Diego el bizco, alcalde
Les propongo ir al Caibarién de los años cincuenta del siglo pasado y ver qué pasaba.
Resulta que el alcalde de Caibarién fue por muchos años un médico al que llamaban Alonsito, un hombre de baja estatura, enteco, con unos espejuelos de aros redondos, siempre de traje con un lacito ridículo y la cara de un japonés samurai. Era representante del Partido Liberal, el que siempre ganaba en el pueblo. Añorga, su oponente permanente y miembro del Partido Auténtico vivía en la otra cuadra del Cinema, es decir, en el mismo barrio nuestro.
Al final a la gente poco le importaba quién fuera o no el alcalde, si un liberal o un auténtico, si Aloncito o Añorga, y por eso muchas personas no votaban durante las elecciones. Ser «apolítico» estaba de moda entonces, y ello le venía muy bien a los políticos, porque al haber menos votantes todo era más fácil, incluso la manipulación en el conteo de votos.
Pero en cierta ocasión y durante un proceso electoral del municipio, a alguien se le ocurrió la genial broma. El hecho es que los acontecimientos se sucedieron de una manera armónica y al parecer muy bien planificada.
Los que somos de aquella época podemos recordar cómo eran las boletas para votar por los candidatos de los muchísimos partidos políticos que existían, y recordar también que al final de las casillas había algo llamado «la columna en blanco», por si usted decidía votar por alguien no postulado por algún partido.
Aquello era toda una hipócrita falacia, porque en esas condiciones nadie podría alcanzar los votos requeridos, a no ser que muchos se pusieran de acuerdo, y eso mismo pasó, a alguien se le ocurrió que podían llevar a un candidato utilizando la columna en blanco que compitiera tanto con Alonsito como con Añorga, los aspirantes permanentes a la alcaldía, los cuáles, por cierto, eran médicos ambos.
Diego el Bizco era un personaje muy popular en el barrio de Puerto Arturo. Vivía, lo recuerdo clarito, en unas casuchas tipo «llega y pon» que había a la orilla del mar, al lado del Sindicato Alonso Uno, a las que se accedía a través de unos viejos tablones de madera carcomida que tenían la mar debajo.
Diego se dedicaba a la compra y venta de cuanto fuera vendible y comprable, esto es, usted quería vender una silla o un sillón, una mesa o un escaparate y hablaba con Diego, le ponía precio y él se lo echaba al hombro y lo proponía por todo el pueblo. Cuando lo vendía, siempre le ganaba unos pesos por encima del precio propuesto por usted, así vivía.
Diego hablaba muy rápido, los pescadores generalmente lo hacen, y también muy alto, como si fueran sordos, quizás el constante ruido de la mar propiciara este defecto; y a Diego casi no se le entendía nada, porque además atropellaba las palabras al salir de su boca. Hay muchas historias que lo caracterizan.
Se cuenta que una vez una señora del barrio, de cierta posición social, le entregó muy discretamente varios discos del Gran Caruso para que los vendiera. Aquella mujer no quería, bajo ningún concepto, que se conociera públicamente que ella estaba vendiendo, a través de Diego, sus discos; y ello fue aprovechado muy alevosamente por nuestro personaje.
Pasaron los días y los días y la mujer veía que Diego el Bizco no le entregaba el ansiado dinero de la venta, pasaron semanas, Diego cruzaba por delante de ella y hacía como que no la veía, hasta un día en que la mujer se decidió y aprovechando cierta soledad de la calle se acercó a Diego y le dijo: Oiga. ¿ya vendió los discos de Caruso? Y Diego, alzando la voz para ser oído por todos le respondió: «¡Mire señora, no me diga nada, que me he comido a Caruso y a todos los cantantes! La mujer desapareció como llevada por el demonio y por supuesto Diego nunca le dio un centavo.
Ese era nuestro hombre. Y entonces, como ya usted debe suponer, Diego el Bizco fue el elegido para postularlo como Alcalde de Caibarién por la columna en blanco. Quién lo convenció y qué le dijeron sigue aún hoy en el más profundo misterio, solo se que un domingo por la noche se convocó al barrio para Alonso Uno a las ocho, y fueron miles de personas que comenzaron una manifestación que recorrió todo el pueblo llevando a Diego el Bizco en hombros y portando carteles donde se leía: «Vote a Diego el Bizco alcalde por la columna en blanco».
Cuando la manifestación pasó por la esquina del Cinema todos los muchachos nos incorporamos a ella y fuimos hasta el Parque La Libertad y de ahí a la glorieta que está en el medio del parque, donde había un micrófono. Diego siguió subido en hombros hasta que fue depositado junto al micrófono para que hiciera un discurso electoral, discurso que fue absolutamente incoherente, duró varios minutos y arrancó carcajadas y aplausos. Al rato se acabó el meeting y volvimos al barrio.
A la semana fueron las elecciones. Diego el Bizco sacó cinco mil ciento catorce votos. Ganó Alonsito, pero Diego estuvo por encima de Añorga.
Versionado de la historia de Emilio Comas Paret.
Imagen tomada de Internet…Caibarién, calle Falero, año 1951
Estupenda anécdota, que nos remonta a esos tiempos de oro, nuestros pueblos están llenos de las más ricas historias y tradiciones oriundas de cada zona, yo me delito leyendo estas chronicas llenas de picardía callejera y humor cubano, yo nací después de esta narración , pero puedo transportarme a ese Caibarién de los 50 e inclusive ir en la muchedumbre cargando a el Bizco hasta el parque. Gracias por mantener vivas las memorias que componen nuestra Cuba bella y su esencia. Estemos dentro o fuera de la isla, el ser cubano es un lujo y nos enorgullece estos recuerdos.
Saludos. Estimada Sofía, muchas gracias por sus elogios y por seguir nuestra página. Es nuestro deber laboral para los lectores, en especial si son de Caibarién. Una vez más…gracias.