anónimos de la cosmonáutica.
Su doble, German Titov, que también vistió la escafandra aquel glorioso 12 de abril de 1961, relataría después: «Divisé un resplandor plateado del cohete de seis motores con una potencia total de 20 millones de caballos de fuerza, parecía un faro gigante».
«Toda mi vida me parece ahora un maravilloso instante. Todo lo vivido y hecho antes, se vivió y se hizo en aras de este momento», confesó Gagarin minutos antes de subir al elevador que lo llevaría a la entrada de la Vostok-1 para partir a las 21:07 (hora local).
El vuelo de la referida nave duró 108 minutos, durante los cuales recorrió una distancia de 40 mil 868,6 kilómetros a una velocidad de 28 mil 260 kilómetros por hora, a una altura de 327 kilómetros.
A diferencia de nuestros tiempos, Gagarin regresó a la Tierra en un módulo especial del cual se catapultó poco antes de tocar tierra, para llegar en paracaídas a las 10:55 (hora local) a una localidad cerca de la ciudad de Saratov, en la región de Volga.
Su llegada inesperada, ataviado en su escafandra naranja y casco blanco, asustó a la anciana Anna Tajtarova, quien junto a su nieta Rita fueron los primeros terrícolas en ver a Gagarin a su regreso.
Por cierto, detalles revelados tras la reciente desclasificación de archivos del Estado, contenidos en el libro «El primer vuelo pilotado», escrito por el ex cosmonauta Yuri Baturin, revelan algunos tropiezos de la hazaña soviética, más allá del riesgo general de la misión.
En su momento, el propio Gagarin escribió una carta que debía ser abierta en caso de su muerte, en la cual reconoce la posibilidad de un fallo, aunque se muestra confiando en la técnica.
Según el referido libro, poco antes del vuelo, los especialistas detectaron un desperfecto en una escotilla y debieron desactivar sus 32 tornillos y reparar un sensor de hermeticidad.
Además, los científicos calcularon que el peso de Gagarin, su escafandra y el sillón sobrepasaban en 13,6 kilogramos el límite permitido para el lanzamiento, por lo que buscaron aligerar la nave con la eliminación de aparatos dentro de la misma.
En la premura, al desmontar sensores de temperatura y presión, los especialistas causaron un cortocircuito, cuyas consecuencias debieron arreglar durante toda una noche.
Según una grabación del informe de Gagarin ante una comisión estatal, el sistema de separación del bloque de descenso para poder catapultarse estuvo trabado por 10 minutos, pero de todas formas pudo saltar a tiempo.
Finalmente, el módulo, el sillón y Gagarin cayeron en diferentes paracaídas, como estaba planificado.
Pero la grandeza de la hazaña del cosmonauta soviético deja pequeño a cualquier percance de la época.
Lo primero que salta a la vista es su importancia como avance para superar la limitación psicológica de que un hombre puede volar al Cosmos.
El vuelo demostró que el humano es capaz de soportar los elementos adversos del espacio y conservar su estado psicológico sin mayores consecuencias.
Por ejemplo, pudo adaptarse a la ingravidez, aunque debido a ese fenómeno Gagarin perdió el lápiz de apuntes de la bitácora durante el vuelo.
Ahora en el espacio se encuentra la nave Soyuz TMA-21, bautizada con el nombre de Gagarin, la cual fue lanzada días antes de cumplirse el aniversario 50 del primer vuelo tripulado.
Los rusos ofrecieron conciertos alegóricos a la fecha, inauguraron exposiciones en el Planetario moscovita y Moscú sirvió de sede de la reunión de 40 jefes de agencias espaciales extranjeras.
La sencillez, la juventud y la sonrisa de Gagarin aparecen ahora como recordatorio de que él viajó al espacio para también llevar allí las bondades de la paz y los elementos más nobles del ser humano.
Ian Anderson y la astronauta de la ISS Catherine Coleman tocarán hoy un dúo de flauta en homenaje a Gagarin
Ian Anderson, fundador y líder de la banda británica Jethro Tull, y la astronauta Catherine Coleman tocarán mañana un dúo de flauta para celebrar el 50º aniversario del vuelo de Yuri Gagarin, el primer hombre que voló al espacio, el 12 de abril de 1961. El músico actuará en directo en un escenario en Perm (Rusia), mientras que Coleman se encontrará en la Estación Espacial Internacional (ISS), a unos 380 kilómetros de altura. La pareja interpretará Bourée, una pieza instrumental basada en el quinto movimiento de la Suite en mi menor para laud de Johann Sebastian Bach, que Jethro Tull grabó por primera vez en su álbum Stand up, en 1969. Coleman, que se encuentra en el complejo orbital desde diciembre, forma parte de una banda musical de astronautas llamada Max Q y ha estado practicando durante tres meses el peculiar estilo de Anderson de tocar la flauta para hacerlo en ingravidez y sobre una pierna. La astronauta, a quien se podrá ver en una pantalla gigante en Perm, y el músico tendrán como principal dificultad los cuatro segundos de demora que se producen en las comunicaciones entre tierra y la estación espacial. Por de pronto, disfruten aquí de un adelanto del dúo por cortesía de la NASA. (Escrito por Luis Alfonso Gámez)