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La simulación naufragó

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Marcha de las antorchas el 27 de enero de 2021 desde la universidad de La Habana hasta Infanta y 25.

La simulación es la carta de presentación de algunos personajes abocados a la subversión del orden social elegido por voluntad propia y expresa de la inmensa mayoría de los cubanos: travestir la intención política con el disfraz de inquietudes artísticas, aparentar voluntad de diálogo cuando lo que se pretende es un monólogo impositivo y descalificador, proclamar actitudes independientes y espontáneas en las que se descubren desempeños serviles y sumisos.

En ese perfil encajan unas cuantas de las cabezas y voces visibles y audibles en el reality show que tuvo lugar la mañana del miércoles frente al Ministerio de Cultura. Si querían abordar seriamente problemas relacionados con el arte y la cultura y el funcionamiento institucional en ese campo, ¿por qué negarse?

He sido testigo, en los últimos tiempos, de debates enconados, complejos y difíciles entre artistas, intelectuales y gestores culturales, en los que, más de una vez, afloraron desacuerdos y divergencias. He asistido a manifestaciones artísticas grávidas de planteamientos críticos, e incluso hipercríticos, en torno a la realidad nacional, y he comprobado cómo, mediante aproximaciones constructivas y el análisis no exento de pasiones, se han canalizado inquietudes y legítimos disensos.

Pero esta vez no se trataba de eso, como tampoco observé entre algunos de los manipuladores y pescadores en el río revuelto de lo que ocurrió el pasado 27 de noviembre. La tónica confrontacional estaba cantada de antemano y las audiencias a las que debía llegar el espectáculo se hallaban predeterminadas. Contra la Revolución, todo; con la Revolución, nada. Diálogo cero, posiciones de fuerza. Frases tópicas, lugares comunes.

Y luego un montaje articulado: la convocatoria a los medios financiados por agencias y entidades estadounidenses y sus triangulaciones, las transmisiones directas por las redes en tiempo real desde el lugar de los hechos, el hostigamiento mediático al Ministro y los funcionarios, la violación de la privacidad de la comunicación entre interlocutores y provocadores.

Todo, para crear una atmósfera artificial de caos, intolerancia e ingobernabilidad, replicada concertadamente por medios enemigos «€“hasta tenían preparada de antemano una especie de mesa redonda internacional»€“ y lista para ser consumida, como si fuera comida chatarra, más afuera que adentro, y utilizada en escenarios internacionales. Con agudeza, Silvio Rodríguez desmontó la falsedad del episodio: «He tratado de ver el mencionado video de los funcionarios de Cultura agrediendo a los artistas, pero no lo he logrado. Vi uno donde el viceministro Fernando Rojas les invita varias veces a pasar al Ministerio; después, ocurre algo muy confuso, una gritería, y hay un muchacho diciendo que hay policías con pistolas (que tampoco se ven). En dos sitios web de la oposición, para ver el video, piden que admitas los cookies. Si tanto quieren divulgar la supuesta injusticia, debieran dar facilidades. ¿No?»».

La simulación naufragó. Desde la cultura, una de nuestras mayores fortalezas, será imposible patear el tablero del sistema político que hemos adoptado libremente.

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