India y Cuba: mucho más que 60 años de amistad
Homenaje al Dr. Rafael Pérez Cristiá y la Dra. Leyla Reyes Poveda
«La amistad que insiste en el acuerdo sobre todos los asuntos no es digna del nombre. Amistad para ser real debe sostener el peso de diferencias honestas, por afiladas sean.»
Entre la primera vez que mi memoria alcanza recordar haber escuchado o leído algún comentario sobre un país conocido por el nombre de la India y el día que, surfeando en Internet, descubrí esta genial frase atribuida al líder religioso y referente del pacifismo, Mahatma Gandhi, pasaron muchos años. Obviamente, no tanto como los 60 que por estas jornadas cumplen las relaciones de amistad entre este gran país ubicado en el continente asiático y nuestra Cuba que reposa sobra las cálidas aguas del mar Caribe. Pero sí los suficientes como para pensar que de haberla leído antes, quizás hubiera entendido mejor ese sentimiento tan sui generis y diverso desarrollado durante este tiempo entre dos pueblos.
Dos naciones que, a primera vista, no parecen tener mucho en común, y sin embargo, han llegado a seis décadas de relaciones y de amistad con un ímpetu que augura muchos años más de intercambio y colaboración bajo la percepción, compartida por muchos, de que lo mejor está por venir.
Ese primer recuerdo viene a mi mente en la venerada figura de Leyla Reyes Poveda, mi maestra del preescolar, quien de manera adelantada transmitía a sus pequeños alumnos que al arribar por las costas del norte oriental de Cuba, el navegante Cristóbal Colón y su tripulación acompañante en la Pinta, la Niña y la Santa María (embarcaciones que los reyes de España le habían adjudicado con la intención de dar la vuelta al globo terráqueo para llegar a Las Indias) consideraran, erróneamente, haber cumplido con el objetivo previamente planificado y nombraran como «indios« a los habitantes que les recibieran al desembarcar en tierra firme.
Esta confusión sobreviviría al tiempo, quedándose por siempre en el vocabulario popular y en algunos libros de historia el nombramiento como «indios» de los aborígenes que quien sabe por cuánto tiempo ya vivían en Cuba antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Quizás influenciada por su admiración y respeto por la India, y como acto particular de justicia ante la confusión en que habían caído nuestros antecesores hispánicos, la maestra Leyla invitaba a sus estudiantes a utilizar siempre la lectura, una vez supiéramos leer, para conocer detalles de la historia de los verdaderos indios, aquellos que vivían al otro lado del mundo, que hablaban cientos de idiomas, que practicaban decenas de religiones y que contaban con un infinito caudal de ritos, tradiciones y conocimientos, con notables diferencias a las que nos legaran los abuelos africanos y europeos, principales raíces de la cultura cubana actual.
Siguiendo esas sugerencias, una vez las habilidades del aprendizaje de la lectura me lo permitieron, cayó en mis manos de ávido lector el libro «Oros Viejos» de Herminio Almendros. Así pude disfrutar de las historias de «La Mangosta», «El Brahaman, el tigre y el chacal» y de la antigua leyenda india, «El árbol del pan», que habla de caridad, bondad y gratitud a través de la curiosa explicación sobre unos árboles que nacen en la India y cuyos frutos son similares a las hogazas de pan. Lejos de saciar mi curiosidad estas historias hicieron que se multiplicara de manera exponencial mis ansias por conocer más sobre todo lo que concerniera a este país y sus vínculos con Cuba.
Luego vendría una avalancha de circunstancias, que cual estampida cordillera abajo por la falda sur de los Himalayas se combinarían para nutrir esa curiosidad y deseos de aprender más sobre este país.
Uno de ellas fue el inicio de la práctica del Ajedrez. El estudio de este Deporte-Ciencia me permitió acceder a la leyenda del Chaturanga y su origen en la India que se remonta al siglo V cuando el rey hindú Ladava, tras perder a uno de sus hijos en una batalla, sucumbió a una profunda tristeza que le impedía realizar cualquier actividad y de la cual solo pudo salir cuando un brahmán llamado Lahur Sissa le entregó un tablero cuadrado dividido en 64 casillas negras y blancas a partes iguales, sobre las que reposaban piezas de diferentes formas que se movían por el tablero de una manera determinada.
Por esa misma época tuve la oportunidad de disfrutar el que recuerdo fue mi primer filme producido por Bollywood y que es considerado, según supe luego, uno de los clásicos de la filmografía india: Dilwale Dulhania Le Jayenge (El valiente de corazón se llevará a la novia). La historia tradicional que podría resumirse en la frase «dos jóvenes enamorados se enfrentan a las tradiciones» protagonizado estelarmente por Kajol y Shah Rukh Khan abrieron definitivamente mi interés particular por aprender y conocer, a través de la lectura, documentales, noticias, películas etc. todo lo que pudiera sobre las tradiciones, la cultura y la compleja y a la vez admirable idiosincrasia y manera de vivir en la sociedad india tanto en el pasado como en los tiempos modernos.
De esa manera el estudio de tradiciones, religiones, imperios y reinos ancestrales a lo largo de la historia fueron entrelazándose en el tiempo con la admiración y respeto por personalidades históricas del calibre del Bapu Gandhi, Nerhu, Indira Gandhi, Tagore con hombres y mujeres de ciencias como Abdul Kallam, Manju Ray, Homi Bhabha, Subbarao, deportistas como Dhyan Chand, Sachin Tendulkar, Viswanatan Anand o Mary Kom, así como actores y actrices de la talla de Amitabh Bachchan, Aishawarya Ray, Kajol, SRK, Salman Khan, Deepika Padukone, y la actuales súper estrellas internacionales Priyanka Chopra y Hritihk Roshan.
Como no podía ser de otra forma, el devenir profesional una vez graduado de estudios universitarios me fue guiando, de manera inesperada y sorpresiva, al punto en que todo lo aprendido de manera empírica y autodidacta se convirtiera en una oportunidad única de entrar en contacto directo con la India y sus relaciones con Cuba.
La posibilidad de trabajar con grandes científicos cubanos, como la Dra. Concepción Campa Huergo y el recientemente fallecido Dr. Rafael Pérez Cristiá (a quien va dedicado este artículo de manera especial), quienes fueran entusiastas promotores en los últimos años de las relaciones entre el gigante asiático y nuestra isla caribeña a través de la práctica del yoga, la medicina tradicional, el adyurveda etc, fueron un impulso definitivo para vincular mis modestos esfuerzos personales y profesionales en la construcción de esta interesante relación entre ambos países.
Gracias a ellos conocí que a instancia de Fidel, el revolucionario argentino «cubano Che Guevara había sido el promotor del inicio de estas relaciones tan solo unos meses después del triunfo de enero de 1959, cuando en su periplo por el sudeste asiático para dar a conocer el proyecto de la naciente Revolución Cubana incluyera a la India. De sus intercambios al máximo nivel con el entonces primer ministro indio Jawaharlal Nehru, con altos oficiales del Ministerio de Defensa, la Comisión de Planificación, visitas a áreas industriales, institutos de investigaciones agrícolas, laboratorios científicos así como otras acciones tanto en Nueva Delhi como en Calcutta se logró acordar establecer misiones diplomáticas en ambos países (concretado en enero de 1960) e incrementar el comercio lo antes posible.
Con la creación por parte del Gobierno Indio en la década del 60 del Programa de Colaboración Técnica (ITEC por sus siglas en inglés), en el que Cuba se insertaría posteriormente, cientos de jóvenes cubanos se han capacitado en universidades e instituciones académicas, alcanzando no solo un importante conocimiento para el desempeño de sus funciones profesionales sino que además se han convertido en puentes sólidos de doble vía para la interrelación entre ambas naciones.
Sin dudas estas disposiciones y oportunidades han abierto un camino legendario para que ambos pueblos (más allá de los contactos políticos, intercambios comerciales y visitas de alto nivel gubernamental, donaciones ante desastres naturales, o la similitud en decisiones a nivel de Naciones Unidas como el no alineamiento a los conflictos bélicos, tema promovido y defendido por figuras internacionales de la talla de Fidel y Nehru) lograran identificar puntos de admiración en común que generara un profundo respeto por las culturas, tradiciones y elementos del desarrollo particular de Cuba y la India.
En este tema del desarrollo me toca muy cercano, al ser el sistema donde ha transcurrido toda mi vida profesional, el de la Industria Biofarmacéutica, uno de los que mayores posibilidades cuenta para promover y continuar desarrollándose con pasos firmes y seguros las relaciones entre ambos países.
Previo a mi primera visita había escuchado llamar a la India como «la farmacia del mundo« y al mismo tiempo, en determinados círculos había escuchado cuestionamientos fuertes sobre los sistemas regulatorios y de calidad que imperaban en algunas empresas de este país.
Vivir la experiencia por mis propios pasos me hizo ganar en información ante la realidad objetiva. Hasta inicios del 2019 se habían creado en la India hasta 19 Parques Biotecnológicos donde predomina un modelo de alianza Público-Privado que se nutre de fondos tanto del Estado como inversionistas privados. De ahí que más de 3000 compañías biofarmacéuticas conviven con alrededor de 10500 productores, de los cuales más de 1800 poseen instalaciones certificadas por organismos internacionales. Estos datos constituyen el 1,5% de la industria biofarmacéutica global alcanzado el 3er lugar en el ranking por volumen de producción.
Por otro lado los bajos costos de producción y de ensayos clínicos, los gastos razonables en Investigación y Desarrollo, la disponibilidad de científicos y técnicos con habilidades muchos de ellos con estudios realizados en Estados Unidos, Europa, y otras naciones del mundo y que han retornado a su país para trabajar en estas industrias, el alto consumo local de medicamentos, los bajos precios de los productos a nivel local, así como programas anuales de alta inversión para el desarrollo y en la producción dirigida a la exportación, son aspectos en la actualidad que caracterizan este renglón de la vida económica pero también social de la India del siglo XXI.
Estos resultados alcanzados en menos de 40 años, tienen cierta similitud al desarrollo de esta industria en Cuba, con características propias por supuesto. Hoy la industria biofarmacéutica cubana consta de más de 30 empresas y unos 20 000 trabajadores que desarrollan cientos de productos de alto valor agregado para el mercado nacional e internacional, sustentado por patentes, publicaciones científicas, registración sanitarios, todo esto bajo un saber hacer y vinculado a un sistema de calidad reconocido por autoridades regulatorias internacionales.
En ese escenario compartido resulta lógico que desde hace algunos años se hayan logrado identificar perfiles relevantes para la colaboración científica, académica e industrial entre ambos países. Productos cubanos han sido transferidos a empresas indias, productos indios hoy están incluidos en el suministro de medicamentos a la población cubana. Proyectos de vacunas y otros productos biofarmacéuticos en desarrollo hoy forman parte de las carteras de colaboración entre empresas cubanas e indias. Equipamiento y tecnologías desarrolladas entre ambos países forman parte de la estrategia de desarrollo de instituciones cubanas e indias donde la ciencia, el conocimiento y la innovación son elementos esenciales tanto para el progreso colectivo como individual de sus participantes.
Las expectativas a futuro para la colaboración entre ambos países en esta industria, de amplio prestigio y reconocimiento en nuestras naciones, son muy positivas y prometedoras y pueden convertirse en un hilo conductor para que junto a las buenas relaciones políticas, diplomáticas y culturales, generen una escalada mayor en el respeto, consideración y admiración que durante tantos años se han generado tanto a nivel de gobiernos como entre ambos pueblos.
Es esa mi percepción particular, de la cual estoy profundamente convencido.
Estos 60 años de amistad y de relaciones entre ambos países son un punto de continuidad sustentado por amplias posibilidades en muchos renglones del comercio, la industria y la colaboración, pero también en un sentimiento que ha ido insertándose en la idiosincrasia de habitantes de ambos países que habitan lo mismo en Nueva Delhi, La Habana, Pune, Santa Clara, Bangalore, Holguín, Hyderabad, Chandighar, Bayamo, Mumbai o Santiago.
Así lo experimenté desde que a la semana de estar conviviendo como becario ITEC, durante mi primer visita a la India, mientras buscaba aceleradamente en una de esas grandes urbes cosmopolitas (donde miles y miles de personas van de un lugar a otro, sea a pie, o en alocados Tuk-Tuk o en cualquier otro medio de transportación local en medio del tráfico caótico, con un sentido de locomoción al cual no estamos acostumbrados en Cuba (herencia del que les dejaran los años en que fueran colonia británica) y mezclado con los fuertes olores a comida, inciensos, ofrendas, y otros no muy agradables, aderezado por el impresionante ruido conjunto que conforman la gente, los autos y la vorágine en general) encontrar un establecimiento para lograr imprimir un trabajo evaluativo.
Al azar escogí un local donde se afirmaba se brindaba dicho servicio con calidad y agilidad, y al escuchar la solicitud correspondiente el acento delató mis orígenes latinos al Sr. Anish propietario del establecimiento. Esperaba la pregunta sobre mi nacionalidad, lo que no imaginé nunca fue su reacción al responder sencillamente «soy cubano». Casi con lágrimas en los ojos de la emoción, al ver un cubano entrar en su establecimiento, el hindú Anish, sexagenario, maestro de profesión, defensor de ideas de izquierdas inculcadas por su padre ya fallecido, y quien me hiciera recordar en versión masculina a mi maestra Leyla de preescolar, me mostró con un gesto las tres imágenes ubicadas muy cerca de las ofrendas tradicionales a Ganesha y otras deidades hindúes: en el centro el Bapu Gandhi ataviado con su clásico dhoti confeccionado por sus propias manos, a la derecha Nehru recibiendo al Che en 1960 y a la izquierda Indira Gandhi recibiendo a Fidel en 1983.
Una frase del filósofo y escritor indio Rabindranath Tagore coronaba el trío de imágenes: «La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido«