Letras del Cayo: «La delegación»
Desde la página en Facebook de la Casa de Cultura «Manuel Corona Raimundo», de Caibarién, compartimos la sección «Letras del Cayo», donde el Taller Literario municipal «Antonio Hernández Pérez», publica fragmentos y obras de sus talleristas. Hoy ponemos a su disposición un cuento de Yorniel Solana.
«La delegación»
Con una semana de antelación, Martín, el director de la Cooperativa Pesquera, en coordinación con el partido municipal, tenía todo meticulosamente calculado para darle un entretenido y cálido recibimiento a la delegación extranjera. Entretenido por la previsión de un espectáculo artístico y cálido porque corría agosto y el techo del parqueo donde se acostumbraba hacer las actividades, con ayuda del último ciclón, fue removido y diseminado sobre las cubiertas de las casas colindantes.
El grupo se esperaba tres días antes pero un contratiempo los retuvo, obligándolos a permanecer en Varadero. En esencia, era una organización integrada por representantes de los cinco continentes, protectora de los fondos oceánicos y especies marinas en peligro de extinción, interesados en la fauna de las costas cubanas, específicamente en el macabí.
Con el arribo del grupo a las once de la mañana, los trabajadores del centro, vestidos de salir, se reunieron frente al comedor para iniciar la actividad. El primer número, «La Guantanamera», fue ejecutado por un coro de pioneros dirigido por su profesor de educación física. La inexperiencia del improvisado director, sumado al retozo infantil durante la espera, formuló el siguiente pensamiento en el cerebro de Chan Lee, el delegado chino: _ Si estos son los mejores cantantes, no quiero oír a los que se quedaron en el aula. Por supuesto, lo pensó en chino.
En cambio, al delegado australiano le causaba admiración la versatilidad de los pioneros cubanos, pues en Matanzas disfrutaron de una tabla gimnástica y en La Habana de una rueda de casino, en los tres casos acompañados del mismo tema musical.
Por su parte, Oliver, el compañero extranjero al frente de la comisión, un viejo canadiense de dos metros, con guayabera y gorra de Industriales, que bajo los efectos del sol tropical se iba condimentando, pues ya olía a comino con cebolla, por más que se devanara el cerebro no hallaba la conexión entre «La Guantanamera» de Joseíto Fernández y el macabí.
Luego del coro se sucedieron otros artistas locales, un mariachi interpretó El Rey y Cielito Lindo, en ese instante a Emiliano, el mexicano, se le aguaron los ojos. Siempre quedó la duda ¿las lágrimas fueron provocadas por el pecho del mariachi o por el sobaco del canadiense?
Cerca de la hora de almuerzo, Martín dirigió unas palabras de bienvenida a los visitantes, enfatizando el exhaustivo trabajo realizado por la cooperativa para garantizar la reproducción del macabí a pesar de los escasos recursos, de cómo le habían declarado veda permanente y cuánto se favorecería la especie si la empresa recibía un aporte monetario.
Para Martín todo había sido perfecto, era imposible que la organización se negara a ayudarlos. Pasaron al comedor climatizado donde cerrarían el trato, el acogedor ambiente favorecería la firma del documento.
Paradójicamente, el director de la cooperativa comenzó a sudar, sus piernas se aflojaron y cayó en un estado de nervios que le impedía hablar. En una de las tablillas del menú se anunciaba para el almuerzo: Pulpeta de Macabí.