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Fidel hace 60 años: «€œJamás el camino del regreso al pasado»€

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Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto conmemorativo del primer aniversario del sabotaje al vapor «€œLa Coubre»€, en el muelle de la Pan American Docks, el 4 de marzo de 1961.

Hoy se cumple el primer aniversario de aquel holocausto que costó cerca de 100 vidas de obreros y de soldados cubanos.

Cuando el pueblo se reúne en la tarde de hoy, cumple un deber de cariñoso recuerdo, de homenaje, para aquellos que dieron su vida por su pueblo.  No cayeron en un combate, pero no solamente se muere por la patria en los combates.  Trabajaban, y trabajaban por la patria, trabajaban para contribuir a la defensa de su pueblo y de su causa.  Aquellos obreros y aquellos soldados estaban descargando las primeras armas que llegaban a nuestro país para defender a la Revolución y para defender la integridad y la soberanía de la nación.

Ya desde entonces empezaban los primeros amagos de agresión; ya desde entonces comprendíamos la necesidad de prepararnos y de contar con las armas necesarias para responder a la agresión, para defendernos, para defender los derechos de nuestro pueblo, para defender la integridad de nuestro pueblo, para defender las riquezas de nuestra nación, para defender las vidas de nuestros ciudadanos.

Y eso le preocupaba al enemigo.  El enemigo quería un país desarmado, quería un país indefenso.  La Revolución tendría que defenderse, porque ninguna revolución se realiza sin lucha, ninguna revolución se desarrolla sin enemigos poderosos, adentro y afuera; ninguna revolución podría liquidar los viejos privilegios, ninguna revolución podría liquidar los intereses extranjeros que explotaban a un país, sin lucha, sin tener que disponerse a resistir la acometida de los enemigos.  Y nuestros enemigos principales no era precisamente aquella clase dominante, adormecida y aletargada por el ocio y por el lujo; los enemigos fundamentales de la Revolución no eran enemigos nacionales, eran enemigos extranjeros, estaban representados, o simbolizados, en aquellos monopolios que explotaban desde los muelles hasta las compañías eléctricas, pasando por las minas, por las mejores tierras de nuestro país, y por el grueso de los recursos naturales y las industrias instaladas en Cuba.

Así, por ejemplo, un acto como este, hace tres o cuatro años, habría congregado aquí a una plaga de politiqueros, sargentos de barrio, botelleros y claques mercenarias que por ron, o por migaja, acudían a aquellos actos de la vieja politiquería.  Y en esta tribuna no estarían sentados los hombres honrados que aquí se encuentran; en esta tribuna estaría sentado un grupo de asaltadores de la Hacienda Pública; en esta tribuna estarían sentados unos cuantos latifundistas y magnates, con la investidura de Senador o de Representante; en esta tribuna no habrían hombres que trabajaban incansablemente, día tras día, mes tras mes, y año tras año, y en los cuales tiene el pueblo esa confianza y esa seguridad de que por muchos que sean los cientos de millones de pesos de la economía y de la Hacienda Pública que manejen, ni un solo centavo se quedará entre sus dedos.  Hombres que viven entregados a una sola idea:  el trabajo, el cumplimiento del deber, el servicio a la causa que representan.

Estarían sentados aquí aquellos «€œmanganzones»€ que dirigían el movimiento obrero, no estarían los líderes honestos e íntegros de la clase obrera cubana.  Y estaría, tal vez, una media docena de agentes del FBI, «€œatacheses»€ de la embajada americana, y alguno que otro esbirro sin sotana, y con sotana.

No estarían, como están hoy, distinguidos representantes de las organizaciones mundiales de los trabajadores, ni valiosos intelectuales de América Latina, como los que nos acompañan en esta tarde.  Y no sería el pueblo, como hoy, no serían brazos de hombres y mujeres trabajadores, no serían hombres con camisas de obreros, los que estarían cuidando este acto, y esas armas no estarían en manos de hombres del pueblo, que saben por qué están aquí y por qué tienen esas armas en sus manos.  Esas armas estarían en manos de porristas y de criminales.

Y alrededor de nosotros, ¿qué contemplaríamos?  Pues contemplaríamos una serie de muelles de otras tantas compañías americanas; contemplaríamos barcos mercantes, que a pesar de haber sido comprados, es decir pagados por el Estado, estaban en manos de poderosos magnates de la industria.  Y esas cuatro chimeneas que humean de la Compañía de Electricidad, no estaríamos mirando, como hoy, elevarse hacia el cielo de la patria el humo que sale de una fábrica nacional…  manejada por obreros que prestan ese servicio al pueblo, y que reintegran a la economía nacional, para construir más plantas termoeléctricas, los recursos que antes se llevaban para siempre al extranjero; y no estaríamos mirando locomotoras y trenes de la nación, ni almacenes de la nación; y esos edificios, los nuevos y los viejos, esos edificios eran edificios donde el pueblo venía, desde tiempos inmemoriales, pagando un alquiler que no representaba para ellos, ni representaría jamás, ninguna seguridad para el futuro.  Es decir, que el pueblo no tendría nada.

Ayer nada tenía el pueblo, ni tenía muelles, ni tenía barcos, ni tenía trenes, ni tenía industrias eléctricas, ni tenía almacenes, ni tenía casas.  Y hoy, «¡hoy todo es del pueblo!

Para comprender lo que es la Revolución, basta solo con pararse en cualquier rincón de Cuba, aquí o junto a las chimeneas de cualquiera de los ciento sesenta y tantos centrales azucareros; aquí, o en el medio de las montañas, o en el medio de los llanos, y hasta en el medio de las aguas que rodean a nuestras costas, y preguntarse:  ¿ayer, de quién era todo?, ¿y hoy, de quién es todo?

Para recibir una lección práctica de revolución, basta con situarse en cualquier sitio de la nación, y todo, absolutamente todo, nos estará indicando qué es la revolución, desde el fusil en manos de un hombre del pueblo, hasta las fábricas más modernas; desde la tierra a la industria, pasando por el transporte y, en fin, por el grueso de los recursos económicos y naturales de la nación.  Y sin contar lo que ayer no existía y que hoy existe; sin contar con las miles de nuevas escuelas; sin contar con los millones de libros que hoy ilustran al pueblo; sin contar que apenas queda ya un cuartel que no sea una escuela; y, sin contar que a fines de este año podremos proclamar al mundo que aquí todo el mundo sabe leer y escribir.  Y así, cuando en cualquier rincón de la patria nos paremos, y veamos que a nuestro alrededor no hay un solo analfabeto, estaremos sabiendo lo que es la Revolución.

Esa es la gran diferencia, la tremenda y abismal diferencia que hay entre el ayer y el hoy, y la que se vislumbra hacia el mañana.  Pero la Revolución no es solo realizaciones logradas.  Para comprender una revolución, no basta saber lo que una revolución ha hecho o es capaz de hacer.  «¡Para comprender una revolución, hace falta saber también el precio que hay que pagar por ella! 

Y hemos hablado de lo que tenemos, y constantemente podremos estar viendo y hablando de lo que ha cambiado y de lo que se ha hecho, pero constantemente tendremos también que estar hablando, quién sabe por cuánto tiempo, del precio de luto y de sangre, de los desgarramientos que a nuestro pueblo le quieren hacer pagar los que no pueden contemplar, con resignación y calma, este tremendo cambio entre ayer y hoy; entre el ayer, en que nada era del pueblo, en que el pueblo era el rebaño humano que sudaba y sangraba para servir a los que lo tenían todo; y el hoy, en que el pueblo dejó de ser rebaño para ser dueño, el hoy, en que todo es del pueblo.

Y cuando el barco «€œLa Coubre»€ estalló, con aquel dantesco saldo de obreros y soldados destrozados por el sabotaje criminal, nuestros enemigos nos estaban advirtiendo el precio que estaban dispuestos a cobrarnos; pero también nos estaban enseñando que por muy caro que fuese el precio que nos obligasen a pagar por la Revolución, mucho más caro iba a ser el precio que le iban a obligar a pagar a nuestro pueblo por haber querido hacer una revolución, si derrotaban a la Revolución; nos estaban enseñando que las 20 000 víctimas iban a ser pocas, comparadas con las víctimas que le iban a obligar a pagar al pueblo, si algún día fuese posible el regreso del ayer.

Nos estaban dando esa lección, que se unía a la otra lección, la lección que la propia Revolución, al transformar la vida de nuestro país, al abrir las riquezas de la nación al trabajo creador, al dignificar al hombre; al elevar a todos los cubanos, sin prejuicios absurdos, a la condición de hombres y no de parias, de dueños de sí mismos y no de esclavos, la Revolución nos había enseñado.  Pusieron a nuestro país en el único camino por el que podía optarse:  el camino del porvenir y siempre el camino del porvenir, y jamás el camino del regreso al pasado.

Por eso, aquel tremendo holocausto no amilanó a nadie, no acobardó a nadie; aquel tremendo sacrificio debió de ser como una advertencia a los enemigos de la patria, a los enemigos de nuestro pueblo.  Y es que estaban dando coces contra el aguijón:  que por aquel camino que se empeñaban en seguir, no iban a debilitar a la Revolución, no iban a intimidar al pueblo.  Al otro día el pueblo marchó entero detrás de los cadáveres de los obreros asesinados.

Y aquellas milicias que desde el primer momento acudieron, ya con disciplina, a socorrer a las víctimas, de milicias no organizadas ni entrenadas, de milicias no armadas, se fueron transformando en los formidables batallones organizados, disciplinados, entrenados y armados que tenemos hoy.

Y si el imperialismo creía que iba a debilitar al pueblo, la diferencia es harto elocuente; la diferencia entre el día en que estalló «€œLa Coubre»€ y el día de hoy se puede medir no en armas menos, no en toneladas menos de medios de defensa; hay que medirla en toneladas más, hay que medirla en miles de toneladas más de armas, y armas que ya el pueblo sabe manejar.

Creían que al producir aquel criminal sabotaje, no habría un obrero que volviera a subir a un barco para descargarlo. No habrían transcurrido dos semanas, cuando otra vez otro barco procedente del mismo país, y con idénticas armas, entraba en el puerto de La Habana, y eran miles los obreros que voluntariamente se ofrecían para descargar aquel barco.  Y no había ninguna seguridad:  las armas venían de un país virtualmente dominado por el imperialismo.  Y tan era así, que a las pocas semanas anularon las entregas que estaban pendientes mediante contratos suscritos por el Gobierno Revolucionario.

Y no volvieron más aquellos barcos.  Otros barcos verdaderamente amigos, otros barcos que sí tenían y que sí inspiraban la confianza y la seguridad de los obreros, comenzaron a llegar a nuestro país.  Desde entonces han llegado muchos barcos, desde entonces han llegado muchas armas en el transcurso de un año.

Sin embargo, no volvieron a estallar los barcos.  Aquella explosión, sin género de dudas, había sido fraguada en el extranjero; sin género de dudas, la máquina infernal había sido colocada cuando se cargaba el barco.  Y a nadie escapaba quiénes eran las manos criminales que habían preparado aquel sabotaje.  Aquel sabotaje no podía haber sido preparado aquí, en un barco manipulado por obreros escogidos, custodiados por soldados veteranos de la guerra; aquel sabotaje solo podía haber sido preparado en el extranjero.  No cabía la tesis del accidente, y para demostrarlo de manera irrebatible, se lanzaron desde 500 metros «€”si mal no recuerdo»€” de altura algunas de aquellas cajas sin que ninguna hiciera explosión.

El gobierno imperialista de Estados Unidos era el principal interesado en que aquellas armas no llegaran a Cuba; el gobierno imperialista de Estados Unidos había estado haciendo presiones para que no llegaran aquellas armas.  Fracasaron las presiones diplomáticas, porque los aliados del imperialismo a veces se toman ciertas libertades, y en aquella ocasión el gobierno belga, aliado del imperialismo, por razones de intereses económicos, por la necesidad que tenía de vender sus productos industriales, resistió a las presiones del gobierno yanki y envió las armas.

Pero si un recurso había fallado, otros recursos quedaban.  Y como el Servicio Central de Inteligencia se gasta 1 000 millones de dólares en mantener un ejército de espías y de agentes en todo el mundo, en Bélgica «€”sobre todo en Bélgica, gobernado por colonialistas»€” era lógico que allí tuviera abundantes agentes.

Y cuando en aquella ocasión depurábamos responsabilidades, nosotros declaramos que estaba probado que el accidente había sido afuera, que estaban probadas las grandes presiones realizadas por el gobierno imperialista yanki para que las armas no llegasen, y que por tanto, nosotros teníamos derecho a pensar que ellos eran los únicos culpables; que «€œteníamos derecho a pensar»€.

Y hablábamos así, sencillamente, porque era la conclusión a que nos conducían los más elementales razonamientos; «€œque teníamos derecho a pensar»€, nos limitamos a decir en aquella ocasión.  Hoy, después de un año de experiencia, después de conocer las actividades de ese mismo Servicio Central de Inteligencia con respecto a nuestro país, después de la experiencia de un año en lucha contra ese Servicio Central de Inteligencia yanki, y después de la experiencia que ha vivido el mundo en este último año, tenemos derecho a decir que tenemos la convicción que fue el gobierno imperialista de Estados Unidos el asesino de esos obreros y soldados cubanos.

Muy pocos escépticos van quedando en el mundo acerca de lo que son capaces los imperialistas.  Es posible que en aquella ocasión habría algunos que se pusiesen las manos en la cabeza y se preguntaran:  ¿Pero es posible? 

Quién habría creído entonces que eran posibles cosas todavía más absurdas y todavía más desfachatadas de aquel artero criminal sabotaje, que costó la vida a tantos hermanos nuestros.  Quién habría creído posible en aquella ocasión que un pequeño país de África, a quien se le acababa de otorgar la Carta de Independencia, pero con todas las intenciones de mantener allí bajo otra máscara el sistema colonial, iba a ser agredido por fuerzas de la metrópoli que lo estaba explotando; que ese país iba a pedir ayuda y protección a la Organización de Naciones Unidas, protección contra los invasores extranjeros, protección confiada que solicitó al organismo internacional, que fue creado precisamente para preservar la paz y para proteger a las naciones de los actos de agresión, que ese organismo enviaría fuerzas a ese pequeño país, y que en virtud de las maniobras de los imperialistas esas fuerzas, en vez de ir allí a proteger a los congoleses contra los soldados belgas, irían allí a promover la división y a promover la secesión dentro de esa pequeña nación, a promover el golpe de Estado, a sufragar económicamente a los golpistas y a los secesionistas, y que antes de transcurrir un año de la agresión, aquel gobernante del pequeño pueblo del África que había solicitado ayuda a la ONU, no solo iba a dejar de recibir protección, sino que los llamados a protegerlo promueven el golpe de Estado y el derrocamiento; y no solo promueven el golpe de Estado y el derrocamiento, sino que promueven el encarcelamiento de ese gobernante; y no solo promueven el golpe de Estado, el derrocamiento y el encarcelamiento, sino que promueven, incluso, el asesinato de aquel gobernante.

Absurdo, habrían dicho los escépticos; imposible, habrían dicho con las manos sobre sus cabezas algunos a quienes se les hubiera dicho que el imperialismo, a la faz del mundo, era capaz de perpetrar semejante hecho.  Habrían existido escépticos y descreídos que habrían dicho:  «¡Imposible!  Y ahí están los hechos, demasiado sangrantes, demasiado crudos, demasiado hirientes a la sensibilidad humana, perpetrado a la vista del universo entero para que pueda quedar nadie que todavía dude de lo que son capaces las fuerzas reaccionarias que quedan en el mundo.

Y aquí mismo, en nuestro propio país, los escépticos escasos que quedaban tienen pruebas más que suficientes, y las tenemos nosotros, de lo que son capaces las fuerzas reaccionarias que quedan en el mundo; de los actos de intromisión y de violación de derechos de los pueblos y de normas internacionales de que son capaces las fuerzas imperialistas.»  Y aquí mismo, constantemente, tenemos los ejemplos; aquí mismo, nuestro país vive bajo un incesante hostigamiento, bajo condiciones de guerra no declaradas con el Servicio Central de Inteligencia yanki, que no ha cesado un solo instante de promover y crear, mediante actos de flagrante intervención en los asuntos internos de nuestro país, todo tipo de problemas, de crímenes, de sabotajes y de actos subversivos contra la nación cubana.

Sabotaje al vapor La Coubre. Foto: Archivo

Y es un hecho verdaderamente vergonzoso, si es que pudieran ser capaces de concebir la vergüenza, tanto ellos como los que están vendidos a ellos, que actualmente sea precisamente el Servicio Central de Inteligencia yanki, es decir, que sean agentes yankis los que manejen todos los hilos de la subversión, de los abastecimientos de armas y de explosivos, con que han estado tratando de promover bandas contrarrevolucionarias y con las que han estado llevando a cabo actos de asesinatos, o actos tan salvajes de terrorismo, como el de hacer estallar una potente bomba en un aula o en una escuela repleta de alumnos.

De una manera abierta y descarada organizan campos de entrenamiento, de una manera abierta y descarada construyen bases aéreas piratas «€”que de piratas no tienen absolutamente nada, porque todo el mundo sabe quiénes son los que están construyendo esas bases y compran esos aviones»€”, de una manera abierta y descarada reclutan mercenarios, entrenan esos mercenarios, con una violación flagrante y absoluta de las normas internacionales, y hasta tienen la desfachatez y el cinismo de publicar sus fotografías en los propios periódicos americanos.

«¡Y luego hablan en nombre de «€œla seguridad hemisférica»€!, «¡y luego hablan de que Cuba constituye un peligro para esa seguridad! Y, al menos que estemos equivocados, entendemos que Cuba no está situada en Asia, ni en Africa, ni en Oceanía, ni en la Antártida, ni en el planeta Marte; que Cuba está situada en este hemisferio, y que constantemente el espacio aéreo nacional es violado por aviones que no pueden venir de Venus, ni de África, ni de la Antártida, sino que vienen de este continente.

Y, como prueba de lo desvergonzados que son los imperialistas, baste tener presente que mientras hablan incesantemente de esa seguridad, mantienen a nuestro país bajo un constante hostigamiento, por parte de aviones que tienen sus bases en este continente, desde Estados Unidos hasta Guatemala.  Y, sin respeto alguno para el Derecho Internacional, no solamente reclutan, arman y organizan mercenarios, descarada y abiertamente, sino que violan de manera incesante el espacio aéreo nacional y las aguas jurisdiccionales de nuestro país, con barcos y aviones procedentes de esas bases contrarrevolucionarias situadas alrededor de Cuba, y que a través de aviones y de barcos traen aquí los explosivos que cuestan la vida de niños, de mujeres y de obreros, cruelmente ultimados mediante actos que no tienen otro propósito que segar vidas, en el intento de ablandar a nuestro pueblo.

Y esa es la palabra que ellos emplean.  Ellos emplean esa palabra para indicar que esa es una táctica de «€œablandamiento»€; es decir, mediante el terror, mediante la bomba que asesina niños y mujeres, mediante atentados cobardes a obreros cuando salen de su trabajo.  Y mediante esos procedimientos, agreden y hostigan a nuestro pueblo, tratan de promover bandas de contrarrevolucionarios; y lo triste, y lo verdaderamente ofensivo para nuestro pueblo, lo que constituye una flagrante violación de los derechos internacionales, es que todas esas actividades están directamente manejadas y dirigidas desde Estados Unidos por agentes del Servicio Central de Inteligencia.  Es decir que, desde allí, se manejan los hilos de toda la conjura que mata niños, que mata obreros y que de manera cruel e inhumana siega vidas del pueblo.

Y es verdaderamente penoso que las propias marionetas que le hacen el juego no se percaten de la estrategia que está siguiendo el Servicio Central de Inteligencia.  Nadie crea, ni por un minuto, que ninguno de esos señores tránsfugas que aparecen como jefes de la contrarrevolución tiene facultades allí para dar órdenes; los movimientos de aviones, de barcos, los embarques de armas y de explosivos, los campamentos militares, absolutamente toda la actividad, está mandada directamente por agentes yankis.

«¡Qué incautos son los que se dejan arrastrar por la ilusión de que tienen algún chance de volver al pasado, de conquistar el poder, de dominar al pueblo! Deben estar verdaderamente ciegos, o estar armados de unas de esas orejeras que les ponen a los asnos, que no los deja ver en absoluto, porque…  ¿no andan por la calle?, ¿no caminan?, ¿no han visto?, ¿son bobos?, ¿no se dan cuenta de que por cada uno afectado aquí, hay 100 que han cambiado de vida aquí?, ¿Qué por cada uno que le duele las leyes de la Revolución, hay 100 infinitamente agradecidos?, ¿Qué por cada uno que perdió un latifundio, aquí hay 100, o 200, o más, que han resuelto sus problemas económicos definitivamente?, ¿que por cada uno que perdió aquí un «€œcasifundio»€, como les decían, un edificio de apartamentos, hay 100 que hoy tienen casas? .

¿No comprenden que por cada uno de esos que perdió su palacete o su fábrica, hay 200 que hoy tienen trabajo…, y que hoy tienen escuelas, y que hoy tienen maestros?  Pero, sobre todo, señores, que hoy tienen una cosa que es dignidad humana, condición humana; que por cada uno que ha perdido sus viajes a la Riviera Francesa hay 1 000 que tienen playa hoy aquí donde pueden pasearse; y hay 1 000 que tienen su círculo social obrero; que por cada uno de los millonarios que aquí dejó de existir, tienen asegurada su subsistencia 20 000 cubanos aquí.

¿No se dan cuenta, y creen que la calentura de unos pocos que allá rumian su desdicha frente a la Revolución y se quejan de esta «€œcruel»€ revolución que a un «€œpobrecito infeliz»€ millonario le quitó su tierra y su fábrica para darles trabajo y garantizarles la subsistencia a 1 000 «€œmalvados infelices pobrecitos»€?

El Primer Ministro Fidel Castro en el acto sepelio a las victimas de la explosión del buque La Coubre.

Me imagino que al menos reconozcan que todas las personas que están aquí han venido, y llevan un montón de horas de pie, sin que nadie… Como siete horas de pie, sin tomar agua, sin comer; no dirán que esta es una multitud como aquella que venía a los actos aquí; no podrán negar que esta masa que hay aquí es una masa de obreros.  A ver, que levante la mano el que tenga latifundios aquí…

No negarán que la masa que está aquí es una masa de trabajadores, de productores, de hombres y mujeres que prestan servicios de todas clases al país; no dirán que hay una masa parasitaria, que vive del trabajo de otro.  No.  Esta es una masa de hombres y mujeres del pueblo, como las que se reúnen en todas partes, en todas las esquinas, por las calles, por los centrales, por los campos, por las lomas, esa masa poderosa que es el pueblo.

Y, sin embargo, ese pueblo, ¿por qué está indignado?  ¿El pueblo ha visto que el Gobierno se hubiera metido en una iglesia y hubiera intervenido una iglesia?  ¿Ha visto el pueblo que nosotros hayamos metido preso a un solo cura? ¿Y cree el pueblo que ningún cura ha conspirado? ¿Hay alguien que crea aquí que no hay un solo cura que haya conspirado?  Nadie.  Sin embargo, no hay un solo cura preso; nadie ha intervenido ninguna iglesia, nadie ha intervenido ninguna institución de ese tipo.

En dos palabras:  nadie se ha metido con ellos.  Fíjense, que hasta lo del cementerio…  Ya es una demanda del pueblo la nacionalización del cementerio.  Ya no queda más remedio, porque no tenemos por qué tolerar ese privilegio inmoral, ese grosero comercio de cadáveres y ese alquiler de tumbas que hay en el cementerio.

El cementerio debe ser el lugar donde descansen los restos mortales de nuestros seres queridos y no un mercado de la muerte.  Y toda familia debe tener derecho a tener un pedazo de tierra donde descansar, donde descansen sus madres, sus hermanos, sus seres queridos, sin que los desalojen del cementerio.

Estas son unas medidas que vienen inevitablemente, pero que hasta hoy ni siquiera una medida de tan elemental justicia el Gobierno  Revolucionario había proclamado.

Y, en fin, en la realidad de nuestra vida, nunca hicieron nada realmente humano.  Distingo perfectamente el caso de esas instituciones que sí hay que reconocer que con devoción se dedicaban a servir a los enfermos, a los ciegos, como son esas instituciones religiosas que han atendido los hospitales, las monjitas que han trabajado en los leprosorios, y en los hospitales.  Los que realizan un trabajo humano merecen nuestro respeto; todo el que se sacrifique por los demás, merece nuestro respeto.

¿Qué gobierno ha ayudado más a los enfermos?, ¿qué gobierno ha ayudado más a los inválidos?, ¿qué gobierno ha ayudado más al pobre?, ¿qué gobierno ha ayudado más al perseguido, al humilde?  Solo el Gobierno Revolucionario  se ha ocupado de llevar un poco de felicidad a millones de seres que vivían postergados, humillados, desconocidos, rebajados de su condición humana; solo la Revolución ha erradicado una serie de vicios y de males de la vida de nuestro país.

¿Por qué nos combaten a nosotros?  Diferencias ideológicas.  ¿Y no tenían ninguna diferencia ideológica con los grandes asesinos?, ¿no tenían ninguna diferencia ideológica con los grandes ladrones?, ¿no tenían ninguna diferencia ideológica con los grandes corruptores de la moral pública?, ¿no tenían ninguna diferencia ideológica con los explotadores?, ¿no tenían ninguna diferencia ideológica con los viciosos?  Porque nosotros hemos combatido todos esos males, y dicen que tienen diferencias ideológicas con nosotros.  Tendremos diferencias, son las diferencias que hay entre los que remediaron todos esos males y los que fueron cómplices de todos esos males.

En el terreno espiritual, en el terreno religioso, no nos metemos.  ¿Qué tiene que ver lo que crea, en qué estorba eso a la Revolución, cuando ese hombre está consciente de sus deberes sociales, de sus deberes con la sociedad, de sus deberes con su patria, y actúa siguiendo una conducta social justa?  La Revolución no interfiere en esos campos; cada cual tiene derecho a creer, y el mismo respeto que la Revolución debe tener para las creencias religiosas lo pueden tener estos que hablan en nombre de la religión por las creencias políticas de los demás.  Y, sobre todo, tener presente aquello que dijo Cristo, porque Cristo dijo:  «€œMi reino no es de este mundo»€.  ¿Qué hacen metidos en los problemas de este mundo estos que se dicen ser intérpretes del pensamiento cristiano?

La Revolución representa el interés de las masas, la Revolución trae un mensaje a las masas, a ese hombre humilde del pueblo; ese mensaje choca con los intereses de las clases dominantes. Si los que dominaban aquí, los que nos pasaban con un «€œCadillac»€ por un lado y nos chapoteaban de agua, los que nos discriminaban, los que nos miraban con desprecio; al servicio de esas clases se pusieron ellos.  Y como la Revolución choca con esos intereses, la guerra de ellos contra nosotros es la guerra de las clases dominantes.  Es mentira y es burdo pretexto el problema ideológico.

Si ellos podían convivir con el latifundismo, ¿por qué no pueden convivir con las cooperativas?; si ellos podían convivir con la compañía extranjera de electricidad, ¿por qué no pueden convivir con una compañía de electricidad nacional?; ¿por qué no pueden convivir con una granja del pueblo?, ¿por qué si convivían con los dueños, con un régimen en que unos pocos eran los dueños de todas las casas, por qué no van a convivir con un régimen donde el pueblo es dueño de sus casas?  Se adaptaron a vivir con el régimen de la explotación, se adaptaron a vivir con el régimen de la explotación colonialista e imperialista, y se oponen ahora a un régimen de justicia social.  ¿Qué quieren?  ¿Qué continuara el pueblo siendo carnero?, ¿Qué continuara el pueblo siendo esclavo?, ¿Qué continuara el pueblo siendo discriminado y explotado?  ¿Eso es lo que quieren?  Eso es lo que quieren.

Por eso nunca antes hablaron contra esos males, y ahora, pues se dedican a atacar la Revolución.

Una guerra declarada por ellos contra nosotros

«€œConozco al monstruo porque viví en sus entrañas»€.  Así que…  Y todos tienen derecho, sin que nadie los interfiera, tienen garantías.  Y esta es la realidad:  una guerra declarada por ellos contra nosotros, guerra a la cual nosotros no le tenemos ningún miedo.  Y nosotros, ha sido nuestro deber de gobernantes evitar esos problemas; sobre todo, llevar al ánimo del pueblo de que nosotros no teníamos ninguna actitud agresiva contra ninguna institución religiosa, que el pueblo supiera que todos esos problemas los habían provocado ellos, completamente, y no nosotros; que nosotros lo que queremos es ir conduciendo la Revolución, sin enfrascarnos en batallas que no tengan para nosotros ningún motivo para librarlas, excepto que nos presenten batalla.  Es decir, si nos presentan batalla se la damos, y bien dada.  «¡Que no se hagan ilusiones!

Estos señores están ciegos, no ven, no conocen al pueblo.»  El pueblo está animado de un profundo sentido de justicia.»  No se puede apartar el sentimiento religioso del sentimiento de la justicia, porque la injusticia y los sentimientos religiosos honestos son dos cosas antagónicas, y todo el que tiene un sentimiento religioso honesto, justo, nos da la razón, porque los hechos están ahí, no los van a venir a tupir, ni a hacer cuentos, ni creemos en excomuniones, ni en cuentos de camino de ninguna clase.

Sabotaje al vapor La Coubre. Foto: Archivo

«¡Cuánto más honor es pertenecer al ejército del pueblo, que traicionar a ese ejército, abandonar a ese pueblo, convertirse en mendigo, convertirse en objeto de desprecio, convertirse en mercenario pagado!»  Y así, la Revolución se ha ido quedando en todo con lo mejor, y con lo mejor está librando su lucha.»  Y ese pueblo aprende, este ejército es cada día más veterano, cada día más aguerrido.

Y así, hoy venimos a rendir ese homenaje, y a recordar a los que también nos enseñaron; a los que dieron sus vidas entre los primeros para que hoy estemos más fuertes, para que hoy estemos mejor defendidos. Sus hijos, los hijos de esos obreros, de esos soldados que murieron, no se quedaron huérfanos:  fueron hijos del pueblo, y el pueblo los ayuda, el pueblo los protege.  Y en los familiares de los compañeros que murieron hace un año, el pueblo ha invertido cerca de medio millón de pesos.  Les faltaron sus padres y, sin embargo, han tenido la paternidad de un pueblo entero, que los ayuda y los ayudará; como ayudaremos a cuanto obrero se lesione en su trabajo, a cuanto obrero pierda la vida en su trabajo; como ayudaremos a los familiares también de cuanto miliciano muera en servicio, bien en accidente, bien en combate.  Y vamos a hacer pronto una ley para que todo eso quede, y que sepa cada combatiente de la revolución que tiene en cada uno de nosotros a un hermano, que sus hijos tienen en el pueblo entero a sus padres, o sus sustitutos; que todos vamos a trabajar para todos, y que ningún hombre que cumpla con su deber, soldado, o miliciano, u obrero, ningún hombre que cumpla con su deber pueda albergar la preocupación que el cumplimiento del deber implica orfandad, olvido y miseria para sus hijos. La República tiene para todos; todos tenemos para todos; todos tenemos para los hijos de todos.

Y eso será ley pronto de nuestro país.  Y así cada vez más unidos, no solo en el sentimiento, sino en los intereses, en la fraternidad, en la hermandad, en todas las circunstancias, este gran ejército del pueblo, de lo mejor del pueblo, seguirá adelante victoriosamente, sin que ninguna agresión, ningún acto de barbarie o de salvajismo nos intimide.

Y siempre responderemos como respondió el pueblo cuando estalló «€œLa Coubre»€:  estalló el barco, las llamas se extendían junto a las cajas de explosivos, y el pueblo fue a salvar a los heridos; estalló otra vez, las llamas se extendían junto a los explosivos, y el pueblo siguió atendiendo a los heridos.  «¡Ese es el pueblo!

«¡Vivan los mártires de «€œLa Coubre»€!

«¡Viva el pueblo!

Fidel junto a Osvaldo Dorticós, Ernesto (Che) Guevara y otros dirigentes de la Revolución durante la marcha por las honras fúnebres de las víctimas del atentado al vapor «La Coubre», el 5 de marzo de 1960. Foto: Archivo Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Asiste a las honras fúnebres de las víctimas de la explosión del Vapor «La Coubre» en la intersección de la avenida 23 y 12, en el Vedado, La Habana y en vibrante discurso denuncia el papel del gobierno de Estados Unidos. Es la primera ocasión en que pronuncia la consigna de «Patria o Muerte», 5 e marzo de 1960. Foto: Prensa Latinta/Fidel soldado de las ideas.

En video, discurso de Fidel
Tomado de Cubadebate

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