Cayo Las Brujas y sus leyendas
Esta es la historia de Pepe, un pescador de Caibarién que, como tantos vivía calmoso arranchado con su familia en la Cayería Norte, para ser exactos en el Farallón de la bomba. El sosiego del laborioso y rústico hombre cesó el día en que su única hija se enamoró de un joven que habitaba en un cayo vecino.
El celoso padre se opuso al noviazgo con todas sus fuerzas, incluso incitó a sus hijos para sumarse a su causa. Tal era el desacuerdo familiar que, en más de una ocasión llegaron a utilizar el maltrato y el cautiverio contra la muchacha.
Enamorados al fin, los jóvenes decidieron enfrentar, con una estratagema el rechazo familiar a su amor. Para lograrlo acordaron correr el rumor de que en uno de los montes del cayo se veían apariciones fantasmales y se escuchaban ruidos tenebrosos. Sí conseguían éxito con su patraña tendrían un lugar solo para ellos.
Al principio pocas personas creían la historia, pero comenzó a escucharse cuando los pescadores y sus familias se reunían, en la noche en entorno a una fogata para conversar. Con el paso del tiempo la mayoría de los habitantes del cayo evitaban adentrase en el supuesto sitio maldito donde, se decía ocurrían hechos inusitados.
Sin embargo, en más de una oportunidad, la hija de Pepe fue vista, al atardecer caminar entre la espesura del monte. Por supuesto, la joven iba a encontrarse con su amante, pero los supersticiosos, creyeron que la muchacha tenía poderes mágicos. Un comentario que, desde entonces la hizo acreedora de su injusta fama de bruja.
A pesar de las habladurías, los amantes eran muy felices y vivían a plenitud su pasión. Hasta que, un día los hermanos de la muchacha, descubrieron la farsa y acordaron vengarse, para conseguirlo embriagaron al novio para que faltara a la cita. Cuando estaba muy ebrio, lo llevaron a la playa y lo dejaron tirado bajo una tormenta.
Esa tarde, el muchacho no acudió al encuentro con su novia. Cuando amainó la tempestad, despertó sobrio y desesperado corrió en busca de su amante. El novio buscó por todas partes sin éxito alguno, la muchacha había desaparecido, ya estaba agotado cuando vio frente a él una hermosa bruja que lo miró, con tristeza para luego desaparecer volando.
Durante días, todos buscaban a la chica. El joven, por su cuenta, al igual que Pepe y sus hijos. Nunca se resignaban con la idea de perderla, no cesaban abatidos de escudriñar por mar y tierra, sin resultado alguno. La joven se había esfumado de forma inexplicable y misteriosa, sin dejar huellas, como por arte de magia.
Con el paso del tiempo, los pescadores y sus familias, comentaban que la hija de Pepe, tras la angustia por la espera de su amante, descorazonada, y convencida del abandono de su novio, entregó su alma a las brujas, que habitaban en el farallón cerca del monte, quienes la convirtieron en una de ellas.
El mito creció cuando, cada atardecer el joven enamorado, bajo los efectos del aguardiente se adentraba en la vegetación, y pasaba toda la noche, hasta que al día siguiente, regresaba sobrio para atestiguar que había visto y conversado con su novia, una historia que no le creían.
Así, hasta el día de su muerte al descorazonado amante, se le veía andar tambaleándose por la borrachera e irrumpir en el místico lugar, y pasadas las horas cuando estaba a punto de oscurecer, muchos afirmaban que se escuchaban cantos y risas, y ya tarde sobre el monte se veía volar a una bruja sobre su escoba.
Gracias a la rica oralidad de la gente de mar, la triste historia de amor de los amantes caibarienenses pasó de boca a oído, de generación en generación, hasta convertirse en leyenda, y junto al mito estos islotes de Caibarién fueron rebautizados por los pescadores como: Cayo Las brujas y Cayo Borracho.
Otra leyenda sobre Cayo Las brujas
Esta historia que comparto la descubrí publicada en el número 33 de la edición digital de la revista La Jiribilla, bajo la autoría Armando Paz Pineda. El autor tituló su artículo:
«La verdadera historia de Cayo las brujas»
En Cuba nunca fueron tradicionales las leyendas de brujas, pero les puedo asegurar que sí existieron y no tan malas como la famosa Mombi o como aquella que envenenaba manzanas y raptaba niños para convertirlos en sapos. Las de aquí eran distintas, siempre sintieron necesidad de usar otros métodos más sutiles para de esta forma amortiguar la enorme carencia que siempre tuvimos de hadas bienhechoras. Si no fueron tan populares como los güijes fue porque se mantuvieron ocultas y apartadas pues poseían una enorme susceptibilidad.
Era muy difícil verlas habitando los innumerables edificios en ruinas de nuestras ciudades, porque, si bien mencioné que existieron, nunca dije que fueran tantas como para lograr tal cosa, además, siempre prefirieron los bosques, las lomas con cuevas y algún bohío deshabitado donde se divertían nutriendo de fantasías las crónicas de algunos guajiros de la zona.
Actualmente nuestras brujas se consideran extinguidas, su cacería fue en aumento y con el devenir del tiempo, el desarrollo de la agricultura y la urbanización las hizo huir de los campos y pueblos.
El último asentamiento del que se tuvo noticias fue de un cayo aledaño a nuestras costas al que ellas mismas bautizaron con el nombre de » Cayo Las Brujas » y en el que vivían en un castillo situado encima de un farallón, en realidad todo una maravilla, pues desde allí, sobre las más caprichosas tonalidades de verde y azul, las brujas velaban por los pescadores haciendo que los mejores peces mordieran la carnada, que los mejores vientos impulsaran las velas y las peores tormentas se alejaran para el bien de todos.
Así» por arte de magia eran incansables protectoras de aquellos hombres del mar y tan benévolas que nunca pensaron en vengarse a razón de su exterminio, solo hasta el día que decidieron abandonarnos para siempre.
Al este del castillo, las brujas con sus pases mágicos hicieron acumular toda esta cantidad de arena que hoy vemos como playa, pero esto demoró mucho tiempo, por cada abracadabra caía sólo un grano, tan puro y blanco como la nieve que fabricaban sus colegas las brujas escocesas.
Salían a caminar sus kilómetros arenosos después de terminados los ritos, velando celosamente para que nadie ensuciara sus dominios, y cuando el mar amontonaba el sargazo en la orilla allá iban las brujas, escoba en mano para barrerlo todo.
En los atardeceres solían bañarse desnudas irradiando tal luminosidad que mi tatarabuelo (cuenta mi madre) llegó a enamorarse perdidamente de una, porque quien piense que estas brujas eran unas viejecitas contrahechas y reumáticas está equivocado. Con ochenta años podían ser tan jóvenes y hermosas como cualquier ganadora de un certamen de belleza.
Algunos pescadores decían que cerca del cayo no se oían cantos de sirenas sino de brujas, y la verdad es que había que oírlas y verlas bailar para después creerlo.
Según Maurilio las brujas nunca existieron» hasta un día en que atracó en la hermosa playa para disfrutar del paisaje. Y vaya sorpresa que se llevó: alguien había desatado la chalupa y esta se encontraba a gran distancia del muelle. » Al parecer la dejé mal amarrada » decía en el mismo momento que se oyó una risa detrás de los arbustos y desde aquel día Maurilio comenzó a creer.
Casi al final de la playa existe una salina abandonada, pero antes, los cúmulos de sal hacían gigantescas montañas que eran trasladadas en sacos hacia Caibarién, el puerto más cercano. Los trabajadores de esta salina también comprobaron la existencia y veracidad de estas tímidas y delicadas criaturas que lo mismo se transformaban en flamencos que en delfines.
A Celestino, las brujas le hicieron pasar tremendo susto. La noche que velaba uno de sus hornos de carbón sintió que le tiraron de los pies, y si fue grande su sobresalto, más grande aún fue el grito que dio. Lo suficiente para asustarlas de tal forma que no salieron de sus escondrijos en una semana.
La playa era en realidad el lugar perfecto para verlas en la noche, pues en el monte no se podían distinguir entre el mangle y la oscuridad. Pero personas extrañas comenzaron a llegar para tomar baños los domingos, y aun cuando no existía el pedraplén familias enteras buscaban aquellas costas, y las brujas, no acostumbradas, se sintieron acosadas y se internaron en el Cayo no sin antes desaparecer el castillo y lanzar los tesoros al mar convirtiéndolos en corales.
Ya no sentían alegría al ver un barco en el horizonte y todas corrían a esconderse, pues seguramente eran intrusos y no pescadores, a los que admiraban y ayudaban. Esos extraños eran insoportables para ellas, pues hacían fogatas, cazaban las aves de una manera espantosa y dejaban restos de comidas contaminando la blanca arena, pero las pobres ¿qué podían hacer? Se martirizaban pensando que cada día la situación empeoraba y así fue que valoraron la posibilidad de mudarse de Cayo o retornar a tierra firme.
-¿Tierra firme?
» ¿Acaso están locas?- tales expresiones se decían unas a otras, también sabían que otros cayos no eran la solución ya que las personas que ahora merodeaban muy pronto irían a conocer los demás. Así convocaron un congreso y en singular aquelarre tomaron la decisión de marcharse sin dejar huellas de su existencia.
El último informe de haber visto una bruja fue hace cincuenta años y la vio un poeta, pero nadie quiere creer que en realidad existieron y muchos menos pensar en la posibilidad que aún quede alguna.
Hoy en el Cayo se pueden apreciar los cimientos de lo que fue su enorme morada, y en esa playa donde antes bailaban y reían me parece verlas quejarse de miedo, con los ojitos abiertos a más no poder, huyendo a la maleza cuando algún turista se acerca sigiloso. Pero se han ido montadas en una gran bandada de pájaros negros y juraron no venir nunca más, ni para ver el hotel que hoy se alza en lo que antes fue su castillo de piedras preciosas.
Me seco una lágrima y miro atónito las manos de mi amigo:
» «¡Eh Rubén! ¿Y eso?
» Una escoba que encontré tirada en la playa ¿no lo ves?
» ¿Será posible después de tantos años? » pensé en voz alta.
» ¿Después de qué?
» Nada, nada, no me hagas caso -y cerré los ojos y afiné el oído con el deseo de oírlas reír alguna vez.
No importa cuál sea la verdadera leyenda sobre Cayo Las Brujas, lo real es que cada historia envuelve, con magia este sitio paradisíaco de la Cayería Norte de Caibarién. Un islote que, cuando lo visito sitúa mi imaginación en viaje hacia la eternidad, para dejarme ver a los eternos amantes, y por qué no a las hermosas brujas en pleno vuelo.
Fuente:
-La Jiribilla. N0 33. Diciembre 2001.
-Leyenda oral contada por los pescadores de Caibarién.